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La Tribuna

Las cosas injustas de la vida

por Cristian Delgadillo Rosales

No podemos naturalizar la injusticia -ni social, ni laboral ni de ningún tipo-, porque al hacerlo permitimos que se envenene al resto de la comunidad. Por ello, si ve una injusticia en la calle, en el trabajo o en su propio hogar, alce la voz, sea un motor positivo de cambio y no sea usted el silencio cómplice que avala lo malo.

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Vivimos inmersos en un mundo que avanza tan rápido en todo orden de cosas, que las relaciones humanas entre los pares tienen muchas veces un valor menor.

Consideremos algunos ejemplos.

Si un profesional del sector privado hace bien su trabajo, se destaca por su talento y disposición, pero la empresa está pasando por una situación financiera negativa, ese profesional corre el gran riesgo de perder su puesto de trabajo. ¿Es justo eso? Claro que no.

Si una autoridad batalla sin descanso, genera proyectos y obras de gran impacto para mejorar la calidad de vida de las personas, comportándose con probidad y decencia, tal autoridad está cumpliendo a cabalidad el rol para el cual fue votado por la comunidad. Aún así, siempre recibirá por parte de algún detractor acusaciones de que es ladrón, sinvergüenza o corrupto. ¿Es justo? Nuevamente, no.

Si un periodista investiga a fondo un tema durante varios días, contrasta las opiniones y documentos con sus fuentes y al momento de presentar el texto no advierte un error ortográfico, la gente lo juzgará por esa falta de ortografía, dejando de lado todo el esfuerzo profesional y toda la información que tanto le costó obtener para darla a conocer a la comunidad. ¿Es justo? No, no es justo.

Una madre que opta por quedarse en casa como jefa de hogar (o un padre que asuma esa tarea) no recibe una remuneración; sin embargo, su labor es mucho más agotadora que la de cualquier empleado que cumpla sus horarios de oficina. Pero, cuando ella declara que es dueña de casa, la mayoría piensa No trabaja. Eso tampoco es justo.

Vivimos en un mundo donde la injusticia ya forma parte de la rutina diaria, donde aceptamos cosas que no están bien y que destruyen lo positivo que tiene nuestra sociedad. Hay muchos que pierden la empatía por el entorno, se vuelven insensibles ante el dolor ajeno y sólo se preocupan egoístamente de su bienestar, ignorando el bien colectivo. Al darles cabida a estas personas, sólo se contribuye a continuar con el círculo vicioso.

No podemos naturalizar la injusticia -ni social, ni laboral ni de ningún tipo-, porque al hacerlo permitimos que se envenene al resto de la comunidad. Por ello, si ve una injusticia en la calle, en el trabajo o en su propio hogar, alce la voz, sea un motor positivo de cambio y no sea usted el silencio cómplice que avala lo malo. 

Es hora de extirpar con el ejemplo positivo a todos los que no son capaces de mirar más allá de sus propias narices.

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