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La Tribuna

El río Caliboro y la amargura del agro

por Leslia Jorquera

Comparan el Caliboro de hoy al río que era hace quince años, cuando sus aguas eran limpias, aptas para bañarse o realizar actividades recreativas. Hoy en día, el asunto es complejo aunque reconocen que podría ser aún peor de no advertirse algunos cambios que comenzaron a ser aplicados por una de las tres pisciculturas.

Hace un par de años era normal observar a familias disfrutando del río Caliboro y de sus aguas cristalinas. Ahora, más bien guardan cierta distancia porque a simple vista, observan turbiedad, dudosa sedimentación y evidente mal olor. Todo eso, los aleja del río, que acompañó a generaciones de familias residentes en sectores como Choroico, Mayanco, Caliboro Bajo o Luanco y también a quienes llegaban a vacacionar desde Los Ángeles.

Los vecinos que llevan más tiempo en el sector apuntan sus dardos hacia las pisciculturas, que actualmente son tres. Sin embargo, aseguran que de no haberse opuesto a la instalación de otras, éstas se habrían duplicado, acentuando el cambio en el PH del agua provocada por químicos, antibióticos y sales que emanan desde las pisciculturas al río por contener elevadas concentraciones de elementos contaminantes.

Acusan graves efectos en el medio ambiente, en la flora y fauna acuática. Además de trastornos en la agricultura como consecuencia del riego con aguas contaminadas.

A modo de ejemplo, argumentan que en el sector de Pedregal habitan familias dedicadas única y exclusivamente a la ganadería y a la agricultura, quienes evidencian los cambios en sus actividades productivas, por lo que solicitan se acentúen las fiscalizaciones.

Comparan el Caliboro de hoy al río que era hace quince años, cuando sus aguas eran limpias, aptas para bañarse o realizar actividades recreativas. Hoy en día, el asunto es complejo aunque reconocen que podría ser aún peor de no advertirse algunos cambios que comenzaron a ser aplicados por una de las tres pisciculturas.

Actualmente, el tema es preocupante porque los animales ya no beben como antes del agua del Caliboro, “y el agro está muriendo”, dicen con preocupación los vecinos dedicados por años a las actividades del campo, que reconocen que, aunque las salmoneras generan puestos de empleo, el impacto en la agricultura es severo. Suman además la desaparición de la actividad turística y el uso recreativo del río, debido a las complicaciones cutáneas. 

Pero más allá de la descripción de los problemas que deben sortear los habitantes, lo que en realidad exigen es una fiscalización rigurosa y planificada considerando que las descargas de los riles, -agentes contaminantes- se realizan al cauce en diferentes días y horarios, principalmente entre la medianoche y las cinco de la madrugada. 

Pero eso no es todo. La incertidumbre aumenta respecto del posible uso de altas concentraciones de formalina como producto capaz de reducir el nitrógeno amoniacal de aguas de efluente destinadas al cultivo de peces. Se preguntan si las dosis que emplean son las adecuadas, quién fiscaliza y si se eliminan correctamente los desechos al verse enfrentados a una realidad que desconocen.

Están empeñados en recuperar la productividad de sus tierras, pero admiten que en solitario no pueden por lo que demandan la urgente intervención de las autoridades competentes.

 

 

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