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Columnista

La educación y la crisis ética

Leslia Jorquera

Alejandro Mege Valdebenito

por Leslia Jorquera

Que la ética en nuestra sociedad se encuentra en crisis es una realidad indesmentible, y como la educación y la ética se influencian mutuamente, la crisis de la ética, lo es, también, de la educación, lo que se refleja en una sensación de indefensión, inestabilidad y desconfianza.

 

A la educación se le asignan dos funciones básicas: la transmisión de la cultura a las nuevas generaciones y la formación ética del conocimiento, que debe ser transversal a todas las actividades que forman parte de la educación formal. La ética, como ciencia que estudia la conducta humana es el fundamento teórico de los actos morales y tiene que ver con los valores que cada sociedad espera del comportamiento de quienes la constituyen y, si bien las acciones morales son una exigencia para todos, lo son, especialmente para quienes, en los distintos ámbitos de la vida humana, cumplen funciones de responsabilidad y liderazgo en la orientación y conducción de la sociedad.

Que la ética en nuestra sociedad se encuentra en crisis es una realidad indesmentible, y como la educación y la ética se influencian mutuamente, la crisis de la ética, lo es, también, de la educación, lo que se refleja en una sensación de indefensión,  inestabilidad y desconfianza que, dígase lo que se diga para justificarla, se encuentra presente en las actividades sociales del día a día, que muestran porfiadamente hechos que vulneran  la ética privada y pública y hace perder la credibilidad en los referentes obligados en que se mira cada ciudadano para juzgar sus propias acciones y justificar la inmoralidad con que algunos  actúan y que, se quiera o no, ponen en tela de juicio la calidad y la eficiencia de la educación  para instalar y fortalecer en cada persona los valores éticos que la sociedad le ha encomendado como la más importante de su tarea formativa. Más aún, cuando la ética se considera un factor de supervivencia humana y la base de una sociedad democrática que, sin ella, se desmorona.

En una sociedad sin moral, cunde el desaliento y la inseguridad, como lo dijera Enrique Mac-Iver, en su discurso de incorporación al Ateneo de Chile, en agosto de 1900: “Voy a hablaros sobre algunos aspectos de la crisis moral que atravesamos; pues yo creo que ella existe y en mayor grado y con caracteres más perniciosos para el progreso de Chile que la dura y prolongada crisis económica que todos palpan”. Y, cuando se pregunta sobre lo que más a contribuido a colocar al país en el estado que se encuentra, reflexiona: “Me refiero ¿por qué no decirlo bien alto? A nuestra falta de moralidad pública que otros podrían llamar inmoralidad pública”.

A casi 116 años de ese memorable discurso, el Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Hugo Dolmestch Urra –profesor normalista, primero-  une el rol de la justicia y la educación con la ética de la vida humana ya que la acción de ambas pierden sentido si no  contribuyen a la formación moral de las personas y, para evitarlo, dice, la educación “requiere de una formación valórica contundente”.

¿Tendremos que esperar otro siglo para edificar la educación ética que la sociedad requiere?

Alejandro Mege Valdebenito

 

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