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La Tribuna
Columnista

Mujer: ¿rol, clase, constructo?

Marisel Venegas

por Marisel Venegas

A pocas semanas de que se vote en el Senado el

proyecto de ley que reconoce a las mujeres el derecho a una vida libre de

violencia, hay reflexiones pendientes. En el mensaje del proyecto se mencionan

los dos grandes objetivos del mismo: un aspecto estrictamente reglamentario,

que busca mejorar las respuestas institucionales que hoy se ofrecen a las

mujeres víctimas de violencia, y la generación de un cambio cultural cuyo

horizonte es la igualdad entre hombre y mujeres, y el fin de las relaciones de

subordinación que estas padecen, que es la raíz de la violencia de género.

El primer objetivo del proyecto de ley merece, sin

duda, ser celebrado, pues propone medidas concretas para enfrentar el problema

de la violencia que cotidianamente padecen mujeres de carne y hueso. El segundo

objetivo, sin embargo, es problemático: se intenta cambiar la cultura mediante

una ley en una dirección sobre cuya conveniencia no hay consenso y que puede

terminar volviéndose en contra de esas mismas mujeres.

El proyecto hace referencia a roles diferenciados

asignados a hombres y mujeres. Más allá de la pregunta por los roles, falta la

pregunta por los modos de ser: ¿tienen modos de ser distintos el hombre y la

mujer? Si hombres y mujeres somos iguales en todo sentido (y no sólo en

dignidad humana, lo cual no está en cuestión), si no existe el ser femenino, si

no existen las mujeres como algo diferente de los hombres ¿a quién defiende el

feminismo? El feminismo se queda sin objeto y sin sujeto cuando el ser de la

mujer se desdibuja y queda reducido a mero rol asignado (o a mero devenir

histórico, o a mera autonomía, que son las otras dos posibilidades que se

desprenden del proyecto).

Una segunda noción problemática es que no somos más

que una construcción social, cultural, histórica y económica. En realidad, no

existe una separación tajante entre lo que somos intrínsecamente y lo que hemos

construido libremente: es mentirosa la dialéctica entre naturaleza y cultura.

Para la filosofía política clásica -a diferencia de lo que a veces pretenden

sus caricaturas- no existen las naturalezas humanas sueltas, desancladas,

sino siempre encarnadas en seres humanos concretos, viviendo en épocas y

culturas concretas. Así, no hay naturaleza que no se exprese en alguna

manifestación cultural y no hay manifestación cultural sin algo anterior que

manifestar.

Por la complejidad de los asuntos hasta aquí

mencionados es que la discusión de una ley como esta, que contiene un lenguaje

y una visión que no es neutral (ni podría serlo), debiese tratar los aspectos

de fondo: filosóficos, antropológicos e históricos y no sólo los puramente

técnicos, como ha sido la tónica de la deliberación parlamentaria hasta ahora.

Javiera

Corvalán Azpiazu

Abogada,

académica Facultad de Derecho

Universidad

Finis Terrae

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