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Columnista

Dos momentos y un paréntesis

Leslia Jorquera

Max Colodro, director del Magíster en Comunicación Política y Asuntos Públicos Universidad Adolfo Ibáñez.

por Leslia Jorquera

 Lo que se pondrá en juego es precisamente la capacidad de unos para mantener vigente las coordenadas del actual ciclo político, y la capacidad de otros para intentar alterarlas.

Hasta ese segundo en que una bala cegó la vida de Camilo Catrillanca, el proceso político ilustraba un visible contraste: de un lado, el gobierno manejando su agenda y consolidando avances relevantes a nivel legislativo; del otro, una oposición cada día más atomizada y con crecientes grados de desarticulación. De algún modo, los últimos meses del primer año de la actual administración sólo han venido a confirmar que los factores que sellaron a fines de 2017 el triunfo electoral de la derecha y la derrota de la centroizquierda, se inclinan bastante más a lo estructural que a lo episódico.

La secuencia con que el gobierno está instalando sus reformas en el Congreso, y sobre todo, la gestión política que terminó de viabilizar Aula Segura y el primer trámite de la ley de Presupuesto, confirman un aprendizaje vital para un Ejecutivo que no tiene mayoría parlamentaria. A su vez, estos resultados son el síntoma del estado de parálisis e irrelevancia en que se encuentra la oposición, un campo de controversias estériles donde hasta ahora no florecen iniciativas comunes o estrategias transversales. Sin ir más lejos, las desinteligencias observadas en el Frente Amplio a raíz del caso Palma Salamanca son un buen ejemplo del peso que aún mantienen los atavismos del pasado y de la escasa relevancia de los temas de futuro.

En resumen, el nivel de deterioro que todavía exhibe la centroizquierda se ha transformado en una variable decisiva, que facilita el trabajo político y legislativo del oficialismo. La capacidad que el gobierno muestra para conectar con el sentido común mayoritarito en temas sensibles, deja a sectores de oposición ante la imposibilidad de negarse a respaldar ciertas iniciativas. Y ello es a la larga la más fiel expresión de estos dos momentos contrastantes: el de un gobierno desplegado en torno a proyectos con altos niveles de respaldo, y el de una oposición que todavía no encuentra las claves para iniciar una efectiva recomposición política y programática. Que Sebastián Piñera esté terminando su primer año habiendo mantenido un piso superior al 40% de aprobación, es también una señal sustantiva de esta diferencia.

Ese era a grandes líneas el escenario hasta que el mal denominado “conflicto mapuche” irrumpió esta semana con el doloroso saldo de un joven comunero muerto. Ahora la pregunta es si el gobierno logrará encausar el incidente y acotar sus efectos políticos y judiciales, o si este “paréntesis” terminará siendo el primer punto de inflexión de un proceso que puede terminar modificando la naturaleza de los disímiles momentos que gobierno y oposición han estado enfrentando. Lo que se pondrá en juego es precisamente la capacidad de unos para mantener vigente las coordenadas del actual ciclo político, y la capacidad de otros para intentar alterarlas.

Al final del día, dicha disputa será clave para la viabilidad política y legislativa de la agenda que el gobierno pretende concretar en 2019, el último año antes que los imperativos electorales impongan otro tipo de exigencias y ordenamientos.

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