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El predominio del hombre sobre las demás especies, utilizando su capacidad de pensar y crear, bien pudo haber marcado una historia distinta en el lento y largo proceso del desarrollo de la humanidad, sin embargo , se produce lo contrario, ya que, tempranamente, en el período neolítico, cuando el hombre cultiva , cosecha y acumula el grano, encontramos las primeras manifestaciones de dominio sobre aquellos más vulnerables, y con ello los primeros actos de violencia, intencionada y dirigida, con el propósito de ejercer el poder. De aquí en adelante, el poder se expresa a través de la contienda, de la guerra y de la muerte, a pesar de los intentos por aportarle racionalidad a la convivencia entre los pueblos, primero a través de códigos (Amurabi), luego a través de tratados y acuerdos, hasta llegar a la creación de la Sociedad de las Naciones, la que posteriormente daría origen a la actual figura de las Naciones Unidas, encargada de velar por la seguridad y el desarrollo de la humanidad. Esta notable función debería ser suficiente para asegurar la tranquilidad a todo el mundo, pero una vez más, este organismo se construye sobre la base del poder, ya que los países más grandes y más ricos tienen mayor representatividad y hasta derecho a veto, lo que significa no reconocer ni validar los acuerdos de los demás miembros, especialmente de los más pobres y pequeños, dejando así el camino abierto para promover las enemistades, para validar las injusticias y terminar reconociendo la guerra como justa y legítima .
La barbarie de la guerra es una profunda negación a la racionalidad humana, a la inteligencia a sus valores, principios y emociones. Nada justifica la muerte, nadie puede arrebatarle al otro su vivir; pues la guerra nos hace perder nuestra humanidad. Hay pueblos que durante toda su existencia han vivido en un círculo de violencia, extinción, persecución y muerte, que resulta casi incomprensible y admirable su capacidad de sobre vivencia; tal es el caso de los pueblos de Palestina e Israel cuyo actual conflicto ha traspasado los umbrales de todas las casas del mundo, como si se tratara de una película más, solo que la cruda realidad se impone, estremeciendo el alma y el corazón del humano que todavía nos habita, dejándonos en silencio, porque ninguna palabra serviría para consolarnos de esas imágenes apocalípticas de tanta dolor y tanta muerte innecesaria .
Mario Morales Burgos
Profesor
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