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La Tribuna
Columnista

Jesús proclamaba el Evangelio de Dios Mc 1,12-15

Leslia Jorquera

  + Felipe Bacarreza Rodríguez

    Obispo de Santa María de los Ángeles

por Leslia Jorquera

El Evangelio propio del Domingo I de Cuaresma es el de las tentaciones que sufrió Jesús en el desierto antes de comenzar su misión. La duración de esa permanencia de Jesús en el desierto –cuarenta días– determina la duración de este tiempo litúrgico: «Permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás». De esta manera, la Cuaresma nos invita a tener permanentemente en nuestro espíritu la imagen de Jesús en la soledad, orando, privado de todo alimento y de todo placer de los sentidos y luchando contra Satanás que quiere apartarlo de su misión.

Marcos no nos informa en que consistían esas tentaciones. Solamente afirma el hecho de que Jesús fue tentado. De esta manera, indica que él sufrió todo tipo de tentación a la que puede ser sometido un ser humano. La epístola a los Hebreos lo dice de esta manera: «No tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, habiendo sido tentado en todo, según la semejanza con nosotros, excluido el pecado» (Heb 4,15).

Estamos en el primer capítulo del Evangelio de Marcos y él nombra a un personaje al cual no presenta, porque lo da por conocido: Satanás. ¿Quién es y por qué trata de apartar a Jesús de su misión? El término «Satán» significa «adversario». Su primera aparición está en el libro de Job. Él pidió a Dios permiso para demostrar que la santidad de Job no resistiría la tentación. Después de probarlo con la pérdida de todos sus hijos y de todos sus bienes y con la enfermedad más repugnante, Job se mantuvo fiel a Dios (cf. Job 1,8-2,10). En el libro del Apocalipsis se anuncia su futura derrota y se nos dice que él se identifica con la serpiente antigua y con el diablo: «Fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero» (Apoc 12,9). La primera acción de Satanás es, entonces, en la forma de la serpiente que logró engañar a Adán y Eva y así, introdujo en el mundo el pecado y la muerte, que afectaron a nuestros primeros padres y a todos sus descendientes. Satanás es el adversario de Dios y como tal logró dañar la obra más amada por Dios: el ser humano. Quiere apartar a Jesús de su misión, porque percibe que Jesús viene a salvar al ser humano del pecado y de la muerte. Si, en una hipótesis imposible, lo hubiera logrado, eso habría sido el triunfo definitivo de la muerte. Pero venció la vida, tal como había sido declarado por Dios a la serpiente antigua: «Él te pisará la cabeza, mientras tú insidias su talón» (Gen 3,15). Las tentaciones que sufrió Jesús son parte de esa insidia de Satanás.

Satanás no sólo quiso hacer caer a Jesús, sino también trata de destruir su Iglesia. Lo hizo desde el principio con la piedra sobra la cual Jesús fundó su Iglesia. En efecto, Jesús advirtió a Pedro: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribarte como trigo» (Lc 22,31). No habría podido vencer el apóstol, si no hubiera contado con la ayuda de Jesús: «Pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (Lc 22,32).

La acción de Satanás sigue presente en el mundo con particular virulencia. Él está en el origen de todos los episodios de muerte violenta que afectan a nuestro mundo, como el recién ocurrido en esa escuela secundaria de Florida, USA. ¿Quién puede mover a un adolescente que, sin motivo alguno, inesperadamente, mata a diecisiete otros jóvenes? ¿Cómo se explica que inmensos recursos de la tierra se empleen en la fabricación de armas y medios de muerte, instrumentos para matarse unos a otros, mientras multitudes de seres humanos carecen de lo necesario para vivir o mueren de hambre? Nadie quiere esto. Y, sin embargo, sigue ocurriendo. ¡Lo quiere Satanás! El Evangelio de este domingo nos enseña que sólo Jesucristo puede vencer a Satanás, que sólo él puede declarar con verdad: «Yo soy la Vida... Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia» (Jn 14,6; 10,10).

Concluido el tiempo de cuarenta días en el desierto, Jesús comienza su misión. El evangelista la resume así: «Jesús proclamaba el Evangelio de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en el Evangelio”». Se ha cumplido el tiempo anunciado por Dios a través del profeta Isaías: «En aquel día mi pueblo comprenderá que “Yo soy”, quien dice: “Aquí estoy”. ¡Qué hermosos sobre los montes los pies del que evangeliza, que anuncia la paz, que evangeliza el bien, que anuncia salvación, que dice a Sion: “Reina tu Dios”!» (Is 52,6-7). Este es el Evangelio de Dios que se cumplió en la Persona de Jesús. Él da cumplimiento a la salvación de Dios.

Este tiempo de Cuaresma es un tiempo de oración y de gracia que nos concede unirnos más a Jesús para recibir de él la vida eterna, que sólo él nos comunica.

                                                       + Felipe Bacarreza Rodríguez

                                                 Obispo de Santa María de los Ángeles

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