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La Tribuna
Columnista

El factor emocional en la educación

Alejandro Mege Valdebenito

por Alejandro Mege Valdebenito

 La infancia y la adolescencia constituyen una auténtica oportunidad para asimilar los hábitos emocionales fundamentales que gobernarán el resto de nuestra vidas.

                                                                                                                           Daniel Coleman.

A esta altura del año, cuando se empieza a cerrar el año lectivo y los estudiantes de educación superior conocen sus evaluaciones finales y éstas resultan ser negativas, comienzan las explicaciones de los motivos que, a su juicio, produjeron tales o cuales resultados (los estudiantes de educación media habitualmente asumen su responsabilidad y, en básica, son los padres quienes suelen buscar una explicación) y las causales que se esgrimen (en un enfoque más bien tradicional, pero que se mantiene vigente) son variadas las que, para algunos especialistas, se pueden resumir en: la calidad de la educación -concepto de calidad aún escurridizo, no bien definido ni asumido-  la actitud del estudiante para el aprendizaje; la habilidad que los caracteriza para comprender la instrucción; la perseverancia o tiempo que el alumno dedica al aprendizaje; el tiempo escolar asignado a la educación; el ambiente escolar propicio para el aprendizaje, factores que tienen una connotación racionalista de la educación, concepción que coloca a la razón como el factor necesario y suficiente para alcanzar el conocimiento, siendo el docente quien lo posee y lo transmite y el estudiante es el receptor que alcanza el conocimiento por medio de actividades memorísticas, mecánicas y repetitivas. Situación que se mantiene en una tradición pedagógica anquilosada que se resiste a ser abandonada porque para hacerlo requiere un enfoque diferente y de condiciones de trabajo distintas, que el sistema educativo no proporciona, que permitan la autonomía y la creatividad con el apoyo y los recursos materiales y humanos que son necesarios, sin olvidar que los seres humanos no solo somos seres racionales sino que también y al mismo tiempo, seres emocionales, dimensión destacada en la formación humana que conlleva una mayor conciencia  de los valores que permiten la superación de problemas, frustraciones y conflictos para alcanzar mejores resultados en un escenario educativo social que tiene códigos culturales comunes. La pura racionalidad educativa genera individualismo,   competencia e incapacidad para entender y resolver situaciones que ponen en peligro la convivencia con el otro, la fraternidad  y la paz social. La tarea del docente, que está preparado para considerar y orientar la dimensión emocional de los estudiantes, resulta relevante en este ámbito por cuanto, Al enseñar, el docente proyecta sus pensamientos, sus experiencias y sus conocimientos, irradiando desde su cuerpo sus emociones en acciones, actitudes y tonalidades. A través de ellas, el docente entusiasma o aburre, se acerca o se distancia, crea confianza o desconfianza (Casassus, 2008), actitud motivadora que influye poderosamente en el aprendizaje de los estudiantes.

De ahí, que el rol del docente, en todo tiempo, especialmente en tiempos de incertidumbre, de conflictos sociales algunos irracionales - incluso de desesperanza, como los que estamos viviendo en la  sociedad, se hace más necesaria la tarea docente de habilitar en las nuevas generaciones la capacidad para manejar y orientar las pulsiones emocionales hacia actitudes y comportamientos  más sanos,  comprensivos y solidarios, especialmente cuando, En el mejor de los casos, el CI parece aportar tan solo un 20 % de los factores determinantes del éxito. (D. Coleman)

Alejandro Mege Valdebenito.

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