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La Tribuna

Un empleo remoto viene acompañado de terreno gratuito y una sensación de comunidad

por Gabriel Hernandez Velozo

Craig S. Smith / © 2016 New York Times News Service

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WHYCOCOMAGH, Nueva Escocia _ Cuando una familia con muchas tierras en el escasamente poblado Cape Breton quiso atraer a trabajadores para su tienda general necesitada de personal, ofreció un terreno gratis a quien quisiera ir y trabajar durante cinco años.

La familia esperaba unas cuantas docenas de respuestas; llegaron más de 50,000; y las llamadas siguen llegando.

“Esperaba una respuesta, pero no una tan enorme como esta”, admitió Sandee MacLean, una mujer con tatuajes múltiples y cabello rojo cobrizo, a quien se le ocurrió la idea con su hermana.

Canadá tiene muchas tierras, pero no mucha gente y las regiones económicamente letárgicas como Cape Breton, en Nueva Escocia, han estado perdiendo población constantemente. La isla, una pintoresca extensión de 10,360 kilómetros cuadrados de bosques ondulantes y tierras de labranza que sobresale en el norte del océano Atlántico, tiene solo unos 130,000 residentes y ha estado perdiendo más de mil habitantes al año durante las últimas dos décadas.

Mientras los residentes de Cape Breton se volvían cada vez más frenéticos al tratar de frenar la ola de emigración, distribuir terrenos se planteó como solución.

“Es una validación de que las tierras son un atractivo”, dijo Chris van den Heuvel, presidente de la Federación de Agricultura de Nueva Escocia. Espera que la fuerte respuesta a la distribución ayude al esfuerzo de su grupo de crear un banco de tierras que haga a las tierras agrícolas asequibles y traiga recién llegados a la provincia.

Varias comunidades económicamente deprimidas en Estados Unidos han intentado la misma idea en los últimos años, incluidas localidades en Iowa, Kansas y Minnesota.

Hay una larga historia de distribución de tierras. Las potencias europeas que querían poblar sus posesiones en el Nuevo Mundo, así como Canadá y Estados Unidos en su juventud, dieron tierras a cualquiera que se asentara en ellas e hiciera mejoras.

Pero en Nueva Escocia, la abrumadora respuesta también es una medición de cuántas personas, no ancladas por la economía mundial, están ansiosas de una sensación de comunidad. Para muchos, la propuesta pareció presentar una conexión con una cultura regional famosamente rica llena de música de violines, cenas comunitarias y danzas tradicionales escocesas.

Todo eso no pasaba por la mente de Jim y Ferne Austin cuando decidieron entregar su tienda a sus hijas este año. Para las dos mujeres, MacLean y Heather Austin Coulombe, la preocupación más inmediata fue dónde encontrar empleados.

“Entramos en pánico, teníamos muy poco personal”, dijo Coulombe.

Los Austin abrieron el negocio, el Farmer’s Daughter Country Market, en 1992 en Whycocomagh, Nueva Escocia, después de una vida dedicada a una granja lechera. La combinación de panadería, mercado de verduras, heladería, fábrica de caramelos y tienda de regalos ahora ocupa una colección de edificios tipo granero rojo al lado de un tramo tranquilos de la Autopista Transcanadiense.

El padre de Austin, también granjero lechero, había reunido más de 240 hectáreas; después de varias ventas, quedaron unas 80 hectáreas. Las tierras que quedan son principalmente terrenos boscosos montañeses; escenarios bonitos, pero no de mucho valor a menos que se talen. Nadie en la familia quiere arrasar con las laderas por eso.

Para fines de este verano, el mercado campestre tenía solo tres empleados de tiempo completo, lo que hacía difícil satisfacer la demanda de la cadena de tiendas locales de productos horneados de Farmer’s Daughter. El negocio de panadería ayuda a mantener a flote la operación general en los sombríos meses de invierno.

MacLean y Coulombe intentaron hacer contrataciones localmente, pero dijeron que no había disponibles trabajadores capaces y confiables. El proceso de visa para trabajadores extranjeros era demasiado engorroso también.

Fue cuando se les ocurrió la idea de ofrecer un terreno.

Las mujeres elaboraron un cuestionario que enfatizaba el compromiso y los valores y pusieron en claro que el terreno que darían sería remoto y sin acceso a la red eléctrica.

Alrededor de las 10 de la noche de un domingo a fines de agosto, las hermanas publicaron un amable anuncio en la página de Facebook del mercado bajo el título “Hermosa isla necesita gente”.

