La Iglesia representa una de las instituciones más antiguas y poderosas que haya existido bajo el cielo de la humanidad. Ha transitado con muchas sombras y algunas luces, lo que le ha permitido entretejer la historia a través del liderazgo de 267 papas. La Iglesia, durante toda su existencia, ha buscado ejercer el poder, en todas sus formas, llegando a señalar en algunos períodos el rumbo de la humanidad.
La reciente elección de un Papa norteamericano no ha sido producto de un simple consenso espontáneo, sino que obedece a cuestiones muy de fondo que el Colegio Cardenalicio tuvo en consideración, que tienen su origen en este poderoso país y que afectan la economía, el desarrollo y la convivencia mundial. Recordemos que desde Estados Unidos se impulsó el primer oleaje que rápidamente se transformó en un tsunami, especialmente, en el ámbito económico, cuando el Presidente Trump atacó el corazón de la llamada globalización cambiando las reglas del juego que sostienen el mercado en el mundo, declarando una verdadera guerra al aumentar, arbitrariamente, los aranceles que formaban parte de los convenios comerciales.
También, desde aquí se ataca y rechaza la migración, definiéndola como una amenaza que, en definitiva, logra encender el espíritu del pueblo americano y que se traduce en el abierto apoyo a su presidente, el cual se afana en recuperar la supremacía de su país poniendo en práctica una evidente conducta maquiavélica de "el fin justifica los medios".
Baste señalar estos dos temas, entre otros que hacen remecer el orden mundial, que sin duda le preocupan a la Iglesia, ya que por su extendida ubicuidad en el mundo ponen en peligro sus intereses y también a sus adherentes. La entronización del Papa León XIV es más que una expresión simbólica, pues él representa una voz que puede ser oída y mejor asimilada por el pueblo americano y por todo un continente, que ya empieza a sentir los efectos de las medidas que desde el país del norte se vocean a los cuatro vientos.
Los desafíos de la Iglesia y de su nuevo líder estarán orientados a observar e influir en la construcción del inevitable orden mundial que ya empieza a gestarse. Los desplazamientos humanos (migraciones) serán de gran magnitud, poniendo en riesgo la supervivencia humana. La Iglesia deberá abogar, también, por la paz, la equidad y los derechos humanos fundamentales, además de ayudar a construir nuevas alianzas que permitan potenciar el desarrollo entre los pueblos, saliendo con ello al paso de los países superdesarrollados que pretenden repartirse el mundo al más puro estilo imperial, imponiendo sus reglas, su moneda y todas las exigencias que les puedan asegurar su predominio.
El Papa León XIV, como norteamericano con una importante pasantía misionera en Perú, deberá hablar al mundo y, especialmente, a su pueblo, rescatando las luces de la Iglesia y recurriendo al verbo de Cristo, para recuperar también la brillantez y lo mejor de la humanidad.
Mario Morales Burgos