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La Tribuna

Este es el testimonio de Juan

por La Tribuna

Domingo 19 enero 2020 - El Evangelio de Hoy

Jn 1,29-34

Para todos es claro que el Evangelio de Juan (el IV Evangelio) se abre con un Prólogo que comienza en el principio absoluto en Dios: «En el principio era el Verbo y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios» (Jn 1,1). En medio de este solemne texto abruptamente aparece un hombre: «Hubo un hombre, enviado por Dios: su nombre era Juan. Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él» (Jn 1,6-7). ¡El nombre de Juan aparece antes que el nombre de Jesús! El mismo Juan, que en los otros Evangelios se conoce por su rito característico del baño con agua -el bautismo- y se le da el nombre de Bautista, en este Evangelio se conoce por su condición de testigo: «No era él la luz, sino (que vino) para dar testimonio de la luz» (Jn 1,8). Él es un testigo. Terminado el Prólogo, la acción histórica comienza así: «Y este es el testimonio de Juan» (Jn 1,19).

Ese primer testimonio lo dio Juan «cuando los judíos enviaron donde él, desde Jerusalén, sacerdotes y levitas a preguntarle: ¿Tú, quién eres?» (Jn 1,19). Hasta aquí no se he mencionado la palabra «bautismo» y se da por sabido que Juan había suscitado un gran movimiento en torno a sí y que el rito de iniciación que él hacía era el bautismo. El lector viene a saberlo recíen cuando los enviados de Jerusalén le preguntan: «¿Por qué, entonces, bautizas, si tú no eres el Cristo ni Elías ni el profeta?» (Jn 1,25). La respuesta de Juan es su primer testimonio: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes está uno a quien ustedes no conocen, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia» (Jn 1,26-27). Terminado este diálogo el evangelista se siente obligado a explicar: «Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando» (Jn 1,28). Este fue el testimonio de Juan ante las autoridades judías. En el Evangelio de este Domingo II del tiempo ordinario se nos transmite su testimonio ante sus propios discípulos, los discípulos que él ha formado para preparar el camino al que había de venir detrás de él.

«Al día siguiente Juan ve a Jesús venir hacia él y dice: He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo». ¿Qué esperanza hay de que los presentes entiendan ese testimonio? Para entenderlo es necesario tener una profunda formación bíblica. Esa es la formación que había dado Juan a sus discípulos. Llamar a Jesús «Cordero de Dios» es una profecía, que revela a Juan como el más grande de los profetas. En efecto, el Cordero de Dios es el que se ofrece a Dios en sacrificio sobre el altar y que Dios aceptandolo lo hace suyo, lo hace sagrado. El Cordero de Dios por excelencia era el Cordero Pascual. El Cordero Pascual se ofrecía a Dios en sacrificio en memoria de las acciones salvíficas de Dios en favor de su pueblo y luego, los presentes lo comían para entrar de esta manera en comunión con Dios y entre sí y gozar de su salvación. Pero todo eso era sólo figura y anuncio. Jesús es el verdadero Cordero de Dios. Sólo su sacrificio puede «quitar el pecado del mundo». Esto mismo expresa con toda claridad el autor de la carta a los Hebreos: «Nosotros somos santificados gracias a la oblación hecha una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo... habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre» (Heb 10,10.12).

El testimonio de Juan sigue: «Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Juan pasa del plano terreno al plano celestial. Al decir sobre Jesús: «Viene detrás de mí», está en el plano histórico terreno. En efecto, Jesús fue concebido seis meses después que Juan, como se deduce de las palabras que en la Anunciación dice el Ángel Gabriel a María: «Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril» (Lc 1,36). Ese niño que fue concebido seis meses antes que Jesús era Juan. En el plano histórico Jesús aparece en escena después que Juan, como lo vemos en el Evangelio de hoy. Pero luego, Juan pasa al plano celestial, cuando agrega este testimonio: «Se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». En efecto, «en el principio era el Verbo... y el Verbo era Dios» (Jn 1,1).

«Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: "Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo"». ¿Quién es el que envió a Juan a bautizar con agua? Se refiere ciertamente a Dios. Pero el signo que le da es desconcertante: «Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu». ¿Cómo puede ser esto, puesto que por definición el Espíritu no se puede ver? La palabra «Espíritu» (viento), se adoptó precisamente para designar una fuerza divina que no se ve, porque no teniendo materia no cae bajo nuestros sentidos. Juan no hace ninguna objeción, sino que espera pacientemente «ver el Espíritu». Y así testimonia: «Juan dio testimonio diciendo: He visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se quedaba sobre Él». El signo se realizó. En esta ocasión el Espíritu se hizo ver adoptando esa forma de una paloma que bajaba del cielo. Jesús es, por tanto, quien bautiza en el Espíritu Santo, es decir, quien administra el verdadero bautismo, el bautismo que quita el pecado y hace hijo de Dios a quien lo recibe.

El testimonio de Juan ante sus discípulos concluye: «Yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios». Desgraciadamente, en este punto culminante del testimonio, hay vacilación entre los antiguos manuscritos del Evangelio. Algunos de ellos, en lugar de «Hijo de Dios», dicen: «Elegido de Dios». ¿Cuáles son las palabras del «testigo»? Según la ciencia bíblica hay que optar por la lectura así llamada «más difícil», porque ésta no se habría conservado si no fuera la original. Lo que nosotros tenemos son copias del original y ningún copista habría escrito «Elegido de Dios», si en el original hubiera leído «Hijo de Dios». Es más probable que un copista que leyó «Elegido de Dios», escriba en su lugar «Hijo de Dios». Sin embargo, esa no es una norma matemática y permanece la incertidumbre. Nosotros hemos optado por «Hijo de Dios», porque el testimonio esencial del IV Evangelio es que Jesús es el Hijo de Dios. Así lo declara su autor en la conclusión de su obra: «Jesús hizo en presencia de los discípulos muchos otros signos que no están escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su Nombre» (Jn 20,30-31). Además, es constante en los otros Evangelios, que fueron escritos antes que el IV Evangelio, que en el Bautismo de Jesús la voz del cielo declara: «Tú eres (Este es) mi Hijo» (Mc 1,11; Mt 3,17; Lc 3,22). Ese es el testimonio que da Juan acerca de Jesús.

+ Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de los Ángeles

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