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Columnista

Lo más absurdo entre todos los absurdos

Prof. Juan Manuel Bustamante Michel, Presidente de la AFDEM Los Ángeles

por Prof. Juan Manuel Bustamante Michel, Presidente de la AFDEM Los Ángeles

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, la voz absurdo significa: contrario u opuesto a la razón, que no tiene sentido; también, extravagante, irregular, chocante y contradictorio; dicho o hecho irracional, arbitrario o disparatado. Así de simple; así de claro; así de categórico. En otros términos, algo que no cuadra con la realidad fáctica (la natural, social, histórica y cultural) que nos rodea y que siendo un absurdo, por lo tanto, sólo podría ser ilógico, caótico, incongruente o insensato para sus observadores.

¿Y por qué todo esto?, podría preguntarse más de alguien, y no sin razón, ante una entrada tan, a lo mejor,  apabullante,  invasiva y casi delirante como la precedente, atendida su proximidad, lo reconozco, a un inapropiado didactismo, si así pudiéramos caracterizarla. Y la respuesta no podría ser otra que el impresentable y burdo desencuentro dado en estos días entre el mundo docente propiamente tal (para el caso, el mundo de vida, desde una forzada mirada habermasiana) y el Ministerio de Educación (el mundo sistémico o normativo, desde la misma visión) - y provocado por este último -, si se considera su tozuda e intransigente postura de llevar adelante, y porque sí, la evaluación del desempeño profesional docente y el SIMCE, como si nada hubiese ocurrido, como si todo fuera normal.

Sobre el particular, lo que la autoridad educacional debería entender es que ni la una ni la otra son posibles de  ejecutar en este momento, atendidas las razones por todos conocidas: la tenencia de una emergencia sanitaria de las más graves ocurridas en los últimos cien años en el mundo y en Chile que derivó en un cambio virtualmente antónimo - en una verdadera antítesis - para el quehacer docente cotidiano como fue el paso desde la modalidad presencial a la modalidad remota de enseñanza en el sistema escolar y su obvio impacto en el desarrollo del acto educativo, es decir, en sus procesos situacionales (lo antepreactivo), de diseño y elaboración (lo preactivo), de intervención (lo interactivo) y de reflexión y toma de decisiones (lo posactivo), todos tan distintos en una y otra realidad. Así como debería entender también que por su sola concepción y naturaleza, tales sistemas de medición son impracticables en el contexto de la educación remota, atendido el hecho que han sido pensados, diseñados y elaborados para su utilización en la modalidad presencial de enseñanza, suspendida en la actualidad hasta que se recobre la normalidad; y cuya aplicación futura sólo podrá ser posible en la medida en que se adopten los ajustes y cambios necesarios requeridos por la presencia de un nuevo paradigma educativo en ciernes a causa de la combinación de ambas modalidades de educación.

Pero lo más absurdo entre todos los absurdos - y todo esto junto al agobio y estrés que marca una indiscutida presencia en todas las comunidades docentes sin excepción como consecuencia de una sobrecarga de trabajo que ha superado con creces sus normales distribuciones horarias semanales, más la amenaza concreta, directa y documentada del inicio de procesos de acompañamiento al aula virtual (supervisión docente especializada) por parte de personas inexpertas en este campo del saber pedagógico - sería que, no obstante la gente protesta en las calles y demanda no sólo trabajo sino que alimentos  para sus familias y las ollas comunes campean en los llamados sectores vulnerables de nuestra sociedad, se dilapidasen cerca de $ 40.000.000 por lo que significan el diseño, elaboración, distribución, aplicación, revisión y comunicación de resultados en ambos procesos que por ahora resultarían inconducentes, y ello, además del pago de evaluadores pares en todo el país y los costos asociados a los planes de superación profesional de cargo de los DAEM (ambos parte de la aludida evaluación docente), que bien podrían asumirse como acciones reñidas con la ética y la moral social que la ciudadanía pero en modo alguno podría perdonar a sus actuales gobernantes.

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