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La Tribuna

Científicos amados y odiados por un gigante agroquímico

por La Tribuna

Danny Hakim // © 2017 New York Times News Service

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EXETER, Inglaterra ? Las conclusiones sobre las abejas no fueron lo que Syngenta esperaba escuchar.

El gigantesco productor de pesticidas había comisionado a James Cresswell, un experto en flores y abejas en la Universidad de Exeter en Inglaterra, para estudiar por qué estaban muriendo muchas de las colonias de abejas del mundo. Empresas como Syngenta han culpado desde hace tiempo a un parásito llamado varroa destructor, en vez de a sus propios pesticidas, de la declinación de las abejas.

Cresswell también ha sido escéptico de las preocupaciones en torno a esos pesticidas, e incluso de la dimensión de las muertes de las abejas. Pero su investigación inicial en 2012 debilitó también las preocupaciones en torno a los varroa destructores. Así que la empresa, basada en Suiza, empezó a presionarlo para que considerara nuevos datos y un enfoque diferente.

Viendo en retrospectiva, Cresswell dijo en una entrevista que “Syngenta evidentemente tenía una agenda”. En un correo electrónico, resumió esa agenda: “Es el varroa, estúpido”.

El uso corporativo de los círculos académicos ha sido documentado en campos como los refrescos y la farmacéutica. Pero es raro que un académico ofrezca la visión desde el interior de las relaciones que se forjan con las corporaciones, y las expectativas que les acompañan.

Una revisión de la estrategia de Syngenta demuestra que la experiencia de Cresswell encaja con las prácticas usadas por competidores estadounidenses como Monsanto y en toda la industria agroquímica. Los científicos ofrecen resultados favorables para las compañías, mientras los departamentos de investigación de las universidades cortejan el apoyo corporativo. Las universidades y los reguladores sacrifican la autonomía total firmando acuerdos de confidencialidad. Y los académicos a veces fungen también como consultores pagados.

En Gran Bretaña, Syngenta ha creado una red de académicos y reguladores, incluso reclutando al principal científico del gobierno sobre el tema de las abejas. En Estados Unidos, Syngenta paga a académicos como James W. Simpkins de la Universidad de Virginia Occidental, cuyo trabajo ha ayudado a validar la seguridad de sus productos. No solo la investigación de Simpkins ha sido financiada por Syngenta, también es un consultor de la compañía que cobra 250 dólares por hora. Y él se asoció con un ejecutivo de Syngenta en una empresa de consultoría, según demuestran correos electrónicos obtenidos por The New York Times.

Simpkins no hizo comentarios. Un vocero de la Universidad de Virginia Occidental dijo que el trabajo de consultoría del académico “estaba basado en sus 42 años de experiencia en neuroendocrinología reproductiva”.

Los científicos que hacen enojar a las compañías agroquímicas pueden encontrare enfrentados con la industria durante años. Uno de esos científicos es Angelika Hilbeck, investigadora del Instituto Federal Suizo de Tecnología en Zúrich. La industria ha refutado desde entonces su investigación, y ella ha sido franca al responderles.

Desde los años 90, su investigación ha encontrado que el maíz modificado genéticamente ? diseñado para matar plagas que comen la planta ? pudiera perjudicar a los insectos benéficos también. En ese entonces, Syngenta aún no se había formado, pero ella dijo que una de sus compañías predecesoras, Ciba-Geigy, trató de frenar su investigación citando un acuerdo de confidencialidad firmado por su entonces empleador, un centro de investigación del gobierno suizo llamado Agroscope.

Los acuerdos de confidencialidad se han vuelto rutinarios. El Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA, por su sigla en inglés) entregó 43 acuerdos de confidencialidad con Syngenta, Bayer y Monsanto desde principios de 2010 después de una solicitud hecha bajo el amparo de la Ley de Libertad de Información. Agroscope entregó cinco más con compañías agroquímicas suizas.

Un acuerdo entre el USDA y Syngenta, que incluía un plazo de no revelación de cinco años, cubría todo, desde “actividades de investigación y desarrollo” hasta “procesos de manufactura” e “información financiera y mercadológica relacionada con la protección de cultivos y tecnologías de semillas”. En otro acuerdo, a una científica del gobierno se le prohibió revelar información sensible que escuchó en un simposio organizado por Monsanto.

El USDA, en una declaración, afirmó que sin esos acuerdos y asociaciones, “muchas soluciones tecnológicas no habrían llegado al público”, y añadió que las conclusiones de las investigaciones eran divulgadas “objetivamente sin influencia inadecuada de parte de los socios internos o externos”.

Luke Gibbs, portavoz de Syngenta, que ahora está siendo adquirida por China National Chemical Corp., indicó en una declaración: “Estamos orgullosos de las colaboraciones y asociaciones que hemos forjado”.

“Todos los investigadores con los que nos asociamos son libres de expresar sus opiniones libremente con respecto a nuestros productos y enfoques”, indicó. “Syngenta no presiona a los académicos para que saquen conclusiones y permite una presentación libre e independiente de cualquier documento generado a partir de la investigación comisionada”.

Un vistazo a las experiencias de Cresswell revela la manera en que las empresas agroquímicas dan forma al pensamiento científico.

