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La Tribuna
Columnista

La vida infantil en pandemia

Alejandro Mege Valdebenito

por Alejandro Mege Valdebenito

En el área verde de la población, antes de la pandemia, se reunía un grupo variopinto de menores de edad, hijos de las familias que habitan el sector, incluida una familia gitana y, de vez en cuando, uno que otro niño del vecindario cercano de similar edad. Ese espacio de flores, plantas y árboles, donde chincoles, tórtolas y zorzales se posaban sin temores se convertía por horas en un lugar de reunión y de juegos, donde las risas y las manifestaciones de alegría -alguna vez de una lágrima por una caída sin mayores consecuencias producto del brío y entusiasmo al disputar la pelota y caer abrazados sobre el pasto - de socialización, de amistades, ponía en el ambiente la sensación de crecimiento, aprendizaje y de formación humana compartida de manera sana y con aceptación espontánea del otro como uno de sus iguales.

Ese panorama que los mayores  apreciábamos con nostalgia rememorando nuestras propias experiencias, manteniéndonos a cierta y protectora distancia, que siempre resultaba innecesaria pues los niños aprendían a cuidarse a sí mismos, capaces de ayudar y ser ayudado, terminó bruscamente. La aparición del enemigo invisible despobló el espacio,  encerró a los niños en sus casas y el temor y la incertidumbre se instaló en sus vidas y los aisló de sus juegos y sus amigos. Ya no podían tenderse en el pasto con los brazos abiertos  mirando el cielo como queriendo decir que ese pequeño mundo era tan suyo como de sus compañeros de juego. Ya no podían espantar los pájaros, que no les hacían mucho caso, ni subirse a los árboles ni menos esconderse detrás de ellos. La pandemia los dejó sin escuela, sin salas de clases y sin compañeros en un encierro forzado que los condujo a intoxicarse con la televisión, hacerse prisioneros del celular, aburrirse mirando hacia la calle con la nariz pegada al vidrio de la ventana  y hacer esfuerzos para comprender y aprender de una instrucción, no precisamente educación, que les llegaba - y no a todos- del ciberespacio, sin la calidad ni la calidez  de la presencia cercana de sus iguales y de su profesora o profesor que, a la distancia, a través de la pantalla del computador, hacen sus mejores esfuerzos por motivarlos a estudiar en un colegio virtual y hacer sus tareas a quienes podían hacerlo. Encierro y esfuerzo que no solo ha incidido en la salud mental de los niños, también ha tenido un impacto en la salud de los profesores cuando una encuesta (Elige Educar) determinó que en los dos últimos meses el 77% de los profesores reconoce sentirse agobiados, hecho que podría llevar a no pocos docentes a abandonar la carrera (no debemos olvidar que, en años normales, cerca de 8 mil profesores la abandonan), situación que agravaría aún más el problema de atender a una educación de mejor calidad.

La pandemia nos cambió la vida a todos, sin embargo el efecto que tendrá en los niños aún no los apreciamos en su totalidad, más cuando investigadores y especialistas, y así lo enfatiza la Unicef (Fondo de la Naciones Unidas para la Infancia) que la presencialidad en la educación es irremplazable en una formación integral por lo que dependerá  del desarrollo de la capacidad de resiliencia de los estudiantes, así como el  apoyo de la familia y del sistema escolar, fuertemente respaldada por el Estado, para que la desigualdad de la educación no sea tan abismante, equilibrando la protección de la salud y la vida con la presencialidad educativa donde sea posible.

Tenemos la esperanza que nuestros hijos  y nietos puedan reunirse de nuevo en nuestra área verde (así como todos los niños en todos los espacios verdes del mundo), respetar la naturaleza y educarse  en la escuela abierta y democrática de la vida en un contacto alegre, fraternal y solidario con sus iguales. Y esperamos, más temprano que tarde, verlos correr libre y sanamente tratando de elevar al aire ya sea una humilde cambucha de papel, una modesta ñecla o un multicolor y pretencioso volantín que anuncien la buena nueva que traiga la luz de que ya se tiene el remedio tan esperado para derrotar el temor y la oscuridad de la pandemia.

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