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La Tribuna
Columnista

Hambre emocional

Valentina Inostroza (*)

por Valentina Inostroza (*)

Actualmente la conducta alimentaria de los individuos está condicionada por diversos factores, los cuales son capaces de modificar el comportamiento de una persona en relación con la selección de alimentos, preparaciones culinarias y cantidad ingerida de los mismos.

Con la discordancia evolutiva de la dieta, concepto que enfatiza en la modificación del sentido de alimentación, donde antiguamente se ejercía en contexto de la supervivencia y hoy en día más bien como un acto social y placentero, se ha generado una modificación en la capacidad de los individuos para captar adecuadamente las señales fisiológicas de hambre-saciedad, donde el hedonismo alimentario o bien, búsqueda de placer y bienestar a través de los alimentos, desencadena una mayor sensibilidad al sistema de recompensa el cual, tras la acción de diversos neurotransmisores, conlleva a repetir las conductas asociadas a estas transgresiones alimentarias, pudiendo contribuir además al desarrollo de exceso de peso, al asociarse a la ingesta de alimentos de alta densidad energética.

A raíz de esto, las emociones han tomado protagonismo y se han asociado fuertemente a los hábitos de alimentación de los individuos, indicando diversos estudios que los alimentos impactan en el control de las emociones y viceversa, tomando relevancia el concepto del Comedor Emocional, cuya característica radica en la sensación de apetito que se genera en forma repentina ante diversas circunstancias, impactando en los mecanismos fisiológicos que regulan la ingesta alimentaria. Así, el comedor emocional es definido como aquel individuo que ingiere una cantidad excesiva de alimentos a raíz de emociones como aburrimiento, ira, estrés, angustia, etc., desencadenando un alivio emocional asociado al alimento seleccionado y viendo esta acción como un modo de afrontar y refugiarse, impactando negativamente en la salud y, en muchos casos, desencadenando cuadros de malnutrición.   

Por este motivo, el rol del nutricionista es crucial en la pesquisa de emociones asociadas a la ingesta alimentaria, debiendo potenciar estrategias para recuperar el sentido de la alimentación, donde la alimentación consciente es un acto básico para retomar prácticas cotidianas que permiten la atención plena y la recuperación de los sentidos que conllevan al adecuado funcionamiento de los componentes químicos que emiten las señales de hambre y saciedad.

La actividad incesante a la cual estamos constantemente expuestos, a raíz de los ritmos laborales o quehaceres cotidianos, sumado a la escasa educación alimentaria de la población, desvían la atención al momento de alimentarnos, lo que sin duda incrementa el hambre emocional y potencia las transgresiones alimentarias que, sostenidas en el tiempo, se asocian al desarrollo de enfermedades tales como las Enfermedades Crónicas No Transmisibles, las cuales son altamente prevalentes en nuestro país.

Es estrictamente necesario crear consciencia en poder identificar las emociones que gatillan una ingesta compulsiva y, en complemento a esto, tener claridad de él o los alimentos capaces de calmar estas emociones, ya que de este modo se pueden generar estrategias individualizadas que permitan mejorar la relación con la comida y, de este modo, volvernos más conscientes en nuestras elecciones. En este sentido, involucrarse con las etapas asociadas al acto de comer es crucial, desde la compra, preparación y el propio momento de comer, esto debido que los mecanismos fisiológicos encargados de emitir señales a nuestro cerebro asociadas al hambre y saciedad, se estimulan, en primer lugar, a través de las características organolépticas de los alimentos, es decir, olor, sabor, textura, vista y, considerar también, el evitar estímulos externos al momento de comer, ya que generan un fuerte efecto en la asimilación de nutrientes y el propio alimento en el organismo.    

Retomar prácticas básicas y asesorarnos adecuadamente, es la clave para comenzar a relacionarnos saludablemente con la comida. 

Valentina Inostroza (*)

Docente Nutrición y Dietética Universidad Santo Tomás

Región del Biobío.

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