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La Tribuna

Vamos al grano

por Carolina Bassa

Columna de Opinión

20-01-2016_16-15-36RenatoSegura /

“Chile potencia agroalimentaria” fue el eslogan utilizado para enfatizar las acciones de la autoridad en dinamizar la industria triguera, la cual sobrevive más por una tradición familiar que por razones estrictamente de mercado.

De acuerdo a datos aportados por el Instituto Nacional de Estadísticas INE BÍO BÍO, durante el año agrícola 2014/2015, la región sembró 79 mil hectáreas (correspondiente al 30% del total país) produciendo 4,3 millones de quintales métricos (28,9%) y un rendimiento de 54 quintales métricos por hectárea (96%). Después de La Araucanía, Biobío es la segunda región en importancia en la producción triguera. Hace 10 años, el INE registraba una superficie sembrada de 115 mil hectáreas (27%), una producción de 4,8 millones de quintales métricos (25,7%) y un rendimiento de 41,3 quintales métricos por hectárea (93,6%). Es decir, con un 31% menos de superficie sembrada, la producción disminuyó en 10% y la productividad de la tierra se incrementó en 31%.

Utilizando datos publicados por Cotrisa para el mercado interno del trigo, para el año agrícola 2014/2015 en la semana del 6 al 12 de enero 2015, el precio se movió en el rango de $15 a $19 mil el quintal métrico. Para igual mercado, período y semana de hace 10 años, el precio se movió en el rango de $13 a $15 mil el quintal métrico, corregido por inflación.

Con la productividad de la industria, la participación relativa de la región y los precios al alza, contrario a lo que se podría esperar de una potencia agroalimentaria en desarrollo, ¿por qué la producción total de trigo ha disminuido?

Revisando la bibliografía disponible, al menos 2 son los factores que inciden en el bajo desarrollo de la industria: (1) Baja competitividad de la industria para enfrentar la inserción de la producción nacional en el mercado global y (2) La incertidumbre que enfrenta el productor en la decisión de siembra frente al rendimiento y condiciones del mercado al momento de la cosecha.

El primer caso se resuelve con escala de producción, donde la transferencia tecnológica en la producción y la asociatividad en la comercialización, pueden contribuir a mejorar el nivel de competitividad y en el segundo caso, desarrollar el mercado financiero de derivados permitiría administrar el riesgo de tipo de cambio y precios de los productos e insumos agrícolas.

 

Renato Segura Domínguez

Ingeniería Civil Industrial USS

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