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La Tribuna

Convención Constitucional: las intervenciones de apertura de Vanessa Hoppe y Luis Barceló

por Juvenal Rivera Sanhueza

En los primeros días de las deliberaciones, dos de los cuatro representantes del distrito 21 dieron sus discursos de apertura, cuyos principales aspectos son considerados en esta crónica.

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Desde que la semana pasada se iniciara el trabajo de las comisiones permanentes que están debatiendo la redacción de una propuesta de Constitución Política, cada uno de los 154 convencionales constituyentes ha contado con cinco minutos para un discurso de apertura de las deliberaciones.

Se trata de la expresión de voluntades y afanes de los representantes del cuerpo colegiado de cara a los próximos meses, en que se debatirán los distintos aspectos de la nueva Carta Magna.

En los primeros días, dos de los cuatro representantes del distrito 21, Vanessa Hoppe y Luis Barceló, dieron sus discursos de apertura, cuyos principales aspectos son considerados en la siguiente crónica.

VANESSA HOPPE

Con quienes nos ven hoy esperanzadas desde fuera compartimos un sueño colectivo de una sociedad más justa, solidaria y feliz, que supere la economía neoliberal, antidemocrática e injusta, que respete y cuide la naturaleza, que promueva y respete los derechos humanos, que consagre un Estado plurinacional, donde el feminismo atraviese todos los campos del poder.

No tenemos la certeza de que estos sueños se hagan realidad, pero sí sabemos que para materializarlos debemos remediar todo aquello que no nos deja vivir dignamente y que nos obliga a sobrevivir. No sé cómo podríamos construir y avanzar sin reparar las profundas heridas y dolores que este país y sus pueblos hemos vivido. No es posible esperar otros 30 años sin que exista una real reparación.

La diversidad biocultural de nuestro distrito es particular, sin embargo, hay problemáticas transversales, a nivel nacional, originadas en una caótica forma de producción económica extractivista, en la que la vida y la cultura de las comunidades pasan a ser bienes jurídicos de segunda categoría al servicio de la industria forestal y del mercado energético.

El futuro de nuestra gente depende del agua, sin embargo, muchas comunidades son abastecidas por camiones aljibes, mientras se continúa ingresando proyectos hidroeléctricos que no evalúan el impacto en el ciclo hidrológico, o en las quebradas y vertientes, las que lucen repletas de pinos y eucaliptos, a pesar de que limitan funciones ecosistémicas fundamentales.

Tampoco se mide la suma de impactos producidos por proyectos diversos instalados en una misma cuenca, como ocurre en el río Biobío, en la comuna de Alto Biobío, donde existen cuatro centrales hidroeléctricas en proyecto y aún persisten en construir otra en Rucalhue, pagando esta parte de la población la luz más cara de Chile.

En Curanilahue, el porcentaje del territorio propiedad de las empresas forestales supera el 80%. El Estado jamás le puso límites a estas empresas que han priorizado el lucro por sobre la vida, secar las aguas, esterilizar tierras, quemar nativo, plantar monocultivo y clientelizar a las personas, supliendo los derechos sociales que nos quitó la dictadura. 

Nuestras problemáticas son fiel reflejo de un Estado que no dio el ancho. Un Estado que, por su carácter, decide marginarse de las problemáticas de su gente para preocuparse del mercado, un Estado subsidiario que afortunadamente hoy, juntas y juntos, tenemos la posibilidad de cambiar por uno que ponga su actuar en función de la protección de la naturaleza, sus ecosistemas y de quienes la habitamos.

Como feminista anhelo una Constitución que permita la transversalización de la perspectiva de género, la paridad como un principio imperativo en todos los órganos del Estado, y que no se siga desconociendo e invisibilizando el trabajo de cuidados que muchas mujeres realizan a diario.

Es momento histórico para que también reconozcamos a las distintas comunidades, sus culturas y los conocimientos que tienen sobre sus territorios.

Confiamos en que organizados en nuestras comunidades no solo contribuimos a garantizar la satisfacción de las necesidades humanas, sino que también propiciamos la construcción de una mejor calidad de vida y, en definitiva, de un buen vivir.

