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La Tribuna

El psicópata de los calzones (II parte)

por Juvenal Rivera Sanhueza

En la historia criminológica local, el caso del psicópata de los calzones es único. En la segunda parte y final de la historia, los relatos de los peritos que describen la particular personalidad del condenado.

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Lunes 23 de septiembre de 2013. 8,30 horas

Primera Sala del Tribunal de Juicio Oral en Lo Penal

Los Angeles

Esposado y escoltado por un funcionario de Gendarmería, J.R.C. ingresa lentamente a la sala del tribunal para el inicio del juicio en su contra. Hay expectación periodística. Los cámaras de los canales de televisión copan la sala, que se hace estrecha para los periodistas y curiosos que quieren ver el rostro del joven que generó la verdadera sicosis colectiva en la ciudad, tras la seguidilla de ataques sexuales.

La presidenta de la sala, Silvana Muñoz, enumera las denuncias, una a una. La lectura se hace extensa. En total, son 36 casos de mujeres, incluidas algunas menores de edad, que fueron víctimas de su actuar entre abril de 2011 y enero de 2012. A R.C. se le sindica como autor de 30 robos con intimidación, siete abusos sexuales y tres delitos de receptación.

En total, son 62 testigos y peritos los que están en la nómina de declaraciones, entre ellas, gran parte de las jóvenes víctimas.  

Por los delitos reiterados de robo con intimidación y receptación, el Ministerio Público pide 15 años y un día de cárcel; por los de abusos sexuales reiterados, en tanto, pide otros 15 años y un día. En total: 30 años y un día, una de las sentencias más duras que se ha pedido contra imputado alguno desde el inicio de la Reforma Procesal Penal.

La Fiscalía busca, además, la inhabilitación del imputado para postular y ejercer algún cargo y oficio público mientras dure la condena. Además, pide que sea vigilado por la autoridad competente en los diez años siguientes al cumplimiento de la pena principal.

Sorprende que el propio imputado hable de las acusaciones en su contra. Con voz tímida, asegura que jamás quiso abusar de sus víctimas, porque no hubo contacto piel a piel. Sin embargo, admitió que sí lo hizo con algunos utensilios, como fue el caso de una escolar en que usó un cepillo de dientes para recorrerle sus partes íntimas, lo que dejó registrado en un video grabado con el celular de la joven.

Sin dar mayores razones, admite que tiene la obsesión de tener ropa interior femenina desde que tenía 10 a 12 años. Las primeras víctimas fueron sus primas. Luego, sus tías. Cuenta que una vez fue descubierto por sus padres, siendo duramente castigado. Sin embargo, eso no lo hizo escarmentar.

Cuando comenzó sus estudios en Los Ángeles, empezó su afán por pretender las prendas íntimas de desconocidas. El mismo relata que un hecho fortuito lo hizo tomar la determinación: su madre le requisa el arma de fogueo a su hermano mayor, a quien consideraba problemático, y la esconde en su dormitorio.

Esa misma arma la usaría para intimidar a sus futuras víctimas.

Sus palabras toman un curso extraño cuando asegura que su hermano mayor habría abusado de él cuando era muy niño. Creo que eso me trastornó un poco, agrega.

Para qué robaba la ropa íntima. Ahí entrega dos versiones: por un lado era para excitarse y autocomplacerse. Sin embargo, orientado por su abogado defensor, asevera que lo hacía para saber qué se sentía ser mujer. Incluso, a veces se probaba las prendas.

Lunes 23 de septiembre de 2013. 8,30 horas

Primera Sala del Tribunal de Juicio Oral en Lo Penal

Los Ángeles

Claudia Hermosilla, psicóloga:

J.R.C. provendría de una familia disfuncional, asociada a episodios de violencia, maltrato y frecuentes discusiones entre sus padres.

En su etapa escolar, el hombre se habría caracterizado por ser un niño retraído, aislado y de rendimiento regular. En la enseñanza media, en tanto, habría tenido un mayor despertar y empieza a mostrar mayor seguridad. Sin embargo, es en la universidad cuando comienza con estos comportamientos incontrolables, con pensamientos obsesivos que lo invaden en querer apoderarse de las prendas íntimas de mujeres.

Su nivel intelectual es normal y no hay alteraciones en el área cognitiva que pueda afectar su desempeño familiar, laboral y personal, añadió Hermosilla. En el área interpersonal, no comparte con sus pares en la universidad no comparte, siento retraído y aislado.

Presenta una personalidad marcada por el egocentrismo, está centrado en él, en sus necesidades, pensando -principalmente- en satisfacer sus deseos, sin tomar en cuenta cómo se sienten las otras personas. Presenta una conducta de grandiosidad, piensa que no lo van a descubrir; es bastante impulsivo, al no poder controlarlos. Necesita estimulación y experiencias fuertes, vivir al límite. Eso se ve en las fiestas homosexuales que frecuentaba (a las cuales habría sido invitado por su jefe) y en las mismas experiencias de abordar a las víctimas.

No experimenta sentimientos de culpa ni arrepentimiento, distingue entre el bien y el mal pero no logra controlar este impulso.

Presenta conductas desadaptativas desde la infancia, mal manejo conductual y una sexualidad polimorfa; es decir, distintas formas de dar placer, como voyerismo, exhibicionismo, fetichismo.

