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La Tribuna

El extraño caso de la mujer sin recuerdos

por Juvenal Rivera Sanhueza

En abril de 1996 a Los Ángeles una mujer llegó en un bus sin ningún recuerdo en su memoria. Debieron pasar varios días para que los recuperara.

mujer sin recuerdos /

Se llamaba Isabel. O quizás no. Ante la pareja de carabineros, la única certeza de ese momento para ambos era que estaban frente a una mujer que no recordaba absolutamente nada de sí misma. Nada. Ni su nombre o apellidos, si era casada, si tenía hijos ni la ciudad en la cual vivía. Su memoria estaba completamente en blanco.

Fue fines de abril de 1996 cuando la mujer, después de errar sin rumbo por mucho rato, llegó hasta la guardia de la Tenencia Carreteras cuando se encontraba en la ex Ruta Cinco Sur, en la salida norte de Los Ángeles.

Le pidieron su cédula de identidad. No tenía. Alguna identificación, como el carnet electoral o algo parecido. Nada. Lo más sorprendente fue cuando les reveló que no tenía la más mínima idea de quién era.

Ambos funcionarios se miraron entre sí con una gran cara de interrogante viendo a esa mujer de poco más de 20 años y de mirada extraviada.

Ella solo rememoraba haberse despertado muy asustada en un bus que la había llevado al terminal de Concepción, proveniente de Santiago. Se bajó sin saber dónde estaba. No preguntó si tenía maletas o algo de equipaje porque simplemente no lo recordaba.

Muy pronto, un vendedor de boletos la abordó - como suelen abordar los vendedores a los potenciales pasajeros - para que comprara un pasaje a Los Ángeles. Ella lo compró sin hacer preguntas, en silencio, dejándose llevar por la abrumadora insistencia del vendedor que se ganaría su comisión sin saber de ese extraño caso de la mujer sin recuerdos.

Así llegó a nuestra capital provincial, atemorizada y con su mente en blanco, buscando algún recuerdo en su memoria, algo que le abriera alguna puerta a su pasado.

Isabel. Quizás se llamaba Isabel porque ese nombre tenía un monedero que portaba. Era lo único en sus bolsillos, además de 600 pesos en monedas que correspondían al vuelto por la compra de los pasajes.

A diferencia de ahora, en que el reporte de una persona extraviada llega de inmediato a todas las unidades policiales por medio de la tecnología y la hiperconexión, en 1996 todo era mucho más lento. El internet estaba recién en pañales y ni hablar de la existencia de redes sociales. Nada de eso último existía.

La única forma de saber la identidad de alguna persona era por medio de peritajes especializados de huellas digitales que se debían enviar a la capital y que, fácilmente, podían conocerse recién en 10 días... o incluso más.

Mientras tanto, Isabel seguía la memoria completamente extraviada. Y parecía que mientras más intentaba recordar, más poderoso era el olvido.

En esa primera noche, sin mucho por hacer, los efectivos la hospedaron en las instalaciones de la Tenencia Centenario de Carabineros, por la salida norte de la ciudad. Luego de algunas gestiones, al día siguiente fue llevada al Hogar de Ancianos Don Orione donde estuvo al cuidado del personal de salud para que la tranquilidad del entorno le ayudara a recordar, para que en algún momento su memoria se pudiera recuperar.

Y así fue. De pronto, un tenue destello de su pasado apareció en medio de esa oscuridad tan profunda. Una iglesia mormona en Santiago, una dirección un poco difusa.

Los efectivos de Carabineros tomaron ese par de datos y se pusieron manos a la obra. Tomaron la guía de teléfonos (antes se buscaban los números de las personas y lugares en gruesos escritos) y empezaron a llamar a todas las iglesias mormonas de la capital. De tanto preguntar, finalmente llegaron a una en que se sabía de una joven que llevaba varios días desaparecida, sin que se tuvieran noticias de su paradero.

Pronto se contactaron en Santiago con la familia de esa persona. Al otro día llegaron a Los Ángeles una mujer mayor y una hija buscando desesperadamente a esa mujer de memoria olvidada. Ella no las reconoció pero ambas no tuvieron la menor duda: ¡era Isabel!

Isabel tenía 25 años, dos hijos y un matrimonio fracasado. La última vez que la vieron fue justo la noche anterior a que abordara ese bus con rumbo a Concepción. Lo que sucedió después quedó en la más completa nebulosa.

Tiempo después, Isabel volvió a agradecer a todos quienes le ayudaron, a los carabineros, a los funcionarios del hogar, a los periodistas que contamos su caso en la prensa, en todos quienes la socorrieron en ese tiempo de incertidumbre profunda.

Porque, como ella misma relataría en ese retorno posterior, al cabo, la mejor receta para superar ese momento fue recordando todo lo bueno que vivió mientras todo era olvido.

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