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La Tribuna
Columnista

Cuando criar se vive en soledad

Pía Bustamante Barahona

Académica del Departamento Nacional de Bioética
Universidad San Sebastián

por Pía Bustamante Barahona

En la actualidad, uno de los temas que genera gran preocupación en instituciones públicas, organizaciones sociales y espacios académicos, es la baja natalidad. El debate, habitualmente, suele centrarse tanto en sus efectos e impacto sobre el sistema de pensiones o el envejecimiento poblacional; como también en sus causas económicas, en donde destaca el alto costo de la vida o bien la falta de políticas de conciliación. Si bien estos son puntos que claramente deben ser abordados, el problema también debe abordarse desde una perspectiva más profunda y humana: la soledad que conlleva la crianza.

Hoy, en muchos casos, criar se ha vuelto un acto en solitario. Pueden existir políticas muy beneficiosas, tal como la de Sala Cuna Universal, pero su efectividad tiene límites. No tapemos el sol con un dedo, los niños se enferman con mucha frecuencia y es ahí donde las redes familiares son vitales, tanto de la pareja como de la familia y el entorno.

A lo anterior, se suma el miedo que viene asociado a tener un hijo a una edad avanzada. Miedo a enfermedades, condiciones, al agotamiento que significa la multitarea y a no tener con quién contar. Bajo esta realidad, las redes que antes sostenían la maternidad, sobre todo madres, suegras y abuelas, se han debilitado. La postergación de la maternidad lleva consigo una paradoja generacional, pues los padres de hoy ya no son tan jóvenes, y los abuelos de la actualidad son personas mayores, por lo que tienden a tener una mayor probabilidad de padecer complicaciones de salud.

A esto se suma que, como hemos orientado la vida hacia el desarrollo profesional, muchas personas viven lejos de sus familias. Las redes lentamente se van debilitando. Y algo no menos importante lo comporta el hecho de que las políticas de fertilidad apuntan a una vida reproductiva autónoma, incluso desvinculada de la presencia masculina, quebrando aún más el rol vital y fundamental de la familia.

Bajo todo este contexto, la bioética personalista nos recuerda que el ser humano es un ser por naturaleza social y relacional. Ningún proyecto de vida, ni la crianza, ni el embarazo, ni la vejez pueden sostenerse en soledad. El nacimiento de un hijo es un acontecimiento profundamente familiar, social y comunitario.

Quizás sea hora de considerar políticas familiares, ampliar las perspectivas y comenzar a escuchar no solamente a las mujeres, sino a las familias y a los padres, los cuales siempre quedan en el olvido. Podríamos iniciar preguntándonos qué podemos hacer como sociedad para que criar sea posible y sobre todo para que no sea una experiencia solitaria.

Pía Bustamante Barahona

Académica del Departamento Nacional de Bioética

Universidad San Sebastián

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