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La Tribuna
Columnista

La escuela y la construcción de la democracia

Alejandro Mege Valdebenito.

por Alejandro Mege Valdebenito.

En mundo al revés nos enseña a padecer la realidad en lugar de cambiarla, a olvidar el pasado en lugar de escucharlo y a aceptar el futuro en lugar de imaginarlo. En la escuela son obligatorias las clases de impotencia, amnesia y resignación. Eduardo Galeano.

En el discurso público, tantas veces reiterado, se asume como un hecho innegable la importancia de la educación como base de la construcción de la democracia, a la que se concede la condición de ser la mejor forma de gobierno que se conoce y se asigna a la escuela ser la instancia y  el espacio más adecuado para iniciar su construcción y su práctica, más cuando, por distintos factores económico y sociales,  la familia ha ido traspasando al ámbito escolar las responsabilidad formativa inicial que le  ha sido tradicional. Para vivir y participar de una  vida y una sociedad  democrática se requiere de un proceso de aprendizaje que se debe iniciar en la vida de familia y continuar en el ámbito escolar de manera sistemática y progresiva para conocer,  asimilar y comprender los códigos que rigen la vida en sociedad y hacerlo reconociendo y asumiendo la importancia que tienen para mantener la cohesión social y alcanzar los objetivos que tiene la vida en comunidad, respetando la diversidad y la libertad humana de pensar y creer de manera distinta, siempre y  cuando no se atente contra la libertad y el derecho de los otros, que es el marco y el límite que impone al comportamiento humano la verdadera democracia y que la diferencia de otras formas de gobierno, aunque aquellas se maquillen de democracia. Una democracia no se impone, solo se acepta y se asume libremente cuando se la reconoce y se la vive.

Dado el rol y la responsabilidad en la construcción de un sistema  democrático que se asigna a la escuela, cabe preguntarse si  la institución escolar  ha contribuido  en alguna medida a conseguirlo, o si está  en condiciones de hacerlo a través de asumir la formación ciudadana como una de sus tareas cívicas fundamentales.  Al respecto debemos reconocer que el sistema escolar que tenemos ha estado ajeno a esta demanda y la educación solo resulta ser el fiel reflejo de lo que hemos  querido o podido hacer como la  sociedad estratificada y polarizada que somos y donde a la educación  lo que menos le importa es la formación integral de las nuevas generaciones y donde la competencia para ganar a otros es la consigna, sin considerar que, especialmente en educación, siempre los que ganan lo hacen en comparación con los que pierden. Así, la victoria de unos, está basada en la derrota de otros, cuando en una sociedad democrática lo que realmente debe importar es que todos los estudiantes ganen. De ahí, la necesidad de un cambio de paradigma educativo selectivo a uno más humanista e inclusivo el que, aún con numerosas propuestas y reformas educacionales,  que se arman y desarman al vaivén de los gobiernos de turno, no se ha logrado.  Este déficit de la escuela -del sistema escolar como tal- ha impedido la construcción de una sociedad mejor con más democracia, uno de cuyos pilares es la participación,  libre, ilustrada, consciente y razonada en todas las actividades donde al ciudadano le corresponde participar y tomar decisiones; sentirse y ser parte activa de la vida comunitaria, tener voz y opinión para aceptar o discrepar de otras visiones y hacerlo con razones y argumentos, sin descalificar a los que opinan diferente y buscar siempre los consensos, como ponerse de acuerdo-por ejemplo- para mejorar aquellos aspectos de la propuesta de la Nueva Constitución que, tanto los partidarios del apruebo como del rechazo, consideran que deben mejorarse, construyendo puentes y no cavando trincheras ideológicas,  tratando de convencer de su posición a una mayoría silenciosa de la población, que está menos informada y con menor posibilidad de comprender el sentido y alcance de lo que tiene que aprobar o rechazar, por las dificultades que tiene la escuela - y el profesor y profesora, por el guion ministerial que tiene que seguir- para contribuir a edificar, desde el ambiente escolar, la democracia sin apellidos que la sociedad demanda.

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