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Un recuerdo a propósito de un despropósito

Prensa La Tribuna

por Prensa La Tribuna
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Corrían los años ochenta y, con ellos, de las manos de las huestes de Chicago, los incipientes Sistemas Comunales de Educación. Plena época de autoridades 100 por ciento designadas hasta no se sabía cuándo (las que debían generarse por elección popular y las que habían de acceder a los servicios del Estado por concurso público). El tiempo aquel en el que nos regalaron la exoneración masiva de profesores por razones ideológicas (donde no se escapaban ni los alcances de apellidos) y la archiconocida, discutida e ignominiosa deuda histórica aún sin resolver (por la que nadie de los hechores ha dicho esta boca es mía), y en el que la educación pública -con la complicidad y colaboración de no pocos supuestamente decididos adversarios y críticos del régimen de entonces- ya venía encaminada para ser entendida y gestionada como una empresa cualquiera y destinada, por antonomasia, a la producción de mano de obra barata, precisamente por la instalación de un modelo, a todas luces, de educación de castas o altamente segregado y, por lo mismo, profundamente desigual (esto, según antecedentes de la OCDE) donde, hasta hoy en día, los de arriba se congregan con los de arriba, los de en medio con los de en medio (incluidos los infaltables arribistas), y los de abajo con los de abajo, esos a los que con severa maestría retratara Mariano Azuela en su obra Los de abajo.

Es por lo mismo que vengo en recordar que en uno de esos años fuimos convocados a participar de una reunión ampliada de representantes de todos los establecimientos educacionales dependientes del DAEM de esta comuna, incluidos sus directores, con el objeto de que tomásemos conocimiento, y solo eso -en calidad de simples buzones (receptores, portadores y transmisores de información ya digerida)-, de la próxima instalación de un Servicio de Bienestar para los profesores sistémicos (lo que nunca fue, a todo esto), el que, por añadidura, debía ser financiado, aunque en modo alguno administrado, por los mismos futuros beneficiarios (nada extraño, por aquel entonces, si se tiene en cuenta que el Hospital del Profesor, con el decidido auspicio de un sometido Colegio de Profesores de Chile, fue construido gracias a las erogaciones mensuales por dos o tres años consecutivos de todos los docentes de los establecimientos educacionales públicos del país vía descuentos obligatorios en sus remuneraciones, del mismo modo que sucedió acá en la provincia de Biobío, y con el mismo generoso auspiciador, con la Plaza de Juegos Infantiles ubicada en la avenida Ricardo Vicuña, solo que esta vez con los aportes igualmente obligatorios de todos los profesores de la provincia de Biobío). La reunión se llevó a efecto con la presencia de casi toda la plana mayor del Sistema Comunal en la Biblioteca Municipal que funcionaba en el Edificio Bernardo OHiggins, esto es, esquina encontrada con la Plaza de Armas.

Un registro de la memoria en el que un muy poco gentil y también poco empático discípulo de la Escuela de Chicago -a propósito del referido Servicio de Bienestar-, olvidando que los profesores, en Chile, como se lo hice saber en el mismo espacio y ante la misma audiencia, habíamos sido presidentes de la República, parlamentarios, ministros, subsecretarios, intendentes, gobernadores, subdelegados (inexistentes en la actualidad), secretarios ministeriales, alcaldes, regidores (hoy concejales), jueces de paz (allí donde los hubo), fundadores, rectores y académicos de universidades y de cuánto colegio había sido posible, premios Nobel de literatura, y exportadores de educación hacia otros países latinoamericanos como México, por ejemplo, y que la nuestra es la profesión sin la cual ninguna otra es posible -al menos por ahora-, nos dijera: nosotros, los profesionales del Departamento de Educación, hemos pensado, trabajado y resuelto por ustedes (...). ¡Qué falta de tacto y de respeto! ¡Qué falta, la verdad!

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