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Columnista

Murmullos urbanos&

Mario Ríos Santander 

por Mario Ríos Santander 

Las respuestas, si no se expresan, dan validez a actitudes y formas de manifestarse, que han herido el alma.

Y hubo un murmullo que se extendió por las calles de esta ciudad de Los Ángeles, penetrando en la intimidad del pensamiento ciudadano. Era una respuesta que no se expresaba e incomodaba en la garganta campesina.

El hombre de campo, no es de gritos. Vive en el silencio de la naturaleza. En dichas labores, su encuentra es con las aguas que fluyen, queltehue y otras aves, a lo más, elevan al cielo su presencia emitiendo algún chichillo o canto de libertad. El hombre de campo, le gusta el silencio. No es de emisoras ruidosas sobre la mesa familiar, salvo los mexicanos de la tarde que rompen en algo la paz del alma. Telenovelas cantadas. ..a falta de una buena copucha, venga México.

Por ello, observar a cientos (¿miles?) de huasos a caballos, otros tanto con sus perros galgos caminando, algún coche familiar, en silencio, permitiendo que el murmullo de los miles de cascos golpear el pavimento urbano fuera una respuesta, una alerta a quienes, en la libertad de dejar hacer, habían transformado su discurso público, en una suma de odiosidades cuyas consecuencias, herían la tradición de Chile y peor aún, torcían el devenir natural de la vida y trabajo agrario.

El peatón urbano, detuvo su andar y su rostro, algo zonzo, por esa despreocupación que impone su entorno paisaje de vitrinas y vendedores ambulantes, cambió de semblante, al percatarse que desde esa  esquina surgían caballos y jinetes, por cientos, y mas cientos, silenciosos, rostros cubiertos por mascarillas, cientos de mascarillas, corceles de pronto bufando, algo incómodos por el lugar que los hacían caminar, lejos de sauces,  maquis, perros jugueteando....habían llegado a esto de, haciendo ciudad, para que el murmullo de sus cascos respondieran o mas bien, levantaran las barreras odiosas, que se habían venido instalando en este Chile querido que poco a poco ha ido perdiendo las sonrisas.

En la salida, desde el lugar de encuentro, solo breves palabras: Tranquilos, como es la vida nuestra. Losa niños, sujetos a la mano de sus padres, miraban extasiados a estos huasos a caballos. Repletos de interrogantes, con sus miradas transparentes, se impresionaban por esos cascos, cuyo golpeteo en el pavimento, recordaba a este binomio que representa la Patria, (tierra de nuestros padres), tradiciones, vivencias y ya lo decimos, silencios. Los que quisieron gritar, por esa odiosidad que se les ha instalado en sus mentes, callaron. Seguramente sintieron temor, tan propio de los que quieren destruir todo. Los cascos y sus murmullos urbanos, se extendían silenciosos.  

¿Habrá una advertencia mas potente que la presencia campesina sobre caballos altivos, buenas monturas, riendas de cuero curtido, chamanto y sombrero de alas anchas, imagen de la tierra, de Chile hoy y mañana?

Un par de días después, el mismo campesino volvió a la ciudad. No tenían riendas en sus manos, ahora era un lápiz. Una modesta rayita completando una cruz, (mas que mal somos un pueblo cristiano..), provocaba un cambio nacional. Respuestas, mas respuestas. Miles de respuestas. Chile volvía a su cauce. El murmullo de los cascos volvió a oírse, ahora en la paz de la razón, un tanto marginada en estos últimos tiempos.

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