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La Tribuna
Columnista

La Tirana: una fiel expresión de religiosidad popular

María Loreto Cruz Opazo. Profesora Teología PUC, vocera Voces Católicas

por María Loreto Cruz Opazo. Profesora Teología PUC, vocera Voces Católicas

De adolescente tuve la suerte de ir a viaje de estudios al norte de Chile y presenciar los ensayos de los bailes en la fiesta de la Tirana. Me cautivaron sus ropajes, incansables coreografías y cantos marianos. Fui testigo del fervor de muchas cofradías que, bailando a la Virgen del Carmen en pleno desierto de Atacama, expresaban su fe y amor a Dios a través del cariño a nuestra madre del cielo.

Hoy el Papa Francisco nos recuerda que también la fe cristiana expresada en la liturgia entrega elementos para contemplar la belleza y la verdad de la celebración cristiana, porque nos garantiza la posibilidad del encuentro. Es una experiencia vital y se logra en la transmisión de padres a hijos, o en el testimonio de abuelas o madres a hijos, sobrinos y nietos. Por eso es tan grave cuando estas tradiciones se interrumpen y eliminan. Se corta la cadena de transmisión de valores y fe de generación en generación.

Tanto la liturgia cristiana como la religiosidad popular chilena son puertas de acceso a la fe y tradición católica, que se remontan a la colonia.  Es muy importante entonces respetar la idiosincrasia que lleva con esperanza en el corazón a la madre de Dios y busca darle una fiesta especial como pueblo de la Tirana, una reformulación de su cristianismo en su forma más auténtica. Todo chileno, ya sea del sur o del norte, no puede desconocer la importancia religiosa, folklórica, artística y popular que tiene un evento fiesta así tanto para la fe como para el turismo.

El corazón de la Iglesia Católica está adolorido, no parece justo que al mundo creyente se le pongan tantas limitaciones para un baile evento al aire libre mientras vemos como prosperan tantas actividades económicas y recreacionales en espacios cerrados como cines, malls, supermercados, gimnasios, ceremonias políticas, y multitudinarias marchas, todas autorizadas sin cuestionamientos.

Imagino el dolor de los creyentes, de las cofradías que tenían listos sus trajes y el alma para el baile este invierno. Me duele esta decisión como chilena y como católica, más aún como teóloga, ya que valoro el tremendo significado de la religiosidad popular como lugar teológico. Además, rescato la libre manifestación de la fe en el espacio público, porque para el mundo no creyente también es un regalo a modo de testimonio o como simple manifestación artística y belleza simbólica. La piedad popular puede ser el mejor punto de partida para sanar y liberar las diferencias entre los chilenos, y para producir unidad en la diversidad. Además, ayuda a no confiar en las propias fuerzas porque se vive comunitariamente, no se apega a un rito frío que busca cumplir determinadas normas o ser inquebrantablemente fiel a cierto estilo católico propio del pasado.  Se alimenta de tradición viva: de los cantos del pueblo y su fe actuante en el baile. Valoremos la religiosidad popular y volvamos a darle el espacio público que se merece.

María Loreto Cruz Opazo

Profesora Teología PUC, vocera Voces Católicas

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