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La Tribuna
Columnista

La realidad de nuestra educación

Alejandro Mege Valdebenito.

por Alejandro Mege Valdebenito.

Consultado, en una entrevista, el exministro de Hacienda y actual precandidato a la presidencia de la República, sobre el déficit de profesores del sistema educacional chileno, que se proyecta para el año 2025 en más de 32 mil docentes, así cómo se mejora la baja calidad de la educación, panorama que la pandemia ha mostrado en toda su intensidad, responde el exministro que la solución es abrir un concurso internacional para traer a los mejores profesores de afuera, precisando luego que lo dicho tiene que ver con nuestros profesores, tenemos un problema de calidad de nuestros profesores, declaración que, como era de esperar, molestó a muchos y a los dirigentes del gremio del Magisterio, todo en un ambiente donde las sensibilidades se encuentran a flor de piel y donde nadie asume sus propias culpas, deficiencias y responsabilidades, haciendo de la educación una permanente contienda político ideológica, más que una política de Estado para mejorarla, en un distanciamiento ciudadano con la política educacional del gobierno lo que lleva al sistema educativo a navegar sin rumbo fijo ni objetivos claros que permitan superar los escollos que tienen a nuestra educación en el deplorable estado en que se encuentra, lo que todos lamentamos y donde los estudiantes, especialmente los de la educación pública, se sienten marginados y sin posibilidades de participar en la construcción de sí mismos con una educación formativa de verdadera calidad.

Que se hayan venido o vengan extranjeros -algunos profesionales de la educación y otros no- para hacer su aporte en la educación chilena, es un hecho que la historia consigna desde la época de la Conquista donde los propios conquistadores enseñaban a los indígenas y a sus propios hijos y donde las órdenes religiosas, especialmente de los jesuitas, hicieron un aporte fundamental en la educación del pueblo. Recordemos solo a don Andrés Bello, venezolano nacionalizado chileno que dejara su impronta en la creación de la Universidad de Chile, en la redacción del Código Civil y en la docencia, así como la presencia de profesores alemanes que se hicieron cargo de la educación cuando fueron creadas las Escuelas Normales y el Instituto Pedagógico,  las principales instituciones para la formación de profesores de enseñanza primaria y secundaria. Tanto fue su impacto que el alejamiento de los docentes alemanes provocó una crisis educacional  y un deterioro en la formación de los profesores, por lo que el gobierno contrató nuevos académicos de la misma nacionalidad. Eso es un acontecimiento que se debe recordar y reconocer.

La falta de profesores es lo  que llevó al gobierno autorizar, en el año 2017, a más de mil profesores migrantes para hacer clases en Chile. (¿Alguien ha cuestionado su calidad?) Por lo demás,  el intercambio de profesores - como de otros profesionales- es un proceso habitual en un mundo donde la colaboración es necesaria para el crecimiento y desarrollo en una sociedad global abierta donde los límites territoriales de los países solo están dibujados en los mapas. Por otra parte, en nuestro país hemos tenido y tenemos un número importante de destacados profesionales de la educación o de otras áreas del conocimiento que pueden ayudar, si les escucha y se les da la oportunidad, a mejorar la educación. Recordamos, entre muchos otros, a profesoras y profesores nuestros que han ido a prestar su colaboración a otros países; que han recibido premios nacionales y reconocimientos internacionales en el área de la educación, autores de libros para la educación, destacando los nombres, entre quienes aún nos acompañan de: Viola Soto Guzmán, Erika Himmel, Beatrice Avalos, Mabel Condemarin y María Victoria Peralta, consultora ésta última de la Unicef, la Unesco y el BID, así como los de: Gabriel Castillo Inzulza, Mario Leyton Soto, Iván Núñez Prieto, Ernesto Schiefelbein y José Joaquín Brunner.

La solución a la deficiente formación docente de que se acusa y la falta de profesores es una materia que no ha sido tratada seriamente. Las falencias detectadas en la formación de profesionales está relacionada con las características pragmáticas y utilitarias del modelo económico, que trata a la educación como un producto del mercado, hacer de la educación más que una profesión, un oficio (no menos digno e importante , por cierto) burocratizando el trabajo docente, ejerciendo  presión sobre resultados cuantitativos y medición estandarizada de los aprendizajes adquiridos, sin considerar las variables que los profesores no pueden controlar, como son la situación socioeconómica y cultural de la familia; la infraestructura y equipamiento escolar, el ambiente laboral, la salud física y emocional de los docentes así como la escasa valoración social, incluso el respeto y consideración por el profesor.

Para mejorar la educación, interesar a los jóvenes por estudiar pedagogías, se debe optimizar la formación académica y metodológica de los profesores, unido a su reconocimiento social, su independencia profesional, su trato y estabilidad laboral, su perfeccionamiento y actualización como una necesidad permanente; con una carrera docente que reconozca no solo los rendimientos académicos cuantitativos sino qué, como algo inherente al ejercicio de la profesión, la formación en valores, el ejercicio responsable de la ciudadanía, el cumplimiento de los deberes y el uso legítimo de los derecho. Como lo han dicho antes los distinguidos profesores que hemos mencionados.

 Y, sin duda alguna, optimizar la gobernanza del sistema educativo en todos sus niveles.

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