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Columnista

¿Quién vigila a los vigilantes?

Leslia Jorquera

Francisco Covarrubias, decano Facultad Artes Liberales Universidad Adolfo Ibáñez.

por Leslia Jorquera

 Así, terminamos en un final de opereta: con un protagonista que no quería morir y con un personaje -el Congreso- , que en este caso no tenía ningún rol formal, tratando de ganar un minuto de audiencia.

Hace 2.500 años, Platón, en “La República”, daba su visión optimista respecto de los guardianes de la polis. En su Estado ideal, donde serían elegidos los mejores, “sería ridículo que el guardián necesitara de un guardián”. Pero Chile se parece poco a Atenas y los guardianes en los que pensaba Platón no se parecen en nada a los carabineros.

Desde hace ya varios años, hemos empezado a ver la descomposición de Carabineros de Chile. En los últimos años se han conocido tres hechos graves: los $28 mil millones del “pacogate”, la chapucería de la operación Huracán y el deleznable caso Catrillanca. Pero, por si eso no fuera suficiente, esta semana se agrega uno más: la rebelión de Hermes Soto.

El mismo Soto que fue sancionado cuando era subteniente por brindar protección a prostitutas a cambio de atenciones gratuitas y de calidad. El mismo Soto en el que había muchas esperanzas de que fuera el primero en colaborar con un gobierno. El mismo por el que hubo que lograr variados retiros para que pudiera asumir. El mismo que debutó bien, con un lenguaje franco y buenas señales.

El mismo que empezó bien, pero que terminó mal.

El caso Catrillanca dio cuenta de un descontrol total. Con un general director al que le mentían o que decía que le mentían. Y ambas eran razones suficientes para sacarlo.

Pero Soto no se quería ir y quiso estirar al máximo la situación, mostrando minuto a minuto que el Hermes inicial no fue más que un espejismo y que Carabineros se sigue mandando solo.

Así, terminamos en un final de opereta: con un protagonista que no quería morir y con un personaje -el Congreso- , que en este caso no tenía ningún rol formal, tratando de ganar un minuto de audiencia. Los temores estaban en el contralor, que nos ha ido acostumbrando también a exigir que lo miremos, pero que esta vez decidió restarse del espectáculo.

Contra todo lo que se ha dicho, el Gobierno no ha estado mal. Y no solo en el caso Catrillanca; en todo el caso de Carabineros. Sacaron a Villalobos apenas asumieron, pusieron a Soto que parecía el más dispuesto a trabajar con el poder civil, ha enviado proyectos de modernización de las policías. Y apenas se supo la primera mentira de las cámaras, Chadwick salió a enfrentar el tema. Y cuando se supo la segunda mentira, sacó a Soto.

Pero el problema de Carabineros es demasiado profundo. A su ineficiencia para combatir el delito común se agrega la corrupción de su alto mando, el descrédito ante operaciones inventadas y una división profunda con camarillas internas. La única reserva moral que va quedando en la institución es el paco de la esquina. El estoico. El circunspecto. El incorruptible.

Así, la vieja pregunta del poeta romano Juvenal “¿quién vigila a los vigilantes?”, la misma que se había hecho quinientos años antes Platón, cobra más sentido que nunca. Y si hay una respuesta clara es que no es ni Bruno ni Hermes ni Mario Rozas Cárdenas.

Sencillamente, Carabineros no se puede seguir mandando solo…

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