En unas 500 palabras ofrecieron un empleo, comunidad y 8,000 metros cuadrados a cualquiera que acudiera y trabajara en el mercado durante cinco años. Desde entonces han elevado la oferta a 1.2 hectáreas para permitir espacio para un sistema séptico.

En el transcurso de la mañana, el anuncio había sido compartido 200 veces. Para la tarde, una estación de radio local había llamado para hacer una entrevista. Pronto, estaciones de radio y televisión nacionales estaban llamándoles y la oferta del terreno era el artículo noticioso más visitado en el sitio web de la Canadian Broadcasting Corp. Cuando el reporte se propagó por el mundo, se abrieron las compuertas.

Las hermanas ya habían reducido el número de candidatos a unos cuantos mucho antes de que su anuncio se hiciera viral. A la semana de la publicación original habían entrevistado a las personas que eventualmente contratarían.

Los recién llegados consisten en tres familias: los Anderson, los Walkins y los Tait, quienes llegaron a tiempo para el Día de Acción de Gracias de Canadá el 10 de octubre. Los Austin, los padres de las hermanas que están haciéndose cargo de la tienda, invitaron a todos a su casa para un festín tradicional, la mayor cena de Acción de Gracias que hayan organizado jamás, dijeron.

Mientras cenaban pavo y nabos y condimentos locales como el Cape Breton chow de Farmer’s Daughter (una delicia hecha con tomates verdes), las familias parecieron convivir sin esfuerzo.

Las tres familias dijeron que fue la promesa de comunidad en un lugar bello y más sencillo lo que fue el mayor atractivo. Cada parcela vale solo unos cuantos miles de dólares canadienses, y Cape Breton tiene muchas tierras a la venta.

“Nunca siquiera pregunté por el terreno”, dijo Sonja Anderson, una ex banquera hipotecaria que condujo durante nueve días a través del país desde Vancouver, Columbia Británica, con su hija de 10 años de edad y dos perros.

Micah Tait dijo que él y su esposa, Trish, habían soñado durante mucho tiempo con mudarse. “Todo fue exactamente para lo que esperábamos trabajar y simplemente tomamos una especie de atajo”, dijo.

Ambos dijeron que extrañaban la “sensación de pertenencia” en su vida en Vancouver, donde trabajaban como guardias de seguridad.

Cuando Brett Walkins perdió su empleo en Columbia Británica como gerente de proyectos que construía plantas de tratamiento de aguas de desecho, él y su esposa, Kerry, vendieron su casa, compraron una camioneta y una casa rodante y se dirigieron a la costa norteamericana.

Meses después, tras cruzar el continente con dos hijos y dos perros, estaban en la isla Príncipe Eduardo, al oeste de Cape Breton, preocupados esperando la respuesta a su oferta para comprar una nueva casa.

“Una hora después de que descubrimos que alguien más había comprado la casa, vi la publicación de Farmer’s Daughter”, dijo Kerry Walkins. Brett Walkins mandó un correo electrónico ese día bajo la línea de asunto: “Oportunidad de comunidad”.

“Eso fue lo que me atrajo”, dijo. “Ser bienvenido en lo que pudiéramos llamar una familia de lazos estrechos”.

Brett Walkins ya ha recorrido el terreno, accesible por una lodosa carretera de taladores, en busca de un sitio donde construir, mientras que su esposa ha iniciado sus labores horneando pays y haciendo caramelos. La pareja planea construir una casa autosustentable con energía solar.

Los recién llegados tienen desafíos por delante. Llegaron en medio de la hermosa exhibición del follaje otoñal de Breton, pero les esperan un invierno largo y frío y luego la famosa temporada de moscas negras de la región.

Junto con un repunte en el negocio, la publicidad ha tenido otras consecuencias para Farmer’s Daughter. Una pareja local ha ofrecido a las hermanas 17 hectáreas que no usan. Productores televisivos han llamado para hablar sobre un posible programa de realidad o, más al gusto de las hermanas, una serie documental que dé seguimiento a la integración de los recién llegados a la comunidad y su desarrollo de las tierras.

 Imagen:  Jim Austin se encuentra en un puesto de observación en las afueras de la tierra en Cabo Bretón, Nueva Escocia, Canadá, 13 de octubre de 2016. Jim Austin y su familia están regalando parcelas de tierra a las personas que irán a trabajar a su mercado por cinco años. (Ian Willms / The New York Times)

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