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La Tribuna
Columnista

La urgente reorganización de la Iglesia Católica

Cristian Delgadillo Rosales

Para la ICC, una genuina trasformación organizacional implica tomar una dura decisión estratégica: concentrar los esfuerzos en la supervivencia del clero y la tradición, o abocarse a renovar el vínculo con los creyentes.

por Cristian Delgadillo Rosales

Consideremos a la Iglesia Católica Chilena (ICC) como una organización. Una suerte de empresa que administra bienes, ofrece servicios, recauda ingresos y genera empleos, con una cultura y estructura transnacional. Pues bien, de su planta de empleados compuesta por cerca de 2.400 sacerdotes, un 5% estaría siendo investigado por delitos sexuales, según el Ministerio Público. Por la evidencia disponible sobre este tipo de abusos y las denuncias que se siguen conociendo, no es aventurado estimar que un 10% del clero esté involucrado directamente en estos delitos. Esta proporción podría aumentar varias veces si se incluye a los encubridores activos o pasivos de los abusos. En resumen: una organización en la cual el abuso sexual está lejos de ser una excepción, como finalmente está siendo reconocido (con lentitud exasperante) por sus máximos líderes. Más que algunas manzanas podridas, parece que es el propio cajón el que está corroído.

Organizacionalmente; ¿cómo se llega a este extremo? A nivel de procesos, sin duda ha habido fallas gravísimas en reclutamiento y formación, mecanismos de control, liderazgo y comunicación externa e interna, entre otros. Más profundamente, una cultura organizacional marcada por secretismo, el elitismo, la falta de empatía, el machismo y otros rasgos, estaría a la base de esta tragedia.

Entonces; ¿qué medidas puede tomar la ICC? Lo primero es acoger, proteger y reparar a las víctimas, colaborando incondicionalmente con la justicia. Junto con esto, lo mínimo es que la ICC sancione efectivamente a los victimarios, no con traslados, suspensiones temporales u otros indignantes pseudocastigos. Urge también un recambio general del liderazgo y mejoras en la prevención y alerta, como parece haberlo entendido el Papa.

Pero, en tanto organización, lo anterior no resuelve el fondo de la crisis. Aunque se expulsara a todos los sacerdotes implicados; ¿qué garantiza que las cosas sean diferentes en el futuro, si persisten una estructura y cultura que favorecen el abuso? Además, el cuestionamiento al rol de los sacerdotes no necesariamente desaparecerá con una poda. La condición básica para ser guía o pastor es dar confianza, y no es confiable una institución que no muestre cambios a la altura del daño ocasionado.

Para la ICC, una genuina trasformación organizacional implica tomar una dura decisión estratégica: concentrar los esfuerzos en la supervivencia del clero y la tradición, o abocarse a renovar el vínculo con los creyentes. En un país donde muchos católicos viven su fe alejados de sacerdotes y ritos, dos “activos” de la ICC poco considerados hasta hoy, podrían ayudarle a recuperar la conexión y confianza con los fieles y la sociedad en general: los laicos y las mujeres. Quizás, más que una reorganización, se requiere una revolución.

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