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La Tribuna

Petiseros: tradición en la crianza de caballos que se resiste a desaparecer

por Juan Villalobos

Los petiseros están encargados de cuidar a los caballos y novillos, velar por su salud junto con su comodidad, con gran cercanía y apego, ligados principalmente a su desempeño deportivo en el Polo.

6.3 /

Te invitamos

a conocer la historia de Juan y Carlos Alvear, familiares dedicados por

tradición al oficio de petiseros. Ambos han hecho perdurar la tradición del

cuidado equino en el haras Tatahue, el cual ha funcionado a cargo de la familia

Iturrate, reconocidos históricamente como uno de los haras más longevo y

prestigioso de la provincia de Biobío, institución de tradición familiar que se

logró posicionar bajo el nombre de Rufino Iturrate, quien fue percusor en

instaurar en esta zona la crianza de caballos para la práctica deportiva del polo.

Las historias de

caballos cobran un valor impensado, ya que para los criadores la cercanía que

se genera con los equinos es muy grande. Estamos hablando de un trabajo donde

el cuidador debe estar enfocado todos los días del año, prestando una atención

que muchas veces se torna de tiempo completo y que ante todo requiere una gran

cantidad de conocimientos para efectuar un óptimo cuidado del animal.

CONOCIENDO EL OFICIO

En promedio el

día de un petisero comienza muy temprano en la madrugada, cuando se da de comer

a los caballos. El cuidador revisa exhaustivamente las pesebreras para

cerciorarse que no ocurriera nada durante la noche y comprobar cómo están de

ánimo los caballos.

Dar la comida es la siguiente tarea

que tienen en su lista de trabajo. Cuando los caballos terminan de alimentarse,

se limpian las camas, que pueden ser de viruta de madera o paja de trigo.

Antes

de salir al entreno es ese momento de la inspección en la que petisero decide

la actividad que tiene que hacer cada caballo. Puede haber dolores en manos y

patas generados por algún esfuerzo, que suelen ser los problemas más comunes.

En

el contexto de la crianza enfocada en el ámbito competitivo del polo, el trabajo

se diferencia en los caballos nuevos, que son los recién entregados de doma,

y los caballos jugadores, que ya están entrenados.

El trote también forma parte de la rutina, donde los

caballos realizan un entrenamiento que suele ser de 25 minutos de caminata, 25 minutos de

trote y otros 15 para caminar, aunque va a depender del tipo de caballo y de

las condiciones con las que amanece cada animal.

Diario

La Tribuna conversó en exclusiva con Juan y Carlos Alvear, padre e hijo, petiseros

que han aprendido este oficio mediante el legado familiar y han visto florecer

su amor hacia los caballos en el Haras Tatahue.

¿Cómo ha sido poder seguir este legado familiar?

Carlos Alvear: Prácticamente aprendí este oficio

por mi padre Juan Alvear, él ha trabajado más de 60 años con la familia

Iturrate y le estoy enormemente agradecido porque junto a Rufino Iturrate me

enseñaron todo lo que sé respecto al cuidado de los caballos. Extrañamos mucho

a don Rufo, él fue como un segundo padre para mí y gracias a ellos dos puedo

dedicarme a realizar esta labor que me hace sumamente feliz, valoro mucho mi

trabajo, me gustan los animales, sé el cuidado que deben llevar al pie de la

letra y estaré eternamente agradecido por haber podido encontrar esta hermosa

labor.

¿Cómo es el cuidado que lleva

cada uno de sus caballos? Carlos Alvear: El cuidado de cada caballo es lo mismo que ver un

hijo, hay que darle la comida, el agua, hacerle su cama, él tiene un proceso

más o menos de 15 a 20 minutos para que pueda galopar y después irse al campo,

donde pueden descansar, comer pasto verde y jugar.

Posteriormente vuelven a sus

pesebreras donde pasan la noche confortablemente protegidos de la lluvia y del

frío.

Llevo más de 25 años trabajando

en esto he perdido la cuenta de la cantidad de caballos que han pasado por mis

manos, valoro mucho poder decirlo ya que es algo que disfruto de todo corazón.

¿Cúal es enfoque competitivo que se le da a la crianza respecto

al polo?

Carlos Alvear: Aquí en el Haras Tatahue se han

organizado grandes competencias de polo, donde han estado en competición entre

cuatro hasta ocho equipos. Don Rufino Iturrate formó una gran cantidad de

jinetes, junto a mi padre, nunca hemos podido llegar a un número claro respecto

a la gran cantidad de personas que han visto forjado su amor por el polo en Tatahue.

¿Cómo catalogaría su trabajo con los caballos a lo largo de su

vida?

Juan Alvear: Tengo 64 años, de los cuales llevo trabajando poco más de

cincuenta años aquí en el Haras Tatahue, ahora estoy en mi casa porque no me la

puedo para trabajar, ahora mi hijo sacará la cara por mí. Siempre recuerdo que

con don Rufino salíamos a jugar polo casi todos los días domingo, salíamos a

las liebres el día sábado, llovía o tronaba andábamos en las liebres. Nosotros

pasábamos muy apretados con mi patrón.Llevábamos

camionadas de caballos para Santiago, llevábamos 12, 13 caballos, de vuelta no

traíamos ni uno.Iban al cargadero

cuando llegábamos nosotros a elegir los caballos y con eso nosotros nos fuimos

pu2019arriba.

Una vez fui a Alemania con el

hijo de don Rufino, el menor, el Pipe. Estuvimos 22 días allá. Ahí nos vinimos.

Allá vendimos todo también, llevábamos 24 caballos, o sea un equipo completo de

aquí, era como un torneo porque llegaron de hartos países a jugar. Vendimos hasta

el apero, hasta la montura. Una montura de esta usada allá, usted la vendía y

compraba dos nuevas acá. No había dónde perderse. Así que vendimos todo el

apero, nos vinimos pelados.

COMPROMISO CON LA CRIANZA

El petisero tiene

que preparar todos los caballos, la montura, las vendas en las manos y en las

patas para los golpes, los frenos y, por último, cargarlos en el camión que les

conduce hasta la cancha.

Finalizando el

día, se cepillan todos los caballos, se ponen vendas de descanso, se vuelve a

dar comida y se llenan los bebederos. El petisero tiene que estar pendiente

todo el tiempo.

En este trabajo no

hay tarea más relevante que otra, sino que abarca todo desde levantarse

temprano y dar de comer. Una profesión que requiere personas responsables

y despiertas que conocen a sus caballos hasta el punto de saber si un caballo

amaneció con ganas o si su estado de ánimo en esa mañana está apagado.

El trabajo de

estos profesionales ecuestres se centra en enseñar a frenar, a parar, doblar, regular

y a que el caballo no se asuste en el escenario de la competición.

El periodo de doma

se divide en etapas de tres meses cada una. Los tres primeros meses se dedican

a la enseñanza del galope. Los tres siguientes son de descanso en el campo

natural. El periodo de doma finaliza sumando otros tres meses más de galope.

La alimentación es

siempre importante cuando se trata de criar un caballo destinado a la

competición.

A lo largo de esta

primera etapa se les da de comer alfalfa junto a avena en grano. Durante

los meses de descanso, la alfalfa es natural, es decir, del propio paso.

Cuando el animal

llegue a manos de los petiseros, la alimentación se complementa con alimentos

ya preparados por marcas comerciales y que ofrecen componentes alimenticios

fundamentales para transformar al caballo en un atleta.

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