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Columnista

Neurociencia y educación

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Alejandro Mege Valdebenito

por La Tribuna

Tuvimos la oportunidad de participar a distancia de un seminario sobre Neurociencia para la Educación –materia sobre la que se hace poca investigación en Chile– dictado por la doctora en Didáctica de las Ciencias Experimentales, Carmen Gloria Jiménez, profesional de vasta experiencia internacional en cuanto al aporte de la neurociencia en el proceso enseñanza-aprendizaje, y tenemos que reconocer que resulta ser una materia bastante desconocida y mucho menos utilizada en nuestro sistema educacional, y ello porque los avances de la ciencia de la conducta llegan atrasados o no llegan a la sala de clases.

Confirmamos que el contenido o materia que se entrega a los estudiantes en una clase no deja de ser solo “información”, más no “aprendizaje”. Así, “pasar”, por ejemplo, todo el recargado programa de estudio de una asignatura o un curso constituye solo información que se traduce en aprendizaje cuando el estudiante hace uso de esa información, la internaliza y cambia de actitud; es decir, demuestra que no solo sabe, sino también que en algo es diferente o mejor de lo que era.

La neurociencia ha comprobado que el aprendizaje no radica en el cerebro; el aprendizaje se produce en todo el organismo cuando está en condiciones de aprender. La información se traduce en un mejor o peor aprendizaje si el ambiente en que se entrega es acogedor, motivador y el estado de ánimo de los alumnos (y del docente) están en disposición para aprender y enseñar, o todo lo contrario, ya que la comunicación se produce no entre un cerebro y otro, sino que entre la totalidad física, psicológica y fisiológica de una persona con otra persona.

De ahí que, cuando se evalúan los aprendizajes (normalmente solo se miden), y  se considera únicamente lo que pueda estar almacenado en el cerebro, lo cognitivo, se ignoran factores tan importantes como lo son el estado emocional y de salud de los alumnos, sus miedos e incertidumbres, mensajes que los distintos organismos del cuerpo envían al cerebro y la información almacenada se bloquea, como ocurre cuando las evaluaciones de algunas asignaturas se hacen famosas (y también quien las toma) por el alto número de alumnos reprobados.

De ahí la importancia que tiene el docente como provocador de aprendizajes, más que fuente de información, de tomar conciencia de lo que está haciendo y cómo lo está haciendo, y darse cuenta de cómo lo están percibiendo los alumnos, ya que no está interactuando tan solo con sus cerebros, sino que con todo su organismo.

La neurociencia, con su  influencia en el aprendizaje, es una materia que debe estar presente en la base de la elaboración de las políticas públicas que se diseñan tanto para el sistema educativo nacional, como en la formación continua del personal docente. Políticas que deben tener fundamentos y evidencias científicas y no depender solo de “tincadas” o concepciones personales, e imitar, en lo que sea posible, a Finlandia, uno de los países con mejor educación en el mundo, donde quien dirige el sistema educativo no solo es profesora, sino que es, también, una neurocientífica. Es decir, no solo sabe de educación, sino que sabe hacer con lo que sabe.

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