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La desconocida historia del primer dueño de Los Ángeles

por La Tribuna

Mucho antes de que se fundara la ciudad, el capitán Juan Cid ya era propietario de mil 500 cuadras en la Isla de la Laja. Documentos coloniales revelan cómo se gestó el dominio militar sobre estas tierras, clave para el nacimiento de la villa angelina.

Documentos coloniales revelan cómo se gestó el dominio militar sobre estas tierras / Diario La Tribuna

El nombre de Juan Cid muy probablemente no le dice nada. Pero si le digo que fue el primer propietario de las tierras donde ahora se encuentra la ciudad de Los Ángeles, quizás ahí entienda la referencia a este militar que defendía los intereses de la Corona española en la belicosa zona de la Isla de la Laja.

En efecto, los documentos revelados en el magnífico libro "Dueños de la Frontera. Terratenientes y Sociedad Colonial en la Periferia Chilena. Isla de la Laja, 1670-1845" del historiador Ignacio Chuecas, reconstruyen el proceso completo hasta llegar a aquel primer dueño del territorio que ahora está ocupado por cerca de 200 mil habitantes.

En la formalidad, Juan Cid tuvo la propiedad legal del paño de terreno el 31 de octubre de 1679 cuando se protocolizó la merced otorgada por el conquistador español, es decir, 60 años antes que el gobernador José Manso de Velasco tomara la decisión de levantar la villa de Los Ángeles en el mismo territorio.

Y otro muy importante: la superficie. De acuerdo con la merced otorgada al militar, son mil quinientas cuadras de tierras. Llevado a la superficie actual, es la friolera de mil 200 hectáreas. Los límites eran "debajo del río Clarillo, Biobío, cerro de Butalcura, Paylligua (lo que ahora conocemos como Paillihue), corriendo a la cordillera nevada y los linderos de los capitanes Pedro Cid y Toribio Fernández de Luna y los vecinos que por allí hubiere, o en otra cualquier parte que las haiga (sic) entre dicho río Clarillo y Biobío, juntas o divididas, que por estar pobre y con necesidades".

Pero Juan Cid no fue el único militar que tuvo el beneficio de la entrega de tierras. Como él, fueron decenas de oficiales que sirvieron a la Corona en el siglo XVII y que además de su sueldo, recibieron enormes extensiones de terrenos en la Isla de la Laja (territorio formado entre los ríos Laja y Biobío), como una suerte de reconocimiento por el trabajo desplegado en la frontera.

El documento rescatado de los archivos por Ignacio Chuecas indica que el capitán Cid sirve de reformado, es decir, es un militar que está retirado del servicio activo en la guerra del reino de Chile, pero que estaba presto para enlistarse si la situación lo amerita. 

Este sistema de "reformados" era común en las zonas fronterizas del Reino de Chile, donde muchos soldados seguían ligados al ejército sin estar en campaña constante, y era habitual que se les recompensara con tierras (como en este caso) para sostenerse, ya que los sueldos eran bajos o incluso inexistentes por largos períodos. 

Hay que tener presente que, en la conquista de América, no hubo otro caso en que la Corona española debiera recurrir a un mecanismo del Real Situado para financiar un ejército permanente a fin de mantener a raya a los mapuches en la frontera del Biobío. 

Fue una asignación anual de fondos que enviaba el Virreinato del Perú al Reino de Chile para financiar su defensa militar, especialmente el frente de guerra contra el pueblo mapuche. En esencia, fue una suerte de subsidio fiscal permanente sustentado en la riqueza minera del Alto Perú (actual Bolivia), principalmente de Potosí, para pagar sueldos y mantener las guarniciones militares.

Uno de esos soldados que llegó a Chile fue Juan Cid, que comenzó a servir en el ejército español desde 1655 y que recibió ese aporte en tierras. A su fallecimiento, la mitad de las tierras fue heredada por su hija María, quien contrajo matrimonio con Baltasar de Illescas. Esta pareja tuvo una hija llamada Clara. Acá hacemos un alto para referirnos a Clara Illescas. Ella tenía la propiedad de unas 400 cuadras, equivalentes a unas 350 hectáreas. Después de una serie de consideraciones estratégicas, el gobernador José Manso de Velasco decidió que en esas tierras debía erigirse la villa de Los Ángeles, justo en el corazón de la Isla de la Laja.

¿Qué se hizo? El terreno fue confiscado, acto administrativo habitual durante este periodo, debido a la no existencia de terrenos vacantes suficientemente extensos en lugares considerados apropiados, según Ignacio Chuecas. Pero no fue gratis. A Clara Illescas la indemnizaron con 700 cuadras en el sector norte de la Isla de la Laja, casi el doble de lo que debió entregar para la instalación de la villa.

Cumplidos los trámites de rigor, el sargento mayor Pedro de Córdova y Figueroa se dio a la tarea de trazar las calles que darían forma a la villa de Los Ángeles que ahora está a 14 años de celebrar su tercer centenario.

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