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Votar cuando nadie obliga

por La Tribuna

Elecciones voluntarias / Archivo La Tribuna

El próximo 29 de junio, más de 15 millones de chilenos podrán elegir la carta presidencial del pacto Unidad para Chile. El voto será voluntario, lo que aumenta la tentación de quedarse en casa, y muchos se preguntan si tiene sentido participar en una primaria sin multa por abstención.

Un estudio del PNUD detalla cuatro filtros de la abstención: desconfianza, falta de representación, déficit de información y riesgos contingentes. Esas razones se entrelazan con hallazgos de la campaña #LaOtraMitad de la UDP: promesas incumplidas, la idea de que "la alegría no llegó" y la convicción de que las decisiones se cocinan lejos de la ciudadanía.

Surge además el razonamiento del voto "útil": abstenerse si el candidato favorito parece improbable o votar estratégicamente por quien facilitaría una segunda vuelta conveniente. El cálculo puede desanimar a cualquier participante.

Sin embargo, la misma voluntariedad que facilita la abstención hace que cada sufragio pese más. En una primaria donde uno de cada 10 habilitados ya sería afluencia razonable, la probabilidad de que 100 o 1.000 votos definan el resultado es real. Votar es una señal mínima, pero medible, de qué proyectos despiertan confianza cuando la izquierda oficialista debate su rumbo.

Persiste la objeción de quienes sostienen que "ninguno me representa" y la respuesta es práctica: la ausencia del voto no castiga a los representantes rechazados. Por el contrario, invisibiliza las prioridades de quienes se marginan. Incluso si el candidato apoyado no avanza, los respaldos quedan contados y pesan en negociaciones internas, franjas televisivas y relatos mediáticos.

Chile volverá al voto obligatorio el 16 de noviembre. Esa norma garantiza cobertura, pero no corrige la brecha cualitativa que dejarán, como cada año, las primarias. La posibilidad de elegir ahora condicionará la papeleta final, y definir quién hablará en nombre de la coalición puede tener relevancia.

Las razones para no votar son comprensibles, pero el reconocimiento de esa legitimidad no debe obligar a rendirse. Votar, aun cuando nadie obligue, sigue siendo el modo más económico de recordarle a la política que todavía debe rendir cuentas.

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