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La Tribuna

La semilla de la curiosidad

por La Tribuna

Se tiene el prejuicio que a los niños y niñas, o que los adolescentes no se interesan en temas de historia local. Y pongo acento en la palabra "prejuicio" (así, entre comillas) porque muchos hemos dado por sentado que sus preocupaciones giran en torno a los temas más cercanos, como sus amigos, su familia o la pantalla de un teléfono celular. Asumimos que si pretendemos contar temas "fomes", recibiremos - al cabo de un rato - un inacabable bostezo como respuesta. O de hastío, si la presentación ha sido extensa.

Cuando por decisión propia hace cuatro años comencé a dar charlas de manera gratuita a las escuelas, liceos y colegios, tenía ese prejuicio muy acendrado. Aunque, siendo honesto, más que una idea preconcebida, era miedo. Sí, miedo a que mis interlocutores se latearan de una manera insufrible, que me pusiera nervioso al observar sus respuestas, a que le pusieran más interés al vuelo de un pájaro en el patio a las palabras que pudiera decirles al frente de la sala de clases o del auditorio en que haría mi presentación sobre historia local, un tema que me ha apasionado desde siempre.

Gran error. Mi prejuicio era eso, un prejuicio. Los hechos me demostraron algo completamente distinto. En escuelas de barrios pobres o de zonas campesinas (muy lejanas de la urbe), o en colegios de la ciudad, me sorprendió muy gratamente la respuesta. Hubo interés, mucho interés. Hubo preguntas. Muchas preguntas. No sé si hubo bostezos pero algo de eso debió ocurrir (y es compresible, por cierto).

Me emocionó la respuesta de los niños, niñas y adolescentes. Claro, puede parecer que hablarles sobre la ciudad en la que viven parece aburrido. Sin embargo, quizás la única estrategia clara es que debo hablarles desde lo cercano, desde lo que conocen o han visto a menudo.

De la plaza, de las estatuas de la plaza, de laguna Esmeralda, del estadio o algunos edificios. Lo otro es transmitir el gusto por lo que hago, por contarles lo que sé, por tratar de abrir esa necesaria ventanita a la curiosidad para conocer sobre la tierra que nos cobija.

Poco y nada saco con almacenar y almacenar información sobre nuestra zona, sino tengo la capacidad de contar lo que sé, de transmitirlo a otros, de hacerlo llegar a las personas, especialmente a los niños y niñas, y con mayor razón si son de sectores apartados y de alta vulnerabilidad social.

En abril, mayo y junio dedico parte de mi tiempo a esta labor con la fascinación de quien siente que está haciendo algo útil, con la certeza que lo seguiré haciendo porque hay que hacerlo, porque aunque parezca que fútil, innecesario o poco importante, creo que debe hacerse.

Porque si a más de uno soy capaz de sembrarle la semilla de la curiosidad, de querer preguntar, de buscar respuestas, no solo para los temas de la historia, sino que para la multiplicidad de intereses que puede tener el ser humano, entonces podré decir - con certeza - que esto ha valido la pena.

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