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Esa es una de las principales conclusiones que deja un reciente informe elaborado por la Red de Institutos Universitarios Latinoamericanos de Familia (Redifam), que comparó datos clave de diez países de la región para graficar cómo han cambiado las familias y las poblaciones en América Latina.
Y si bien el país lidera en aspectos como la esperanza de vida —con un promedio de 81,2 años, el más alto del continente—, también marca récords en otros indicadores menos alentadores: es el que tiene la tasa de natalidad más baja y la mayor proporción de divorcios en comparación con los matrimonios.
Uno de los datos más llamativos es la tasa bruta de natalidad (es decir, la cantidad de nacimientos por cada mil habitantes), que en Chile alcanza apenas el 7,7.
Se trata de la cifra más baja del estudio, muy por debajo del promedio regional y lejos de países como Bolivia (21,6) o Paraguay (19,9). Para tener una idea, incluso países con estructuras familiares más envejecidas, como Uruguay o Argentina, superan a Chile en nacimientos.
En contraste, la esperanza de vida al nacer en nuestro país llega a los 81,2 años, superando por varios años la media regional (75,8) e incluso a potencias demográficas como México (75) o Brasil (76,2).
Esto significa que, en promedio, las y los chilenos están viviendo más, pero están teniendo menos hijos.
Otro dato que da cuenta del cambio en la estructura social del país es la tasa de divorcio por cada 100 matrimonios.
Chile lidera esta estadística con un 59%, es decir, casi seis de cada diez matrimonios terminan en separación legal. Le siguen Ecuador (47,5%) y Brasil (47,4%), mientras que en el otro extremo están países como Perú (22,5%) y Paraguay (27,4%).
Este fenómeno se enmarca en una tendencia regional, pero en Chile parece tener una fuerza particular, lo que plantea interrogantes sobre el tipo de vínculos y apoyos que están disponibles para las familias en su diversidad.
A pesar de los cambios, el tipo de hogar más común en Chile sigue siendo el hogar nuclear (compuesto por padres e hijos), con un 57,8% del total.
Sin embargo, destacan también los hogares personales (16,8%), donde vive solo una persona, y los hogares extendidos (16,2%), que incluyen a otros familiares, como abuelos, tíos o primos.
Lo que sí llama la atención es que nuestro país lidera en el porcentaje de hogares multipersonales no familiares (7,6%), es decir, personas que conviven sin tener vínculos familiares directos.
Esta cifra supera ampliamente a la mayoría de los países del estudio, lo que puede estar vinculado a fenómenos como la migración, el aumento de los arriendos compartidos o las diferentes formas de convivencia que se presentan hoy en día, sobretodo en las generaciones jóvenes.
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