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La Tribuna

Una visita británica a Los Ángeles en los inicios de la República

por Juvenal Rivera Sanhueza

Allen Francis Gardiner, comandante de la British Royal Navy, vino a esta parte del mundo atravesando la cordillera de Los Andes a caballo y viajando miles de kilómetros llega a Los Ángeles.

Una ilustración de los mapuches hacia 1830 en la zona de Los Ángeles. / Facsímil del libro de ciudadano británico.

De la primera mitad del siglo XIX teníamos registrados diversos viajeros, artistas, científicos y naturalistas extranjeros que dejaron testimonios de la ciudad y la provincia: los estadounidenses Jonh F. Coffin y Edmond R. Smith; los franceses Claude Gay y Pierre A. Pissis; los británicos William de Vic Tupper y Thomas Somerscales; y los alemanes Johann M. Rugendas, Aquinas Ried, César Maas y Eduard Poeppig. Sus descripciones e impresiones plasmadas en diarios de viaje, memorias, dibujos o pinturas, publicadas en Chile, Estados Unidos y Europa, constituyen una valiosa fuente para la historia local.

Ahora, hemos descubierto un valioso texto publicado por primera vez en Inglaterra en 1841, citado por varios investigadores chilenos, pero cuyo alcance no conocíamos. Gracias a la tecnología y a la masificación de la información, hoy es de acceso público, lo que nos permite agregarlo a nuestra lista y conocer algo más del pasado de nuestra ciudad. Se trata de "A Visit to the Indians on the frontiers of Chili" de Allen Francis Gardiner, comandante de la British Royal Navy, convertido en misionero anglicano que con una voluntad inquebrantable viene a esta parte del mundo atravesando la cordillera de Los Andes a caballo y viajando miles de kilómetros llega a Los Ángeles con el objetivo de avanzar hacia la Araucanía e iniciar la conversión de los mapuche. Antes había intentado establecer misiones en el territorio Zulú, en Sudáfrica.

Gardiner describe el país, su estado de desarrollo, su gente, usos y costumbres, conforme avanza desde Los Andes, Santiago, Talca, Chillán y Concepción. Consigue en esta última ciudad el salvoconducto que le permite atravesar el territorio con la ayuda de las autoridades y parte hacia Los Ángeles el jueves 6 de diciembre de 1838, junto a un guía dos caballos de monta y dos de carga, arribando a su destino el sábado siguiente al atardecer. Describe el río Biobío y los espesos bosques de sus orillas, el camino a Yumbel, donde arriba el segundo día al atardecer. Le llama la atención el paisaje y la cordillera que se abre aún nevada a su vista; el suelo rojizo y arcilloso; los ranchos, cabañas y chozas de empalizadas, barro y techo de paja que se observan en el camino, los que considera "miserables", y los aún visibles efectos del gran terremoto de 1835. Atraviesa los ríos Claro, Laja y Caliboro, describiendo sus cauces y sus impresiones sobre los cambios en la vegetación.

El ex oficial naval británico cuenta que estuvo en casa del Comandante de la Frontera, el mayor Barriga, quien trata de persuadirlo de su empresa por los peligros que encierra y que se alojó en la de un italiano llamado Camilo Monte, que hablaba bien inglés.

Una vez conseguido los permisos, rápidamente emprende viaje a San Carlos Purén, en que cuya guarnición existen 35 hombres y dos piezas de campaña "en condiciones miserables". Allí atraviesa el río en una improvisada balsa rumbo a Pilguen, la más cercana de las comunidades mapuche de cierta importancia, cercana al río Renaico; atraviesa los ríos Bureo y Mulchén. Sus descripciones son evocativas de lugares de Europa y le impresiona la cordillera nevada y el paisaje idílico de llanuras y colinas exuberantes de hierbas y árboles; menciona costumbres culinarias locales como la harina tostada y los piñones, las habilidades de los jinetes mapuche y sus modos de vida; el vestuario, en donde reina el poncho de confección indígena; los aperos, sillas de montar, bridas, riendas, estribos y cinchas. Observa los colores distintivos de cada grupo y los ponchos de ribetes rojos de los pilguenenses.

Regresa a Los Ángeles y describe lo que en aquel tiempo llamaban "El Fuerte", frente a la plaza, en lo que hoy son los edificios públicos; compuesto de barracones bajos, estropeado, abandonado y obstruido por la maleza, con una pequeña guarnición, debido a que la mayoría han sido enganchados en la guerra contra la Confederación Perú Boliviana. Observa el volcán Antuco y sus llamaradas y en el camino de vuelta a Concepción, en medio de una intensa lluvia primaveral, debe atravesar el río Laja en balsa, producto de las crecidas.

Parece curioso que un anglicano haya obtenido permiso para realizar actividades misioneras en un Estado confesional, cuya Constitución declaraba la religión católica como oficial con exclusión del ejercicio público de cualquier otra. En todo caso, Gardiner no logró convencer a los mapuche de Pilguen para establecer allí una misión. ¿Habrá influido en esto el estado de guerra externa en que se encontraba el país?

El testimonio de Gardiner es interesante y confirma muchas de las impresiones de otros viajeros, sobre todo en lo relativo a las costumbres desembozadas y atrevidas de un territorio de frontera, del cual Los Ángeles era la llave maestra.

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