Para Cresswell, recibir dinero de Syngenta no fue una decisión fácil.

Cresswell ha sido investigador de la Universidad de Exeter durante un cuarto de siglo, explorando mayormente la esotérica de la reproducción de las flores.

Pero hace unos cinco años, se interesó en el debate en torno de los neonicotinoides, un tipo de pesticida derivado de la nicotina, y sus efectos en la salud de las abejas. Muchos estudios vinculaban a los químicos con un colapso en las colonias de abejas. Otros estudios, muchos respaldados por la industria, apuntaban al varroa destructor, y algunos veían en juego a ambos factores.

La investigación inicial de Cresswell lo llevó a creer que las preocupaciones sobre los pesticidas eran exageradas. En 2012, Syngenta ofreció financiar más investigación.

Aunque muchos académicos resistieron los esfuerzos de The New York Times por examinar sus comunicaciones con Syngenta, Cresswell no refutó la solicitud de registros presentada a su universidad.

“Lo último que yo quería era verme relacionado con Syngenta”, dijo Cresswell. “No soy fanático de la agricultura intensiva”.

Pero rechazar el financiamiento para investigación es difícil. El gobierno británico clasifica a las universidades en relación con cuán útil es su trabajo para la industria y la sociedad, vinculando las subvenciones gubernamentales a sus evaluaciones.

“Fui presionado enormemente por mi universidad para que recibiera ese dinero”, dijo. “Es como ser un vendedor itinerante, tener al mejor mercado de ventas posible y decirle a tu jefe: ‘No voy a vender ahí’. Realmente no puedes hacer eso”.

Duncan Sandes, un vocero de Exeter, declinó discutir las subvenciones de investigación específicas. Señaló en una declaración que hasta 15 por ciento de la investigación universitaria en Gran Bretaña era financiada por la industria. “Los patrocinadores de la industria son fundamentalmente conscientes de que recibirán un análisis independiente que ha sido críticamente evaluado de manera honesta y desapasionada”, indicó Sandes.

Pero el grado de independencia está en duda.

Cresswell y Syngenta acordaron una lista de ocho potenciales causas de la muerte de las abejas que serían estudiadas. Discutieron cómo estructurar los pagos de la subvención. Revisaron a los candidatos asistentes de la investigación. Cresswell buscó permiso de Syngenta para seguir adelante con los nuevos conocimientos que estaba obteniendo, preguntando en cierto momento: “Por favor, ¿puede confirmar que está contento con la dirección que está tomando nuestro trabajo actual?”

Pero también difirió. Un correo electrónico de Syngenta a la universidad decía que Cresswell “tendrá el control editorial final”, pero Cresswell, en otro correo electrónico, expresó preocupación de que una propuesta cláusula de confidencialidad “conceda a Syngenta el derecho a suprimir los resultados”, y añadió: “No me hace feliz trabajar bajo una cláusula que sirva de mordaza”.

Los neonicotinoides están ahora sujetos a una moratoria en la Unión Europea. Un estudio del Centro para la Ecología y la Hidrología de Gran Bretaña atribuyó una pérdida poblacional de al menos 20 por ciento de muchos tipos de abejas silvestres a los pesticidas.

Syngenta y sus competidores argumentan que el verdadero culpable es una enfermedad llamada varroasis, que es propagada por los varroa destructores. El Centro Bayer de Cuidado de las Abejas en Alemania incluye esculturas amenazadoras de la pequeña plaga.

Pero la investigación inicial de Cresswell para Syngenta no apoyó las afirmaciones sobre la varroasis. “Estamos encontrando muy poco probable que la varroasis sea responsable de las declinaciones en las abejas melíferas”, escribió a Syngenta en 2012.

Un ejecutivo le respondió por escrito, sugiriendo que Cresswell analizara más de cerca “datos perdidos” de las colmenas en vez de las más amplias tendencias de las existencias de abejas, “¡ya que esto podría dar una respuesta diferente!”

Al cambiar los parámetros, los varroa destructores se volvieron un factor importante. “Estamos llegando a la conclusión de que la varroasis es potente respecto de la pérdida de una colonia a una escala extendida”, escribió Cresswell en enero de 2013. Un correo electrónico posterior incluyó datos que apoyaban eso.

Gibbs de Syngenta dijo: “Discutimos y definimos la dirección de la investigación en asociación con el investigador con la intención de asegurarnos de que fuera enfocada y relevante”. Añadió: “No socavamos la independencia de Cresswell, no dictamos su enfoque para evaluar los ocho factores acordados con él ni restringimos ninguna de las conclusiones a que él llegó subsecuentemente”.

Dicho esto, Syngenta era un cliente, y Cresswell estaba ofreciendo un servicio. En retrospectiva, Cresswell dijo que aun cuando todavía pensaba que las preocupaciones por los pesticidas eran exageradas, aspectos de su proyecto inevitablemente se vieron influenciados por la relación.

“Usted puede escribir que Syngenta tuvo un efecto en mí”, dijo. “Realmente no puedo negar lo que hicieron. No fue conspirador de mi parte, pero, absolutamente, influyeron en lo que terminé haciendo en el proyecto”.

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