En las últimas semanas – tal como menciona el alcalde Esteban Krause en una entrevista publicada este jueves en diario La Tribuna – se ha percibido un alza en hechos violentos que aumentan, a su vez, el temor de la ciudadanía y, por lo tanto, la sensación de inseguridad en nuestra comuna. Delitos, disparos y fuegos artificiales en distintos puntos de la ciudad, nuevamente amenazan la tranquilidad y el buen vivir de nuestros vecinos y vecinas, obligándonos a discutir con mayor agudeza las distintas formas de abordar este asunto.

Es sabido que este fenómeno – el aumento de la delincuencia – es de alcance nacional, pero debemos preguntarnos determinadamente, ¿qué podemos hacer nosotros como ciudad para abordar nuestra realidad en esta materia? En ese sentido, existen instancias de coordinación limitadas, tanto por presupuesto como por facultades legales como lo es el concejo de seguridad pública comunal, a través del cual podemos gestionar pequeñas coordinaciones con las fuerzas de orden y seguridad, en conjunto con la delegación presidencial, tal cual se ha hecho hasta ahora. Por lo tanto, solo podemos innovar mediante esas instancias y con el presupuesto determinado que tiene la comuna para esta área.

Pero para potenciar estos instrumentos, sería importante mirar y estudiar cómo lo han hecho otras ciudades para mejorar sus estándares de seguridad ciudadana. Al respecto, existen dos casos relevantes para observar: uno es el de la ciudad de Medellín, con el abordaje de los barrios conflictivos – estrategia implementada en la actualidad por la Municipalidad de Los Ángeles – la cual ataca directamente uno de los pilares impulsores de la delincuencia, la vulnerabilidad social. Es importante profundizar esta línea y establecer políticas comunales de largo aliento, pues a la capital de Antioquia le tomó poco más de una década comenzar a cosechar los resultados de esta política pública que, por cierto, consistía no solo en un abordaje institucional público, sino un trabajo colaborativo que incluía empresas privadas, ONGs, universidades locales, organizaciones territoriales, dirigentes vecinales, así también toda aquella persona dispuesta a colaborar.

El segundo caso a referenciar es el de Nueva York, cuya estrategia se centró en desbaratar los lugares públicos conocidos para la venta de drogas, pero primero, para recibir toda la información pertinente que permitiese construir una estrategia acertada, se hizo un trabajo fuerte – también alianza público privada – para mejorar la confianza de la ciudadanía en las instituciones pública y especialmente en las políticas, para así promover la entrega anónima de información, mejorando significativamente sus resultados.

Por otra parte, el alza de su calidad de vida en Nueva York – hasta la llegada del COVID 19 – también mejoró los indicadores de seguridad pública, ya que esto reduce la vulnerabilidad que, como explicamos más arriba, es uno de los pilares de la delincuencia, por lo tanto, una buena estrategia de desarrollo comunal con miras al futuro, puede perfectamente contribuir positivamente en este sentido, por lo tanto, debemos tener esa discusión, plantearnos esas preguntas relegadas como: ¿hacia dónde vamos?, ¿qué ciudad queremos para el futuro?, ¿hacia dónde estamos conduciendo Los Ángeles de cara a las próximas décadas?, ¿Existe una meta?, ¿Los Ángeles 2030, 40, 50...?

Que no quepa duda que la delincuencia y los resultados generales de una comuna están comprometidos – por no decir amarrados – a los resultados macro del país, pero ni eso, ni los límites de facultades institucionales, nos prohíben intentarlo mediante la gestión inteligente de soluciones, generando los vínculos y las coordinaciones necesarias para abordar esta y otras materias de nuestra ciudad.

¿Necesitamos más recursos? Sí, pero también necesitamos una estrategia conjunta potente, política y cívicamente amplia, capas de incluso trascender las administraciones municipales venideras, una política de seguridad comunal con miras al futuro.

Bryan Smith

Cientista Político