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Columnista

Dónde poner los énfasis

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Prof. Juan Manuel Bustamante Michel, presidente de la AFDEM Los Ángeles

por La Tribuna

De entrada, lo siguiente: “Hasta en tanto la gestión sistémica de un DAEM esté de suyo centrada en lo estrictamente  administrativo-financiero y lo técnico-pedagógico se vea relegado a una mera administración de programas, los futuros resultados académicos que obtengan los estudiantes en modo alguno serán los esperados; del mismo modo que no será posible superación alguna en estos si no llegase a existir, desde una mirada sistémica, la necesaria  imbricación, concatenación y coordinación que debe darse entre los distintos procesos que han de converger y concretarse en el acto educativo (ese que ocurre en el espacio pedagógico) y se demuestre con ello un sentido inverso donde lo administrativo-financiero esté efectivamente al servicio del quehacer técnico-pedagógico. Así de simple y así de categórico”. Y es que lo administrativo-financiero carecería de sentido si no estuviera de verdad al servicio de una acción educativa que se tradujera en aprendizajes efectivos, permanentes y de calidad en los educandos.

¿Qué significa todo esto, entonces? Pues, que el acto educativo –ese que a diario ejecutan los docentes de aula con sus educandos–, de la mano de una gestión administrativo-financiera desarrollada al más alto nivel y cuyo centro de interés no sea otro que la gestión técnico-pedagógica, debería materializarse, atendidos los aprendizajes de los estudiantes, según los más exigentes estándares de calidad disponibles; esos mismos que aparecen, por ejemplo, señalados en el Marco para la Buena Enseñanza (MBE) con el que se cuenta, un instrumento de gestión, este último, de la mayor relevancia para el ejercicio docente desde las enseñanzas ante pre activa (proceso situacional y de conocimiento de los educandos), hasta la  post activa (proceso de análisis y toma de decisiones), con sus intermedias pre activa (proceso de diseño y construcción del microcurrículo o currículo áulico) e interactiva (proceso de intervención en el espacio pedagógico inicial, básico, medio y especial, según sea).

Por cierto, no da cuenta de este deber ser una gestión sistémica que no sabe qué es lo importante o dónde poner los énfasis, puesto que en ese caso administra para que sus estudiantes fracasen, para que los docentes se desencanten, para que los asistentes de la educación se pierdan en un tráfago sin sentido, para que los padres, apoderados y/o guardadores se enojen y se vayan del sistema municipalizado en busca de verdaderas oportunidades para sus hijos o pupilos en función de sus proyectos personales de vida; para que la educación pública muera de inanición, en suma.

En este plano, a mayor abundamiento, no se debe olvidar que detrás de todo esto está el país en su conjunto (único, diverso y complejo), siempre a la espera, allí donde se haga necesario, de los mejores aportes –desde, como es de entender, la concepción y práctica de una educación de calidad– que las personas le puedan proveer para su crecimiento y desarrollo.

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