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Columnista

Fin de la selección y el desafío de educar desde la diversidad

Leslia Jorquera

Verónica García Luarte, directora de Educación Diferencial Universidad San Sebastián.

por Leslia Jorquera

 El desafío es grande, pero lo es aún más para las instituciones de educación superior formadoras de profesores y para el sistema educativo que deberán crear los medios y espacios para que los profesores desarrollen estas actitudes.

Ha debutado en la región el Sistema de Admisión Escolar (SAE), vinculado a la Ley de Inclusión Escolar, cuyo principal objetivo es garantizar el fin de la selección en la admisión a los establecimientos subvencionados por el Estado. Implica que éstos ya no podrán elegir a sus estudiantes por factores académicos, socioeconómicos u otros. Desde su discusión inicial y hasta la puesta en marcha, ha generado controversia política y social, así como incertidumbre en las familias y sostenedores de establecimientos, pero aun cuando cada colectivo pueda tener sus puntos de vista, el profesor de aula tendrá el más grande de los desafíos; pues, de acuerdo o no, deberá abrirse a la posibilidad de un aula diversa, en experiencias y conocimientos previos, en estilos de aprendizaje, en intereses, motivaciones y expectativas, ritmos de trabajo, habilidades, destrezas y capacidades y, en ese contexto, deberá educar; asumiendo que la diversidad es consustancial al trabajo docente.

Hay que ser conscientes de las dificultades que entraña la puesta en marcha de cambios tan sustanciales como los que se derivan de la actual política pública. Por ello es que centrándonos solo en el profesor, es necesario poner foco en las características que este debe tener: ser crítico y reflexivo de su propia práctica; abierto y flexible ante el currículum, los objetivos y estrategias planificadas, así como ante  la tensión que puede provocar la falta de estructuras colaborativas y servicios de apoyo apropiados; creativo, organizado y democrático; capaz de establecer relaciones socioafectivas respetuosas, de coordinar y dinamizar la comprensión de una cultura de inclusión en la comunidad escolar en su conjunto; que sea capaz de mantener una actitud positiva ante el cambio, de motivarse internamente y de asumir su rol con humildad y generosidad.

El desafío es grande, pero lo es aún más para las instituciones de educación superior formadoras de profesores y para el sistema educativo que deberán crear los medios y espacios para que los profesores desarrollen estas actitudes, así como buscar los mecanismos que permitan ofrecer programas de formación continua a los profesores en ejercicio, para evitar que se produzca una disparidad entre lo que se pretende con las disposiciones de la normativa y lo que en realidad ocurre en la escuela.

        

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