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La Tribuna

Cómo Rusia a menudo se beneficia cuando JulianAssange revela los secretos de Occidente

por Gabriel Hernandez Velozo

Jo Becker, Steven Erlanger y Eric Schmitt © 2016 New York Times News Service

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NUEVA YORK _ JulianAssange estaba en una modalidad didáctica clásica, sin parar de hablar del tema que lo consume: la perfidia del gran gobierno y especialmente de Estados Unidos.

Assange, el editor de WikiLeaks, surgió a la fama mundial en 2010 por liberar enormes expedientes de comunicaciones del gobierno estadounidense altamente clasificados que exponían el lado oculto de sus guerras en Afganistán e Irak y sus maniobras diplomáticas en ocasiones cínicas en todo el mundo. Pero en una entrevista televisada en septiembre pasado, fue evidente que aún tenía mucho que decir sobre “El conformismo del mundo con el imperio estadounidense”, el subtítulo de su libro más reciente, “TheWikiLeaks Files”.

Desde los estrechos confines de la embajada ecuatoriana en Londres, donde se le concedió asilo hace cuatro años en medio de un embrollo legal, Assange ofreció una visión de Estados Unidos como súper pendenciero: una nación que ha logrado un poder imperial proclamando lealtad a los principios de los derechos humanos mientras despliega su aparato de inteligencia militar en la formación “de tenazas” para “empujar” a los países a hacer su voluntad, y castigar a personas como él por atreverse a decir la verdad.

Notablemente ausente del análisis de Assange, sin embargo, estuvo la crítica a la otra potencia del mundo, Rusia, o su presidente, Vladimir Putin, quien difícilmente cumple con el ideal de transparencia de WikiLeaks. El gobierno de Putin ha reprimido duramente a la disidencia; espiando, encarcelando y, según denuncian sus críticos, en ocasiones asesinando a sus oponentes mientras consolida el control sobre los medios noticiosos y el internet. Si Assange apreció la ironía del momento _ denunciar la censura en una entrevista en RussiaToday, el canal de propaganda en inglés controlado por el Kremlin _, no fue evidente de inmediato.

Ahora, Assange y WikiLeaks están de vuelta bajo los reflectores, agitando el paisaje geopolítico con nuevas revelaciones y una promesa de que aún habrá más.

En julio, la organización divulgó casi 20,000 correos electrónicos del Comité Nacional Demócrata de Estados Unidos que sugieren que el partido había conspirado con la campaña de Hillary Clinton para socavar a su oponente en las primarias, el senador Bernie Sanders. Assange _ que ha sido abiertamente crítico de Clinton _ ha prometido más revelaciones que pudieran hacer volcar su campaña contra el candidato republicano, Donald Trump. Por separado, WikiLeaks anunció que pronto divulgaría algunas de las joyas de la corona del espionaje estadounidense: un conjunto “prístino” de códigos de ciberespionaje.

Funcionarios estadounidenses dicen que creen con un alto grado de confianza que el material del Partido Demócrata fue hackeado por el gobierno ruso, y sospechan que los códigos podían haber sido robados también por los rusos. Eso plantea una duda: ¿WikiLeaks se convirtió en una lavadora para el material comprometedor recolectado por espías rusos? Y, más ampliamente, ¿cuál es precisamente la relación entre Assange y el Kremlin de Putin?

Esas preguntas se vuelven más incisivas por el lugar prominente de Rusia en la campaña electoral para la presidencia de Estados Unidos. Putin, quien chocó repetidamente con Clinton cuando ella fue secretaria de Estado, ha elogiado públicamente a Trump, quien ha regresado el cumplido, demandando lazos más estrechos con Rusia y hablando favorablemente de la anexión de Crimea realizada por Putin.

Desde el inicio de WikiLeaks, Assange dijo que lo motivaba el deseo de usar “la criptografía para proteger los derechos humanos”, y se enfocaría en los gobiernos autoritarios como el de Rusia.

Pero un examen hecho por The New York Times de las actividades de WikiLeaks durante los años de Assange en el exilio encontró un patrón diferente: sea por convicción, conveniencia o coincidencia, las divulgaciones de documentos de WikiLeaks, junto con muchas de las declaraciones de Assange, a menudo han beneficiado a Rusia, a costa de Occidente.

Entre los funcionarios estadounidenses, el consenso emergente es que Assange y WikiLeaks probablemente tienen lazos directos con los servicios de inteligencia rusos. Pero dicen que, al menos en el caso de los correos electrónicos de los demócratas, Moscú sabía que tenía un canal empático en WikiLeaks, donde los intermediarios podían dejar los documentos robados en la bandeja de entrada digital anónima del grupo.

En una entrevista en agosto con The Times, Assange dijo que Clinton y los demócratas estaban “suscitando una histeria neo-McCarthyista en torno a Rusia”. No hay “evidencia concreta alguna” de que lo que publica WikiLeaks provenga de las agencias de espionaje, dijo, aun cuando indicó que aceptaría felizmente ese material.

Pero dados los recursos limitados de WikiLeaks y los obstáculos de traducción, dijo Assange, ¿por qué enfocarse en Rusia, a la cual describió como un “pequeño actor en el escenario mundial”, comparado con países como China y Estados Unidos? En cualquier caso, dijo, la corrupción del Kremlin es una vieja historia. “Todos los hombres y sus perros están criticando a Rusia”, dijo. “Es un poco aburrido, ¿no?”

