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Columnista

El Estado: del honor al botín

La Tribuna

por La Tribuna

En los primeros asentamientos humanos, la principal

y casi única responsabilidad de sus componentes, fue obtener alimentos. Es así

que instalados junto a ríos, (Éufrates, Tigris, Nilo, los más solicitados en la

antigüedad), dieron cuenta de tales menesteres. Fue ahí también, que se dio la

ocasión de estructurar un Estado que, primitivo en sus inicios, se fue

consolidando hasta convertirse en organismo superior, de una nación, gobierno

o, más grande aún, de un imperio. Y en ellos, el primero surge del Nilo.

En la observación y estudio de aquel asentamiento

primitivo, ubicado en la ribera del Nilo, que permitió a sus componentes

conocer de la siembra y cosecha. El légamo, abono natural, entregaba nutrientes

de alto rendimiento que se llegó a tener cosechas de grano y otros en tal

cantidad, que no fue necesario que todos sus miembros trabajaran en procura de

su alimento. Ahí surge un grupo de marginados de la faena laboral. Nacían

oficialmente los Prescindibles que, conformaron algo, que sirviera a quienes

seguían en procura del alimento. Primero fue protegerlos, luego comercializar

los excedentes con otros asentamientos, más adelante, levantar estructuras para

guarda y finalmente, un gobierno que administrara todo esto. Y llamaron a uno

de los suyos y le dieron por nombre, Faraón. Había nacido el Estado.            

Dicha estructura, institucional y física, en cuanto

se levantaron palacios y sedes de Gobierno, de las más diversas formas y

emplazamientos, fueron cobijando a estos primitivos prescindibles, como

fueron llamados en su génesis por la historia. Por de pronto, aumentó la

población y como el ser humano, animal finalmente, vive en torno al conflicto,

recogió a los prescindibles que se extendía en otras áreas, ya no sólo del

trabajo de la tierra, conformando un Poder, cuyas dimensiones, alcanzaron

magnitudes impensadas para el ser humano. A ello, se le denominó, Gobierno y se

hizo cargo de la fuerza, de la economía, cultura y terminó representando a su

pueblo, frente a otros pueblos: surgen las naciones y de lo que ello se

desprende, las nacionalidades, son también administradas por esos estados. El

poder alcanzado, es tan absoluto que, de prescindibles pasaron a ser

imprescindibles. En los siglos que siguieron, surgió el honor, esa identidad

moral de un individuo o grupo de personas que, incubado en el sentimiento

personal, extendido a la sociedad, fue el acicate principal de pertenecer al

Estado. En él se radicó el progreso y la fuerza de una Nación que sus

habitantes, le dieron el carácter de familia de tierra. Nacen, los chilenos,

peruanos, argentinos, franceses, etcétera, cada uno lo expresó, con más o menos

orgullo dependiendo de las metas alcanzadas frente a este nuevo mundo moderno,

analista y comprometido con la ciencia y las humanidades.

Sin embargo, lo anterior, murió o está escondido.

Ahora el Estado, es un Botín que permite todo. Nace la corrupción y se

repletan los órganos públicos, municipalidades, servicios, de prescindibles

que los hacen aparecer imprescindibles. Un alcalde, paga, las lealtades u

obligaciones políticas asumidas, con otros líderes, contratando a decenas de

personas, pagando con platas de todos. Otros, desde los ministerios, lo mismo,

en un servicio público, patrimonio de un Partido, se completa con camaradas. En

fin, el honor ha terminado y las virtudes, aquel conjunto de bienes

intelectuales y morales, son avasallados por quienes se han engolosinado con el

poder.

Pero, no hay mal que dure cien años. Los tiempos que

vienen, traen escobas para barrer y volverá el honor al servicio público.

Mario

Ríos Santander        

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