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La Tribuna
Columnista

¡¡ Lo condenamos !!

Alejandro Mege Valdebenito

por Alejandro Mege Valdebenito

"Mañana tal vez tengamos que sentarnos frente a nuestros hijos y decirles que fuimos derrotados. Pero no podremos mirarlos a los ojos y decirles que viven así porque no nos animamos a pelear." Mahatma Gandhi.

Nos hemos acostumbrado a leer y escuchar, reiteradas una y otra vez, difundidas en todos los medios de comunicación e información la expresión "¡Lo condenamos!" pronunciada por las más altas y diferentes autoridades políticas, civiles y gremiales, con ecos en voceros de diferentes instituciones pequeñas y grandes, así como de ciudadanos comunes y corrientes que han sufrido las consecuencias de graves actos delictuales y  quienes,  entendemos, que no sólo lo hacen indignados, también dolidos y frustrados, no solo condenándolos, como lo afirman con energía las autoridades, que prometen que los autores de esos delitos serán descubiertos, perseguidos y castigados puesto que nadie escapará a la mano de la justicia frente a los distintos episodios de delincuencia y terrorismo; destrucción y caos, que hemos estado viviendo a diario en nuestro país y que también son comunes en otros países, algunos con acciones brutales, sin piedad, criminales y degradantes que rebajan la condición humana a límites que no pensábamos que pudieran ocurrir en sociedades que se consideran a sí mismas más avanzadas, cultas y civilizadas y que deberían haber aprendido de los errores y dramas de la  historia y que parecen haberse quedado atónitas  para no reaccionar con oportunidad y firmeza ante esta realidad que nos golpea y nos reta a todos por la incapacidad para enfrentarla. Si bien es cierto que  el hecho  ocurre de manera generalizada en gran parte del mundo de hoy, ello no significa que no se pueda hacer nada más efectivo, eficiente y sostenido para superarla, lo que no se logra combatiendo solo los efectos que producen y no resolviendo simultáneamente las causas que lo producen y las alimentan, como son el flagelo de las drogas, la corrupción (incluso y de manera vergonzosa) en los poderes del Estado, una educación desigual, el comercio ilegal, el tráfico de armas de fuego, unido a un sistema judicial  sin capacidad para atender los procesos delictuales asociado a una justicia que no se aplica con rapidez y efectividad y con penas demasiados bajas que no amedrentan ni a los delincuentes menos avezados, a lo que se suma las actividades de grupos terroristas -esos desconocidos que resultan conocidos- que cuentan con redes de apoyo y suficientes recursos para desarrollar sus actividades con mayor libertad y total impunidad y donde la migración irregular hace su aporte, contribuyendo a sembrar la desconfianza y el temor en la población, sensación que el trabajo esforzado de la policía civil y de orden no ha logrado disipar, más cuando los recursos humanos y materiales de que disponen son insuficientes para hacer cumplir la ley, sometidos a críticas internas y externas al servicio que cumplen, por lo que hacen o dejan de hacer siendo,  muchas veces, la propia ley la que limita sus capacidades por defenderse aunque sea en circunstancias sin otras opciones, asumiendo también el peligro de su propia vida, pensando que sus familiares prefieren tener a un padre, a una madre, a un hijo,  o un ser querido y respetado vivo junto a ellos, más que a un ser humano asesinado por delincuentes, aunque póstumamente sea reconocido como un héroe, aspiración que nunca se tuvo que no fuera otra que dar seguridad, paz y tranquilidad a la población y hacer cumplir la ley.

Sin embargo, está bien, sigamos manteniendo en la mente colectiva el discurso que condena todo acto contra la ley, la injusticia, la agresión aleve y criminal, la integridad, la armonía, la paz el desarrollo y el bienestar social, sumando como sociedad al discurso de buenas intenciones acciones concretas, tanto públicas, como privadas de manera de concientizar, especialmente a las autoridades políticas y dirigenciales  que ya es hora de abandonar las trincheras que dividen, construir puentes y establecer consensos para que las condenas a los infractores de la ley que reclamamos sean efectivas y no solo promesas que se eternizan en el tiempo,

Alejandro Mege Valdebenito.

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