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La Tribuna

Jerusalén, capital del mundo en Semana Santa

por Sebastián Carrizo

La ciudad tres veces santa, Jerusalén, comenzó con la Cuaresma la cuenta atrás para la Semana Santa que miles de cristianos de todo el mundo viven con fervor, convirtiendo esta pequeña urbe en esas fechas en la capital del mundo.

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Por María Sevillano

 

EFE/REPORTAJES

Las calles son las mismas durante todo el año, pero la mirada de los turistas y fieles cambia en Jerusalén durante la Semana Santa, llenándose de solemnidad, como también los sonidos entre las desgastadas piedras de la Ciudad Vieja y las vestimentas litúrgicas degradadas del morado penitencial al rojo pasión, en el punto álgido de la celebración más emotiva para el cristianismo.

El conocido como Miércoles de Ceniza, un ritual más bien pagano en el imaginario colectivo vinculado al carnaval -el entierro de la Sardina-, se vive con sencillez y cierto alborozo, porque abre la puerta a un tiempo de "purificación e iluminación" de cuarenta días, que recuerdan la estancia de Jesús en el árido desierto de Judea.

A espaldas de la ciudad santa, hasta las orillas de un menguante Mar Muerto, no resulta difícil imaginar la dureza de la vivencia del nazareno y asombrarse ante su fortaleza, resistiendo hasta en tres ocasiones las tentaciones del diablo en los largos días y las frías noches del desierto en Oriente Medio.

DOMINGO DE RAMOS, EL COMIENZO

A pocos metros, la ciudadela que custodia la ciudad vieja se yergue como epicentro de los lugares santos que, de acuerdo a la tradición cristiana, concentra en escasos metros cuadrados los pasajes que marcaron las últimas horas de la vida de Jesucristo, en una Jerusalén bajo el control del Imperio romano.

"La Semana Santa comienza con un momento muy importante, el Domingo de Ramos", cuenta de carrerilla el franciscano Artemio Vítores quien, a sus 70 años cumple ya 48 en Tierra Santa -incluidas dos guerras y dos intifadas- y ha sido responsable de dar la bienvenida a peregrinos durante décadas.

Explica que, a las orillas del desierto y de la ciudad, Betfagé  fue el lugar donde Jesús mandó a sus discípulos a buscar una burrita y, sobre su lomo, emprendió el viaje a Jerusalén, donde se celebraba en esas fechas el Pesaj, una de las tres fiestas de peregrinación al antiguo templo que reunía a miles de judíos.

Esta festividad, que no es otra que la Pascua judía, se sigue conmemorando pero, al estar regida por el calendario hebreo, solo coincide en algunas ocasiones con la católica.

"Es muy importante porque marca de un modo solemne el inicio de la Semana Santa", continúa Artemio, quien añade que en esta popular procesión muy popular, el patriarca latino de Jerusalén y peregrinos de aquí y de allá suben para después descender el Monte de los Olivos, el Valle del Cedrón, y atraviesan la centenaria muralla de la ciudadela.

Entre "Hosanas (salves)" y "Alégrate Jerusalén", el Domingo de Ramos aúna las voces y música de los miles que marchan juntos, bajo la sombra de sus hojas de palma o ramas de olivos, bendecidas en la misa de la mañana, en la festividad más alegre de una semana marcada por la aflicción y el arrepentimiento.

La corriente de energía se canaliza y dispersa en la iglesia de Santa Ana, a pocos metros de la Puerta de los Leones, que rompe la fortificación a esa altura y no muy lejos de la Basílica de Ecce Homo, donde el Evangelio de Juan 19:5 sitúa a Poncio Pilato diciendo "aquí está el hombre", apuntando a Jesús, ante una multitud que reclamó su crucifixión, iniciada en este punto.

"Hubo años en los que esta procesión no se podía hacer. En 1933 se consiguió un permiso", apunta el franciscano, sobre una decisión que llegó con el Protectorado Británico de la Palestina histórica, antes de la creación del Estado de Israel (1948) y tras la caída del Imperio otomano que controló la región durante cuatro siglos.

TRANSICIÓN DE MISAS HASTA LA INTENSIDAD DEL JUEVES SANTO

Es uno más de los tantos episodios de la convulsa historia de la ciudad, que siempre ha estado en disputa y, a día de hoy, sigue siendo escenario de conflicto, con su parte Este ocupada por Israel en 1967 y anexionada unilateralmente desde 1980, mientras los palestinos la reivindican como capital de su Estado.

“Vítores –explica- que durante el primer milenio de nuestra era Jerusalén transitó por un proceso constante de construcción-destrucción que también afectó a las accesos de la muralla, como la Puerta Dorada o de la Misericordia, que en los siglos IV, V y VI se abría para los primeros cristianos durante la Semana Santa”.

Después, a lo largo del segundo milenio, solo era usada por quien podía pagar, pero en el siglo XVI fue sellada por el sultán Suleimán y así debe permanecer hasta la llegada del Mesías, afirma la tradición judía, cuando caerá para permitir el paso junto al lugar donde se ubicaba el Templo, custodio del Arca de la Alianza con los Diez Mandamientos y punto cardinal del origen del mundo.

“Los musulmanes destruyeron los santuarios y solo cuando llegaron los frailes (los franciscanos llevan más de 800 años en Tierra Santa), comienza a cambiar poco a poco", indica el religioso sobre una larga tradición de hostilidades, cruzadas y reconquistas, que enfrentó a musulmanes y cristianos, quienes imponían sus normas cuando se hacían con el control de la deseada porción de tierra, donde la presencia judía se había visto reducida notablemente.

