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Columnista

"El mismo, el mismo loco afán"

Zenón Jorquera Figueroa

por Zenón Jorquera Figueroa

(del tango "Por la vuelta")

Queda claro que en ninguna ceremonia hay que mirar el celular, ni por un segundo, aunque sea por algún mensaje urgente o por cualquier otro motivo, porque las cámaras de los reporteros gráficos están pendientes de ello. Y además, no falta el comentarista que aprovechará esa ocasión para dar curso a su fijación (problema sicológico grave, a mi parecer) una vez más con el Concejo Municipal, suponiendo oscuras intenciones (que no nos importa la presentación de un ballet en la ceremonia aniversario de la comuna, por ejemplo), aun no estando él presente en la ocasión, sino imaginando, elucubrando, después de haber visto sólo la foto.

Todo sirve para emporcar; suciedad, inquietud frecuente.

La obsesión se entiende cuando la mente de la persona se aferra a una idea fija. Puede ser que la idea está asociada a algún suceso o situación que supone preocupación, lo cual puede generarle sentimientos de  angustia. Para que un pensamiento pueda ser considerado como obsesivo debe cumplir ciertas características. Una es que sea repetitiva y recurrente; es decir, que aparezca constantemente en la mente de la persona. Podría ser comprensible. Los años no pasan en vano. Sin embargo, es necesario tener cuidado: los estados de ansiedad y de estrés psicológico pueden provocar problemas mayores.

Surgen las preguntas: ¿Qué entendemos por sabiduría? ¿Cómo la obtenemos?

El conjunto de experiencias y conocimientos que el ser humano acumula durante toda la vida es lo que llamamos sabiduría. Es decir, mientras más años tenemos, debemos hacer uso de esa sabiduría adquirida y preocuparnos de obrar bien, ser prudente,  sortear los problemas o saber resolverlos, ser mejor persona, eliminar nuestras debilidades o, al menos, intentarlo, ser más virtuoso; en palabras sencillas, no complicarse la existencia ni complicarla a los demás. Enseñar con el ejemplo. Que nuestra sabiduría sirva a las nuevas generaciones con las cuales interactuamos.

Por lo demás, aquel comentarista sabe que hay canales oficiales donde expresar ciertas ideas cuando verdaderamente se desea aportar. Con discreción se puede ayudar mucho más, sin hacer uso de la publicidad. Más aún cuando aquella experiencia y conocimientos -que mencioné anteriormente- se suponen vastos en el servicio público. Es muy necesario vaciar aquello en cuestiones positivas. Y con el respeto que tanto se predica y que añoramos.

Por segunda vez me refiero a este valor moral -el respeto- considerado el más importante del ser humano, que sin duda es fundamental para obtener una armoniosa interacción con los demás actores de la sociedad. El respeto debe ser mutuo y nacer de un sentimiento de reciprocidad. El respeto se gana respetando a los demás. No puede exigir respeto quien no es capaz de ser respetuoso.  Tan simple como eso.         

Y  cuando  la  observación  es  repetitiva y  monotemática (recuerdo una

rutina del humorista Coco Legrand) y menciona a personas, se transforma en un agravio, no en un simple comentario, sino en ofensa, porque también supone un daño a la honra o imagen pública de aquellas personas. ¿Con qué fin?

 "La fuerza de su agravio demuestra la debilidad de sus argumentos".       

Hay actitudes mucho más edificantes, como la que está llevando a cabo

la profesora Ivonne Díaz, viuda del arquitecto Osvaldo Cáceres. Al respecto, sugiero leer (si aún no lo ha hecho) la carta a la Directora de este mismo medio, publicada en La Tribuna el miércoles recién pasado con el título "El sueño del arquitecto que ya partió, hecho realidad".

Vale la pena. 

Zenón Jorquera Figueroa

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