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Démosle otra vuelta

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por La Tribuna

La idea de que los centros de enseñanza se conviertan en  escuelas que aprenden y, por lo tanto, en

escuelas efectivas, no es una opción, sino que una exigencia ética y moral.

Los nuevos horizontes de la sociedad actual obligan a  las instituciones educacionales a replantear

su visión organizativa, sus aspectos funcionales y su quehacer pedagógico de

modo que puedan responder a las demandas educativas de los estudiantes, quienes

en su condición de sujetos tecnológicos, hijos y herederos de este paradigma de

sociedad, miran, piensan, hablan e intervienen en los mismos términos; todo

esto además del imperativo de contar con líderes que se caractericen por

resolver problemas, apoyar a su personal y lograr que su institución educativa

sea siempre reconocida por la calidad que le es afín en sus diversos cometidos

y responsabilidades (Martínez, 1995); y ello, a propósito de que la calidad de

las escuelas depende en gran medida de las competencias, dedicación y estilo de

liderazgo de los equipos directivos (Martínez, 1995, op. cit.).

Las obligaciones en comento surgen del hecho que hoy por hoy se viven

tiempos excitantes y alarmantes por el mayor dinamismo económico mundial y

nacional, la complejidad tecnológica, la diversidad cultural, la incertidumbre

moral y las crisis de identidad (Undurraga, 1998), tornándose insoslayable el

desarrollo integral de todos los educandos de un establecimiento educacional

más allá de lo previsible, si se tiene en cuenta su rendimiento inicial y su

situación social, cultural y económica (Murillo, 2003, op. cit); debiendo darse

prioridad a unas acciones educativas que se orienten a la tenencia de

aprendizajes relevantes y significativos, a la conformación de propuestas

educativas desafiantes para la población estudiantil de que se trate, a la

consideración de una variedad metodológica y didáctica conforme la diversidad

discente (estilos y enfoques de aprendizaje, tipos de inteligencia, estadios de

desarrollo, hábitos y técnicas de estudio, procedencia social de los educandos,

entre otros aspectos diferenciales endógenos y exógenos que hablan de un

aprendiente real y no promedio que no existe), a unos intercambios sociales

recíprocamente contingentes en todos los espacios pedagógicos de la unidad

educativa, a la instalación de prácticas de monitoreo y retroalimentación de

los escolares, al mejor uso del tiempo como recurso que es prioridad para éstos

y a unas altas expectativas respecto del propio trabajo docente y de los

aprendizaje de los estudiantes, allí donde se encuentren.

Desde luego - atendidas tanto la falta de horizontes, como de

conocimiento, compromiso, solvencia y conexión con la realidad de las actuales

autoridades ministeriales para la generación, instalación e implementación de

políticas públicas coherentes y consistentes para este ámbito -, bueno es

preguntarse: 1) si existe alguna posibilidad real de alcanzar como país la

tenencia de una escuela efectiva como la que se necesita para responder a los

requerimientos de la sociedad del conocimiento y la información de la que hemos

sido  testigos y actores privilegiados; y

2) si existe también una posibilidad cierta de contar con una escuela que,

además de lo anterior, sea capaz de satisfacer las necesidades básicas de

educación requeridas por nuestros estudiantes más vulnerables, como son los que

pueblan los establecimientos del ámbito público; y al respecto, pero sin

ninguna duda, mi respuesta es clara y definitivamente No.

Prof. Juan Manuel Bustamante

Michel

Presidente de la AFDEM Los Ángeles

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