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Columnista

Nuestro compromiso con la discapacidad intelectual

Leslia Jorquera

Faviola Inostroza Pardo, jefa de Carrera Educación Diferencial Universidad Santo Tomás Los Ángeles.

por Leslia Jorquera

 A lo largo de la historia, se ha planteado una especial fragilidad hacia la persona con discapacidad al momento de ejercer e incluso de que le sean reconocidos sus derechos.

Actualmente, según datos proporcionados por la Organización de Naciones Unidas, más de mil millones de personas en el mundo viven con discapacidad; de ellas casi doscientos millones presentan dificultades en su funcionamiento, por lo cual hablar de discapacidad se torna un tema de suma relevancia ya que, en años venideros, esta condición será un motivo de preocupación mayor debido a que su prevalencia está aumentando, lo que se explica por el envejecimiento de la población y porque existe un aumento mundial de enfermedades crónicas como diabetes, cardiovasculares, cáncer y trastornos de la salud mental, que son factores etiológicos de ésta.

Las características de la discapacidad en cada región se encuentran configuradas por las tendencias en ámbitos de la salud, factores ambientales y de otro tipo, tales como los accidentes de tránsito, las catástrofes naturales, los conflictos, los hábitos alimentarios y el abuso de sustancias tanto de consumo personal como aquellas relacionadas con el medio ambiente.

Así, a lo largo de la historia, se ha planteado una especial fragilidad hacia la persona con discapacidad al momento de ejercer e incluso de que le sean reconocidos sus derechos; por lo demás, se articula un discurso caracterizado por un alto grado de intencionalidad social debido fundamentalmente a que esta fragilidad, no es fruto de las características personales de los individuos que viven en esta condición, sino de una arraigada cultura proteccionista y misericorde que alcanza cualquier ámbito social donde estas personas se desarrollan, incluida la sociedad familiar y los propios movimientos asociativos (Santa María, 2005). Pese a esto, actualmente se ha avanzado hacia la comprensión de la discapacidad desde diversas disciplinas como la psicología, antropología, sociología, trabajo social, educación, etcétera, siendo entendida desde un modelo biopsicosocial de carácter ecológico que apunta a una realidad dinámica entre la persona y el contexto en el que interactúa y donde su funcionamiento depende de los apoyos con que disponga.

Diversas investigaciones indican que las personas con discapacidad constituyen un colectivo vulnerable que, generalmente, se enfrenta a procesos de marginación, pobreza y exclusión social (Huete y Jiménez, 2002; Hernández y cruz, 2006; O.I.T., 2007; Ferreira y Díaz, 2007; N.D.U.H., 2009; Díaz, 2010). Según el informe mundial sobre discapacidad (O.M.S y Banco Mundial, 2011) las personas  más excluidas del mercado laboral son, a  menudo, aquellas que presentan problemas de salud mental o discapacidad intelectual, según expone López y Seco (2005). Esto se debe a que comparado con la discapacidad física, la discapacidad intelectual, es mucho más difícil de entender, porque un problema físico es evidente y esa posición tranquiliza; no existen dudas sobre ese tipo de discapacidad, al contrario sobre la discapacidad intelectual hay una indefinición constante, ya que es abstracta y no conmensurable directamente.

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