Los ataques a las víctimas se basan en la constante necesidad de querer saber cómo era la sexualidad de la mujer. Considerando todas estas características, el diagnóstico es un trastorno de identidad sexual que busca su propia solución a través de la psicopatía, es decir, a través de una transición de normas de sometimiento hacia las víctimas

Leonardo Manríquez, psiquiatra:

R. tiene claro que lo que hizo no fue normal, sin embargo, no se explica porqué eso fue así. Sabe distinguir lo correcto de lo incorrecto, hecho que habría quedado en evidencia cuando nació su hija, en diciembre de 2011. Bajo esa circunstancia, se habría dado cuenta de que no le gustaría que alguien le hiciera lo mismo a la niña.

En gran parte de la entrevista miró hacia el suelo, realizando escaso contacto visual. Su discurso era coherente y fluido, no presentaba alteración en su lenguaje y no se evidenciaba productividad psicótica durante la entrevista ni relata hechos que hagan suponer que, al momento de la evaluación, presentaba alteraciones psicológicas.

El imputado no sufre ni ha sufrido un trastorno psíquico calificante de locura o demencia y presenta una disfunción de la personalidad por descontrol de sus impulsos.

Al no plantear un manejo biopsicosocial, constituye un severo peligro para la sociedad.

Ambos profesionales concuerdan en que R. padece un trastorno de parafilia; ésta se explica como una alteración en el comportamiento sexual de la persona, quien encuentra placer en objetos externos. En este caso, con la ropa interior.

Lunes 7 de octubre de 2013. 19 horas.

Primera Sala del Tribunal de Juicio Oral en Lo Penal

Los Ángeles

Después de 12 minutos de repasar cada una de las acusaciones de las cuales fue encontrado culpable, la jueza Silvana Muñoz finalmente termina de leer la sentencia en contra de José Miguel Roa Chávez: 19 años de presidio por la totalidad de los delitos.

La jueza leyó rápido las fechas de los delitos, de los ataques, de los casos que no fueron considerados. Las palabras se atropellan, apenas se entiende. Hace una pausa para leer la primera condena: 12 años por los robos con intimidación, y siete más por los ataques sexuales. Fue condenado por 29 delitos y absuelto en siete.

La sentencia tiene 170 páginas. La magistrada sólo leyó la parte principal. Así y todo es extensa.

En la sala, unos pocos medios de prensa observan la lectura. No está la expectación de los primeros días.

El joven había ingresado previamente a la sala y se sienta en el banquillo de los acusados. Flanqueado por dos gendarmes, escucha la condena en absoluto silencio. No gira su rostro en ningún momento. Con el mismo silencio, es retirado del lugar.

El fallo de las magistradas Silvana Muñoz, Marisol Panes y Andrea Rodríguez en contra de José Miguel Roa Chávez es uno de los más duros desde que se inició la Reforma Procesal Penal en Biobío, fundamentalmente por la cantidad de los delitos.

Hay conformidad con el resultado de la sentencia. Hay que entender que los casos en que no se presentaron las víctimas, por obvias razones, también influye en la decisión del tribunal, afirma Jorge Sandoval, fiscal jefe de Los Ángeles.

Para el persecutor, se trata de una condena ejemplar para la situación que estábamos viviendo y estamos confiados en que se ha hecho un buen trabajo y que lo mismo va a ocurrir en un eventual de recurso de nulidad.

Jaime Zegpi, abogado defensor, tiene una visión optimista, pese a todo. En un escenario de culpabilidad, la sentencia es bastante favorable porque de 36 ilícitos, respecto de los cuales había sido acusado mi representado, obtuvimos absolución en siete.

Tras explicar los recovecos legales, Zegpi asegura que su defendido es un niño enfermo, que hay que rehabilitarlo, hacerle tratamiento, recuperarlo. Es un niño inteligente, trabajador, de mucho esfuerzo.

Mientras los medios de prensa, al fondo de la sala del tribunal, en solitario, una mujer de pelo negro y corto permanece sentada. Usa lentes oscuros de gruesa montura. Sólo observa en silencio. Tan pronto como se retira el joven después de la lectura de la sentencia, ella sale y baja presurosa las escaleras del juzgado mientras los periodistas hacen las entrevistas. La madre de J.R.C. dice que no quiere hablar, luego de enterarse de la dura condena contra su hijo.

Viernes 3 de enero de 2004.

Corte de Apelaciones, Concepción

La Corte de Apelaciones de Concepción acoge un recurso de nulidad en favor del llamado psicópata de los calzones y rebaja de 19 a 10 años de cárcel la pena dictada por el Tribunal Oral de Los Ángeles.

Tres meses después que J.R. fuera encontrado culpable de robar y abusar sexualmente de mujeres, los magistrados acogen el recurso de nulidad de su defensa y aunque no ordenan un nuevo juicio, sí modifican la sentencia.

Además de aceptar el argumento de que algunos delitos de abuso y robo no fueron debidamente probados en la acusación por parte del Ministerio Público, el dictamen toma en cuenta el antecedente de los problemas psiquiátricos del acusado.

En consecuencia, de los 19 años iniciales a los que fue condenado por la justicia, se le rebaja a poco más de la mitad del tiempo que permaneció tras las rejas.

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