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La Tribuna
Columnista

Los partidos políticos, necesarios pero incompetentes

Leslia Jorquera

Mario Ríos Santander.    

por Leslia Jorquera

“Tal era el desprestigio político, que el Junta de Gobierno, ascendió al poder con un evidente apoyo ciudadano que nadie ha desconocido”.

 

Cuentan los biógrafos de Don Pedro Aguirre Cerda, el primero de los Presidentes Radicales que, hastiado de tanta imposición de su partido en materia de nombramientos públicos, (los radicales siempre han sido buenos para las pegas fiscales y municipales), llegó a redactar su renuncia a la Presidencia de la República. En efecto, asumida la responsabilidad que a él y a nadie más compete, sin embargo, uno de esos ministros no fue aceptado por su partido y se trenzó en una lucha interna de tal dimensión que lo tuvo en vilo toda su mandato que poco antes de su muerte, estaba tan disgustado con su colectividad, al punto de que su viuda, no aceptó el pésame de la Junta Central Radical. Seguirían iguales problemas con Juan Antonio Ríos y Gabriel González Videla. Ello, permitió levantar la Escoba, como símbolo de limpieza política, al General Carlos Ibáñez. Con Alessandri después, no hubo grandes compromiso y luego, la llegada de Frei Montalva, traería nuevamente con su Partido, el Demócrata Cristiano, profundas diferencias, esta vez con la designación del ministro Pérez Zujovic, personaje no aceptado por la DC y que posteriormente fuese asesinado por un comando comunista. El propio Patricio Aylwin, en 1966, señalaba, "Nuestro gobierno es un instrumento para realizar los principios del partido". Luego para culminar la intromisión absoluta en los asuntos superiores de la institucionalidad, el senador Aylwin, expresó, "La orientación política de ese proceso de construcción de la nueva sociedad, no le corresponde al gobierno, sino al partido". Al término de aquel mandato, que a decir verdad, nunca se supo si era el Gobierno de Chile, bajo la administración del presidente Frei, o la imposición de un partido en asuntos de Estado superiores a esa u otra colectividad, que le entregaba el mando supremo de la República al gobierno marxista de Salvador Allende.

Pero, eso no era todo. La Constitución de 1925, intentó fortalecer un Poder Ejecutivo con mayores potestades, sin embargo, lo ocurrido antes de su promulgación, periodo conocido como la República Parlamentaria, dejó huellas que permitió al Parido Político, mantener un conjunto de prebendas, cuyas dimensiones fueron de tal naturaleza, transformándose en el acicate principal para la destrucción de la democracia en septiembre de 1973.  Tal era el desprestigio político, que la Junta de Gobierno, ascendió al poder con un evidente apoyo ciudadano que nadie ha desconocido. Por ello, a Constitución del 80, deja expresa constancia que los Partidos Políticos no tienen potestad alguna sobre el mandato de sus componentes públicos y les queda prohibido acciones en el campo gremial. Dos hechos importantes que permitirían independencia en el mandato popular de quienes fueran electos en cualquier cargo público y a su vez, se alejarían del mundo sindical-gremial, tan tentador por el político profesional. Pero, dictada la ley, hecha la trampa, el espíritu de lo establecido en la Constitución, fue desdibujándose en la dictación de numerosos cuerpos legales que, con alguna diablura menor, pero permanente, el Partido Político. Sin embargo, ello siendo grave, nuevos acontecimientos partidistas, ubica a estas colectividades como agentes de una corrupción generalizada, de dimensiones superiores a aquellas que denunció Ibáñez de los tres gobiernos radicales que le antecedieron. De esto informan las encuestas que se han transformado en una suerte de "voz del pueblo", en vista de que los partidos actuales no permiten que nadie hable y la prensa, bastante ignorante del acontecer político, hace el juego a quienes acusados de corruptos, sigan teniendo voz. Visto así las cosas, es posible establecer que los tiempos de bonanza partidaria, está por terminar para dar vida a una nueva concepción partidista, transparente, eficiente y oportuna y Chile estará feliz.

 

Mario Ríos Santander.    

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