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La Tribuna
Columnista

La importancia de las emociones en alumnos y profesores

Alejandro Mege Valdebenito

por Alejandro Mege Valdebenito

(I parte)

Fines del año 1959. En una escuela de la localidad de Pillanlelbún, comuna de Lautaro, el alumno en práctica de la Escuela Normal Experimental de Victoria es presentado a los estudiantes del 59 año básico (primario en ese entonces) a quienes no conocía y dejado en el aula para realizar -bajo la mirada evaluadora del profesor guía- una clase cuyo tema trataba sobre las "Desviaciones de la columna vertebral y sus consecuencias". El aspirante a profesor que se había preparado hasta altas horas de la noche anterior inició su clase con la "motivación", esa etapa inicial cuyo objetivo es captar la atención de la clase y conectar la nueva materia con los conocimientos previos que los alumnos tuvieran sobre el tema a tratar (actividad poco habitual y hasta olvidada en la práctica pedagógica de hoy, quizás por considerarla erróneamente, a nuestro juicio, innecesaria). Dramatizando y enfatizando las consecuencias que producía en los niños las desviaciones de la columna por malas posturas del cuerpo humano y concentrado en hacer la mejor clase posible, el practicante no reparó en un principio en los sollozos de un alumno sentado en un extremo de la sala. Primer error del docente: no estar atento y perder de vista lo que ocurre en la sala de clases (o desatenderse de ello). Al acercarse al alumno que lloraba se dio cuenta que Manuel, así se llamaba, en su columna vertebral tenía una joroba. Segundo error: no haber averiguado previamente si había condiciones especiales de los alumnos o haber inquirido pormenores particulares sobre ellos antes, incluso durante la clase. La desviación de la columna, como la de Manuel, había sido enfatizada como una situación anormal que ponía en desventaja a una persona con quienes no sufrían un problema similar. El practicante dio ejemplos de muchas personas famosas que sufrían de enfermedades de la columna pero que llevaban una vida no solo normal, también productiva. Sin embargo, solo un abrazo logró calmar la angustia, el estado emocional no solo de Manuel, también la del inexperto profesor. La situación no le fue indiferente a nadie y la emocionalidad inundó la sala y se mantuvo durante la clase, facilitando la comunicación profesor- alumnos y, el aprendizaje fue mutuo.

Mas, a que viene este relato. El Centro de Perfeccionamiento, Experimentación e Investigaciones Pedagógicas (CPEIP) del Ministerio de Educación (Mineduc) publicará los nuevos estándares - en cuya definición se demoró cuatro años- de lo que debe saber un egresado de Pedagogía y lo que deberá enseñar, donde el desarrollo de las competencias socioemocionales en su relación con sus alumnos resultan fundamentales, (al respecto, recuerdo que en la educación normalista, esta materia estaba considerada) más, habiendo sido la emocionalidad humana objeto de estudio durante más de cien años. Sin embargo, la educación emocional no está incluida en los planes de estudio en gran parte de las instituciones dedicadas a la formación de profesores y ahora se repara en esa falencia, que no es menor. Como ocurre frecuentemente, la rueda de la importancia del factor emocional en el ser humano, vuelve a ser redescubierta.

La profesora Nolfa Ibáñez Salgado, galardonada con el Premio Nacional de Educación 2021, en una investigación realizada en el Marco del Proyecto de Fortalecimiento de la Formación Inicial Docente del Mineduc, refiere que: "llama la atención la elevada presencia de emociones desfavorables en la formación de los futuros profesores y profesoras, como también, su fuerte crítica a las prácticas metodológicas y evaluativas", reconociendo que la disposición emocional en la interacción entre el que enseña y el que aprende facilitaba el aprendizaje.

Está suficientemente investigado el rol que juegan las emociones en la atención, la memoria y en el razonamiento lógico y ayudan a fijar la atención en lo que es importante. "Sin emoción no hay curiosidad, no hay atención, no hay aprendizaje, no hay memoria."

En el campo emocional, en la relación profesor-alumno, es importante que el adulto que enseña identifique sus propias emociones como una forma de entender y canalizar las emociones de quien aprende.

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