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La Tribuna
Columnista

La cultura del ego

Raúl Caamaño Matamala Profesor Universidad Católica de Temuco

por Raúl Caamaño Matamala Profesor Universidad Católica de Temuco

El cultivo del ego en sí no es malo, solo que, si de ese cultivo se hace una práctica intensiva, 24/7, sin perdonar un solo día del año, se cae en una costumbre o hábito que daña, que afecta al prójimo, de un modo indirecto que si no directo.

¿Cómo es eso posible? El cultivo del ego prácticamente no visibiliza el tú, pues todos los límites se restringen al yo, el yo se encapsula, se ensimisma. El concentrarse, o reconcentrarse en sí mismo es una práctica in crescendo desde el último cuarto del siglo veinte y lo ya recorrido de este, el veintiuno. Este acentuamiento del yo, este individualismo exacerbado, nos ha pasado la cuenta y es uno de los factores no muy dimensionado o detectado en los análisis de la crisis actual, y no solo de nuestro país.

Ya podemos hablar de la cultura del ego. Sí, ni más ni menos. ¿Ejemplos? Muchos, pero muchos, y no solo en el ámbito social, también en el profesional. Personalismos, yoísmos, egocentrismos sino narcisismos.

La sociedad ha experimentado cambios, y lo que intento comunicar en esta columna es que la sociedad, la comunidad, cada vez más es menos comunidad, solo lo es de chapa, de nombre.

La sociedad cada vez más se ha convertido en un colectivo de individualidades, que ni siquiera de individuos, menos de seres humanos. Muchas veces les he dicho a mis circunstanciales estudiantes, cuán difícil es ser un humano. Seres humanos muchos, pero de todos ellos, de cada uno de ellos, ser un humano, pocos.

Así, comprobamos que de la cultura del ego a la cultura del egoísmo, hay solo unos pocos pasos. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Detenernos, parar un poco.

En general, nos han venido bien estos días y semanas de inicio de año, luego de un año calendario complejo, agitado.

La pregunta sigue latiendo, ¿qué hacer? Escapar de la individualidad, poco a poco, salir del yo necesario, para transitar al conocimiento del tú, del otro, del prójimo, como quieran llamarlo. Y pasar de ese conocimiento, a un reconocimiento, es buen signo.

¿Qué efecto tendría? La construcción de la nostridad, hacer del yo y del tú, un nosotros, verdadero, no ficticio, no ocasional, no funcional, sino cada vez más real. Empatizar, hacer funcionar las neuronas espejo. Dejar de ser un solo, un solitario, y pasar a ser un solidario.

¿Cuál es la tarea, entonces? Transitar de la cultura del ego a una cultura de la nostridad. Difícil, me han dicho; sin embargo, hemos de proponérnoslo, y ser constructores de un nuevo tiempo.

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