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La Tribuna

Feliciano Purrán, el último gran guerrero pehuenche

por Juvenal Rivera Sanhueza

El historiador y abogado Tulio González Abuter entrega una semblanza de uno de los líderes indígenas que fue conocido como el "señor de Los Andes", que después se afincó en Alto Biobío.

“Pehuenches al galope” se llama esta ilustración del naturalista alemán Eduard Poeppig. / MemoriaChilena.cl

Con la incorporación del caballo a su vida trashumante, la etnia mapuche pehuenche alcanzó una gran expansión territorial y modificó su cosmovisión al incluir a este noble animal en su mundo mágico espiritual. De esta forma, los pehuenches se convirtieron en uno de las culturas ecuestres más importantes de América. Eran diestros jinetes que alcanzaron a expandir su influencia en todo el vasto territorio del Neuquén, las provincias de Mendoza y Buenos Aires en Argentina y la zona del río Maule al volcán Llaima en Chile.

Hacia fines del siglo XIX varios pueblos establecieron alianzas en confederaciones cuyos líderes guiaron grandes incursiones sobre los territorios de Chile y especialmente de Argentina. Los mapuche atravesaron hasta la banda oriental de Los Andes influyendo en otros pueblos, especialmente en los ranqueles, en un proceso conocido como la "araucanización de las pampas". Uno de los lonkos pehuenche más importantes de la época era Feliciano Purrán, conocido por sus proezas con el caballo y la lanza; inteligente, gran orador, persuasivo, guerrero y diplomático.

Guillermo Perchman lo describió así: "Altura 1,70 más o menos, muy grueso, casi lampiño, poco bigote sobre el borde del labio, cara redonda, ojos negros y de mirar simpático". Casó con una de las hijas del legendario cacique Quilapán, estuvo a la altura de Calfucura y Namuncura y rivalizaba con los cacicazgos de Reuquecurá y Saylahueque. Purrán mantenía vínculos con las autoridades chilenas y comerciaba ganado hasta esta parte del territorio.

En 1879 Argentina echa andar un plan para posesionarse de los territorios ocupados por pueblos ancestrales al sur del río Negro, en lo que se conoció como "la conquista del desierto", que lideraba el general Julio Argentino Rocca, quien después fuera Presidente de su país.

A Feliciano Purrán se le conocía por el gran poder que ejercía al norte del río Neuquén, por lo que uno de los objetivos de los militares trasandinos era su captura. Se le conoció como "el rey de las manzanas" o el "señor de Los Andes". La guerra fue cruenta y las divisiones de experimentados soldados barrieron con miles de hombres, mujeres y niños indígenas en una lucha sin piedad.

En el verano de 1880, Purrán y mucha de su gente había atravesado la cordillera para instalarse en el Alto Bío-Bío, en la parte sur del río, huyendo de la implacable persecución de los argentinos. Pero una columna comandada por el mayor Manuel Ruibal se introdujo en territorio chileno, llegando a la margen norte del río, acampando en el sector de Nitrito; allí, el militar se enteró por casualidad que del otro lado se encontraba el lonko guerrero Purrán y decidió tenderle una trampa y con engaños sedujo a algunos jefes pehuenches para que pasaran a parlamentar, bajo la promesa de paz y ayuda del gobierno argentino. Pero éstos, recelosos y conscientes de los reiterados engaños y de la brutalidad ejercida sobre su pueblo, decidieron regresar sin concesiones. El lonko había dicho: "El huinca pillo y ladrón, una vez más nos amenaza con traernos la guerra para apoderarse de muestro mapu y nuestro cullín".

Sin embargo, el oficial argentino persistió en su empeño y amenazó pasar a la otra orilla hostilmente si el famoso lonko no venía a saludarlo para hacer la paz. La estratagema surtió efecto por lo que el 25 de enero de 1880 Feliciano Purrán decide pasar a parlamentar con los argentinos. Previamente, varios soldados se habían parapetado, tirados en el suelo, armados con modernos fusiles Remington, esperando una señal del mayor Ruibal, quien se había sentado en semicírculo con su invitado y otros pehuenches, aunque algunos permanecían de pie.  Al cabo de unos minutos, a una señal convenida, comenzaron los disparos, mientras algunos soldados se lanzaron contra Purrán para reducirlo. La resistencia fue feroz, pero finalmente se entregó diciendo: "¡no maten a mi gente!". En un acto inhumano, los militares habían disparado a la otra orilla, produciendo una gran matanza; algunos se lanzaban al río en medio de una polvareda y los gritos y llantos de las mujeres. A su lado, yacían los cuerpos de su hermano y otros jefes pehuenche. Su mundo se derrumbaba, impotente ante el avance implacable de los huincas.

Los soldados atravesaron el río para rematar a los heridos y robar todo cuanto pudieran. El lonko es llevado prisionero allende Los Andes y sin proceso alguno confinado a la isla Martín García, en el Río de la Plata. Ocho años más tarde logra convencer a un militar que lo lleve a Ranquilón, donde habría una mina de plata. De allí huye velozmente a caballo hacia este lado de la cordillera, instalándose al sur del río Bío-Bío, entre los suyos, hasta el fin de sus días.

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