Desde su nacimiento, WikiLeaks ha tenido éxito espectacularmente en algunos frentes, descubriendo asesinatos indiscriminados, hipocresía y corrupción, y ayudando a provocar la Primavera Árabe.

Los acontecimientos recientes, sin embargo, han dejado a algunos defensores de la transparencia preguntándose si WikiLeaks ha perdido su camino. Hay una gran diferencia entre publicar materiales de un delator como Chelsea Manning _ la soldado que dio a WikiLeaks su bitácora de guerra y primicias de cables diplomáticos _ y aceptar información, aun indirectamente, de un servicio de espionaje extranjero que busca promover sus propios intereses poderosos, dijo John Wonderlich, el director ejecutivo de la SunlightFoundation, un grupo dedicado a la transparencia gubernamental.

Otros ven a Assange asumiendo un enfoque cada vez más miope del mundo que, aunado con su propia secrecía, los ha desilusionado.

“Se supone que la batalla por la transparencia sería mundial; al menos Assange afirmó eso al principio”, dijo Andrei A. Soldatov, un periodista investigador que ha escrito extensamente sobre los servicios de seguridad de Rusia.

“Es extraño que este principio no esté siendo aplicado al propio Assange y sus tratos con un país en particular, y ese es Rusia”, dijo Soldatov. “Él parece pensar que uno puede transigir mucho al combatir a un mal mayor”.

A fines de noviembre de 2010, funcionarios estadounidenses denunciaron una investigación de WikiLeaks; Clinton, cuyo Departamento de Estado fue sacudido por lo que llegó a conocerse como el “Cablegate”, prometió adoptar medidas “agresivas” para llamar a cuentas a los responsables.

Al mes siguiente, Assange fue arrestado por la policía de Londres para enfrentar un interrogatorio por parte de los suecos, de quienes temía que lo entregaran a los estadounidenses. En libertad bajo fianza, se encerró y combatió la extradición en una casa campestre georgiana propiedad de un simpatizante, Vaughan Smith, quien dijo en una entrevista que creía que Assange era víctima de una campaña “intensa de intimidación y desinformación en línea”.

Un día después del arresto de Assange, el presidente ruso apareció en una conferencia de prensa con el primer ministro francés. Sacudiéndose a un interrogador que sugirió que los cables diplomáticos describían a Rusia como poco democrática, Putin aprovechó la oportunidad para criticar a Occidente.

Fue la primera de varias veces que Putin adoptaría la causa de Assange. Ha llamado a los cargos contra Assange “políticamente motivados” y declarado que el fundador de WikiLeaks está siendo “perseguido por difundir la información que recibió de las fuerzas militares estadounidenses respecto de las acciones de Estados Unidos en Medio Oriente, incluido Irak”.

En enero de 2011, el Kremlin emitió a Assange una visa, y un funcionario ruso sugirió que merecía el Premio Nobel de la Paz. Luego, en abril de 2012, con el agotamiento del financiamiento de WikiLeaks _ bajo presión de Estados Unidos, Visa y MasterCard habían dejado de aceptar donaciones _, RussiaToday empezó a transmitir un programa llamado “TheWorldTomorrow” con Assange como presentador. Cuánto les pagaron a él o a WikiLeaks por los 12 episodios sigue siendo poco claro.

Pero, el 19 de junio de 2012, la narrativa de Assange rápidamente tomó un giro diferente. Violó su libertad bajo fianza al perder una apelación contra la extradición a Suiza, y se le concedió asilo en la diminuta embajada de Ecuador en Londres.

Un año después, un hombre que pronto eclipsaría a Assange en términos de su fama de delator abordó un avión en Hong Kong. Su nombre era Edward J. Snowden, y era un contratista de la Agencia de Seguridad Nacional convertido en fugitivo, tras asombrar al mundo y tensar las alianzas estadounidenses filtrando documentos que revelaban una red de programas de vigilancia mundial encabezada por Estados Unidos.

Snowden no había dado sus miles de documentos clasificados a WikiLeaks. Sin embargo, fue a sugerencia de Assange que el vuelo que Snowden abordó el 23 de junio de 2013, acompañado por su colega de WikiLeaks Sarah Harrison, tuviera como destino Moscú, donde Snowden permanece hoy después de que Estados Unidos canceló su pasaporte en ruta.

De hecho, preocupado de que se le viera como un espía, Snowden había esperado sólo pasar por Rusia en su camino a Sudamérica, según relató después Assange, un plan que él no había apoyado por completo. Rusia, creía, podía proteger mejor a Snowden de un secuestro de parte de la CIA, o algo peor.

Durante su periodo aislado en la embajada de Ecuador, bajo vigilancia constante, su desconfianza instintiva de Occidente se endureció aun cuando se ha vuelto cada vez más insensible a los abusos del Kremlin, al cual veía como un “bastión contra el imperialismo occidental”, dijo un simpatizante, quien como muchos otros pidió el anonimato por temor a enojar a Assange.

Otra persona que colaboró con WikiLeaks en el pasado añadió: “Él lo ve todo a través del prisma de cómo lo tratan. Estados Unidos y Hillary Clinton le han causado problemas, Rusia no”.

El resultado ha sido una “confrontación unidimensional con Estados Unidos”, dijo Daniel Domscheit-Berg, quien antes de renunciar a WikiLeaks en 2010 era uno de los socios más cercanos de Assange.

Fotografía: Andrew Testa/ The New York Times

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