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La Tribuna
Columnista

Educación, derechos humanos y democracia

Alejandro Mege Valdebenito.

por Alejandro Mege Valdebenito.

El individuo ha luchado siempre para no ser absorbido por la tribu. Si lo intentas, a menudo estarás solo y a veces asustado. Pero ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo                                                                               

Friedrich Wilheim Nietzche.

La educación es un derecho fundamental, reconocido universalmente como un derecho humano inalienable y es en el ejercicio de ese derecho sobre el que se edifica, se vive  y se practica la democracia como un sistema de vida, constituyéndose la educación pública en el espacio físico donde se produce el encuentro de la diversidad de cuna, social, económica, de creencia, de raza o de fe, incluso cultural y física, para dar a todas esas diferencias la posibilidad de construirse a sí mismos, según el esfuerzo y dedicación de cada cual y, en unidad con otros, construir un mejor destino para la comunidad humana. La educación pública tiene la misión de la formación integral, tanto individual como colectiva, consciente de la responsabilidad que significa vivir en comunidad donde es posible el ejercicio de los derechos que la democracia ha conquistado, así como el cumplimiento de los deberes que validan esos derechos, en un ambiente de igualdad, de mutuo respeto  por los derechos humanos y el fortalecimiento de los valores propios de la democracia que hacen posible la formación ciudadana, libre, racional, informada, objetiva, crítica y propositiva que habilita para tomar decisiones por convencimiento personal. La educación pública está revestida  de criterios y valores de igualdad y de justicia, de reconocimiento del otro como legítimo otro y donde los derechos humanos y  la democracia no son solo una meta a alcanzar sino  que  también son unos métodos de instrucción y educación como una forma de relacionarse con los demás, no para imponer una verdad sino para buscar en unión con otros una forma de vivir y convivir en una sociedad tolerante, justa e inclusiva, donde nadie sobra.

Para garantizar una educación donde ninguna persona se sienta discriminada, la Constitución de 1833 consagra a la educación pública como atención preferente de Estado en un sistema educacional de carácter nacional, gestionado y financiado por el Estado, con el objetivo de garantizar a todos el acceso a la educación. Caracteriza a la educación pública el ser estatal, gratuita, universal, democrática y laica.

Por la desatención del Estado a su deber no solo constitucional, sino que también ético y moral, la educación pública ha sufrido un menoscabo y no ha podido responder a la misión encomendada siendo desplazada en la demanda educacional por instituciones educacionales de carácter particular o privada, pasando de acoger a más del 90% de la población escolar a menos del 36% de ella. El Estado no se ha preocupado ni invertido lo suficiente y necesario en la educación pública, en infraestructura, en tecnología, en actualización del currículo escolar, en alimentación de los escolares más carenciados, en capacitación y perfeccionamiento del personal docente, en reconocimiento e incentivos profesionales de los mismos. El listado de las carencias son largas, los diagnósticos se han publicado y las autoridades los conocen, pero solo los conocen y se continúa experimentando con innovaciones (o improvisaciones) que no resuelven los problemas de fondo: la calidad de la educación púbica que afecta a las familias más carenciadas de la sociedad y que no pueden acceder a la educación particular o privada que- se reconozca o no- ha realizado un aporte importante, como lo hacía la antigua educación pública, esa que formó destacadas generaciones de profesionales, intelectuales, políticos y gobernantes en todos los ámbitos de la vida nacional

Sin educación pública que ayude a pensar, a razonar, asumir los deberes y no solo los derechos, que no se dejen impresionar ni menos influenciar por promesas que no se cumplen, la democracia se debilita y peligra y los derechos humanos solo quedan limitados para quienes ostentan el poder, mientras lo tengan.

Alejandro Mege Valdebenito.

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