Sostenemos que el acceso a una educación estatal y comunitaria, universal, de calidad y gratuita; la implementación de un sistema de salud universal, solidario, equitativo, de calidad y sin fines de lucro; el acceso a seguridad social y derechos laborales que garanticen bienestar y jubilaciones dignas, y el acceso a viviendas sustentables y acordes a las necesidades de las familias, sin segregación residencial ni endeudamiento, son condiciones mínimas para una sociedad más justa.

Invitamos a las 154 constituyentes presentes, así como a nuestras comunidades, a tomar el destino en sus manos y trabajar responsable y colectivamente para construir la vida y el futuro que queremos vivir.

LUIS BARCELÓ

Me he acordado mucho de aquella distinguida pensadora política alemana Hannah Arendt. Ella decía que las protestas sociales revolucionarias empiezan cuando la sociedad ha perdido toda esperanza, ha perdido toda ilusión, ha perdido toda fe de crear, dentro del marco jurídico existente, una sociedad que sea mucho mejor y más justa para todos.

Lo que sucedió en Chile en los últimos meses de 2019 tiene su causa precisamente en la pérdida de la esperanza, la fe y la ilusión que, bajo el marco de la Constitución de 1980, pudiera tener un país moderno. ¿Qué es un país moderno? Es un país justo que le da a todos sus hijos las mismas oportunidades reales y efectivas.

Hay que reconocer que quienes fuimos parte de los gobiernos de la Concertación, si bien hicimos muchas cosas positivas, muchísimas, crecimos más que antes, pero nos quedamos muy cortos, realmente muy cortos, esa es la realidad.

Cuando el pueblo perdió la esperanza, salió a los espacios públicos y nos enseñó al resto, que además estamos un poco más viejos, que teníamos que darle otra mirada a las cosas, mirar el pasado reciente y ver en qué nos habíamos equivocado.

En los últimos 30 años se construyó un mundo mejor. Eso es cierto y hay que decirlo con todas sus letras.

Tengo 68 años. Estuve, por razones de actividades de mi padre, en colegios públicos y privados. Tuve un buen pasar; mi familia es de clase media consolidada, pero asistí a escuelas públicas. Recuerdo en 1958, el primer año en que fui a una escuela pública en un pueblo de la provincia de Ñuble, que había niños que no tenían zapatos, que sufrían frío porque era una ropa de lana encima, llenos de enfermedades, en fin. Era un mundo tremendamente desigual.

Ese mundo de los 60, 70 y 80 cambió de los 90 al 2020 de manera esencial y muy fundamental.

Hay que tener la mirada larga y, para eso, es más fácil cuando uno es viejo. No hablo de la inmediatez de los 20 y 30 años, donde se es mucho más audaz, sino que lo que debemos hacer ahora es mezclar no solo las posiciones políticas e ideológicas, sino que sentarnos a conversar.

Los pocos viejos que habemos acá, que no somos tantos, les podemos dar una mirada de largo plazo. Así, entre la ecuación de prudencia y audacia, vamos a construir una sociedad mucho mejor con una nueva Carta Magna que reemplazará a la Constitución del dejar hacer, liberal a ultranza que nos ha regido por estos últimos 40 años.

Quiero un país que le dé oportunidades reales y efectivas en salud pública, una fuerte educación pública. No queremos terminar la privada, pero que se financie sola. Necesitamos además Fuerzas Armadas que efectivamente estén bajo el control político de la nueva Constitución.

Necesitamos un mundo mucho más igualitario, menos desigual y que nos ayude a construir, a partir de la Constitución de la esperanza, un Chile en que todos vivamos unidos y todos nos sintamos unidos bajo la misma patria.

Podemos empezar a escribir las nuevas relaciones con el mundo indígena. Alto Biobío es un territorio de dos mil 200 metros cuadrados, con ocho mil habitantes, con un 95% de población pehuenche, con cinco o seis grandes fundos que solo son títulos de papel que no representan un uso ni un goce efectivo de la propiedad.

El Estado pudiera determinar allí, donde no hay grandes conflictos, la posibilidad una nueva autonomía gradual que nos sirva de ejemplo para lo que se pueda hacer más adelante en otras zonas del país.

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