Aún crisol de credos, más de dos mil años más tarde y al diluirse la contagiosa alegría del Domingo de Ramos, los fieles se preparan para el duelo con una sucesión de misas entre semana que preceden a la llegada del Jueves Santo, cuando comienzan los días más intensos.

En esta jornada, solo un pequeño grupo de privilegiados -una exclusividad impuesta por las limitaciones de espacio- participa en la ceremonia que simula el Lavado de Pies que Jesús hizo a los doce apóstoles en la Última Cena, protagonizado en Tierra Santa por el patriarca latino en la pequeña sala del Cenáculo, extramuros de la ciudad vieja.

El doloroso recuerdo de este momento en el que Jesús desveló a sus seguidores más cercanos la inminencia de su traición, la incertidumbre de su futuro y dio origen al sacramento de la eucaristía. Este hecho hace difícil para algunos peregrinos, con la emoción a flor de piel, la transición del Cenáculo al huerto de Getsemaní, a las faldas del Monte de los Olivos, para iniciar la rememoración de la Pasión.

Quizá con el deseo de dar con el árbol sobre el que Jesús descansó antes de sucumbir al miedo de ser apresado y muerto, los creyentes se dispersan sobre el terreno y, en silencio, oran largamente antes de poner rumbo a la Iglesia de San Juan en Gallicanto, para recordar cómo Pedro negó tres veces a su maestro antes de que cantara el gallo.

LA VÍA DOLOROSA Y EL VIERNES DE PASIÓN

La conmoción de la noche aumenta en el amanecer del Viernes Santo, el día en que una multitudinaria procesión de miles de creyentes de todo el mundo recrea el "Vía Crucis" o camino a la cruz, un trayecto que se popularizó en la Edad Media.

Por la Vía Dolorosa, la arteria de la ciudad vieja que desemboca en el Calvario, los fieles rememoran los pasos de Jesús a su crucifixión estación por estación, hasta catorce, algunos de ellos portando sus propias cruces que, de vez en cuando, pasan de mano en mano entre los viajeros menos devotos, algunos interesados en inmortalizar el momento en una curiosa selfie.

Uno a uno, los fieles dedican unos instantes a recordar la condena a muerte del Sanedrín, la entrega de la cruz, la caída de Jesús bajo la madera, el encuentro con su madre, la ayuda que le prestó Simón de Cirene con la cruz, el tierno gesto de la Verónica, su segunda caída, su encuentro con unas mujeres que lloran por él y la tercera caída.

Aquí, la procesión que recorría las angostas callejuelas de la ciudadela, abarrotadas, desemboca en el recinto que da entrada al Santo Sepulcro, la imponente basílica bizantina construida en el siglo IV a petición de Helena de Constantinopla, madre del primer emperador cristiano, Constantino, para señalar el lugar donde yace la tumba de Jesús.

El sobrio templo dividido al milímetro entre las iglesias griega, armenia y católica acoge en su interior las cinco últimas estaciones del Vía Crucis: Jesús es despojado de sus ropas, clavado en la cruz, donde muere, es descolgado y colocado en los brazos de María antes de ser sepultado.

Los peregrinos, abrumados, se sumen en el recuerdo del desgarrador pasaje en el suelo donde se sienten tan próximos a las experiencias y sacrificios que, de acuerdo a las escrituras, hizo por ellos el hijo de Dios.

"Nosotros somos pastores y hablamos mucho de la Biblia, de los acontecimientos bíblicos, pero solo hablábamos. No teníamos ninguna experiencia hasta ahora", cuenta a Efe el pastor Payés, un guatemalteco afincado en Carolina del Norte (EE.UU.).

Payés y su esposa Angelina son solo unos de los miles de peregrinos que cada año viajan a Tierra Santa para poner rostro a su fe, con la visita de los lugares más emblemáticos para los cristianos como el Monte Calvario o la Tumba de Jesús.

"Ahora, al relacionar el conocimiento con la realidad, (el relato) toma vida, toma fuerza para poder compartirlo", afirma con convicción este pastor con ganas de volver a casa para difundir su vivencia.

"Aquí la espiritualidad es muy fuerte. Se siente", confiesa enternecido mientras su esposa asiente y revela que, en la penumbra del sepulcro, "es posible percibir su presencia. Su espíritu está allí", respalda Angelina.

Jerusalén no solo es morada de los creyentes que van y vienen; también es hogar de un pequeño porcentaje de cristianos de diferentes orígenes, mayoritariamente árabes y ortodoxos, que tienen el privilegio de ser parte de la escena de Tierra Santa, a veces disputado, eso sí, por las restricciones de movimiento impuestas por las autoridades israelíes en un contexto de conflicto.

Toni es uno ellos, nacido en Jerusalén, capaz de apreciar, a pesar de coexistir con ella, la devoción en los ojos de los peregrinos que llegan, el deseo de ver, explorar y conocer cada rincón del lugar durante estas fechas, que concluyen con el Domingo de Pascua, con la conmemoración del episodio bíblico de la Resurrección de Jesús, tres días después de su sepultura.

"Jesús nació, vivió y murió aquí. Durante la Semana Santa, todos los ojos del mundo están sobre nosotros", dice Payés sobre el momento en que se reviven las horas que marcaron el fin de Jesús y fundaron una de las grandes religiones de la historia.

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