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Desde el corazón de la capital provincial de Biobío, la banda Petrikor irrumpe con fuerza en la escena del rock alternativo nacional.
Durante el último tiempo han logrado consolidarse como una de las propuestas más auténticas y emocionales del circuito independiente, fusionando sonidos introspectivos con una energía potente y melancólica.
Inspirados por la nostalgia, el paisaje lluvioso del sur chileno y la experiencia cotidiana, Petrikor —nombre que alude al aroma de la tierra mojada tras la lluvia— ofrece un viaje sonoro cargado de atmósferas densas, letras profundas y una identidad musical única.
La banda ha sido elogiada por su capacidad de conectar con el público a través de una propuesta artística honesta, marcada por influencias del post-rock, indie y el grunge de los 90.
En la voz de los integrantes que participaron de esta entrevista —Natalia Raggi (voz), Luis Figueroa (guitarra) y Felipe Gallo (batería)—, desde la palestra de su experiencia musical, realizaron un análisis de la escena local explicando que:
Los músicos también hicieron hincapié en la falta de espacios que actualmente presenta el circuito musical local, una falencia que restringe la vitrina y la creación de cultura musical en Los Ángeles.
"Yo me he encontrado con una escena local con muy poca presencia femenina. Me gustaría hacer un llamado a todas las mujeres a que se atrevan a hacer música. Si tienen el talento y las ganas, que vayan con todo. El entorno musical en Los Ángeles es muy masculino, es muy necesario que las bandas abran un espacio a las mujeres", aseveró la vocalista de Petrikor, Natalia Raggi.
La banda local actualmente se encuentra trabajando en la entrega de un disco que espera ver la luz este 2025, consolidando así una propuesta prometedora, con el objetivo de posicionarse en el sur del país con su característico sonido lleno de energía. Junto a la producción musical de Erwin Matamala, esta producción está siendo trabajada meticulosamente por los músicos angelinos.
Sin duda, su propuesta no solo representa un aporte musical, sino también un testimonio del talento emergente que florece fuera de los grandes centros urbanos.
La ciudad de Los Ángeles, en pleno corazón del Biobío, posee una riqueza cultural latente que muchas veces pasa desapercibida.
Bajo la superficie de la rutina diaria, existe una escena musical vibrante y diversa, compuesta por bandas emergentes que, a pesar de las adversidades, siguen creando, ensayando y soñando. Sin embargo, ese talento local choca de frente con una realidad difícil de ignorar: la falta de espacios y oportunidades para desarrollarse artísticamente.
Son escasos los escenarios abiertos a propuestas independientes, y aún más limitada es la posibilidad de contar con apoyo técnico, difusión o financiamiento. Muchos músicos deben improvisar salas de ensayo, autogestionar sus eventos y financiar de su bolsillo grabaciones, videoclips y giras. El resultado: una escena potente pero subterránea, que lucha por ser escuchada en un ecosistema que no la contiene.
Esta falta de espacios no solo limita el crecimiento artístico de las bandas, sino que también empobrece la vida cultural de la ciudad. Porque donde no hay música, no hay diálogo con la comunidad, no hay identidad compartida, no hay juventud que pueda canalizar su energía de manera creativa.
Los Ángeles tiene el talento, tiene la pasión. Solo necesita voluntad, apoyo institucional y espacios reales donde ese arte pueda florecer.
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